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lunes, 16 de marzo de 2015

Reflexiones en la Junta de Evaluación


Hay una cierta corriente pedagógica muy extendida que piensa que la escuela debe ser un espacio mágico en que exista la felicidad, que allí los niños vayan para ser felices, aislados de un mundo hostil y agresivo que les esperará después cuando abandonen esa placenta agradable que es la escuela. En buena parte lo hemos logrado. A lo menos en el centro de enseñanza donde yo estoy. Mis alumnos viven tranquilamente. Y son felices, o al menos lo parecen. Me refiero ahora a segundo de ESO. Algunos de ellos viven experiencias no tan tranquilizadoras cuando salen de la escuela. El tiempo en la escuela puede ser más o menos aburrido pero no infeliz.  Hay quien dice que lo que enseñamos no les prepara para el siglo XXI, hay quienes rechazan que nuestros alumnos sean odres para ser llenados con conocimientos absurdos que pueden ser encontrados fácilmente en google. La memoria ya no es necesaria tal como la concebíamos. No merece la pena retener información cambiante que puede ser encontrada sin problemas en la red. Tal vez no sea necesaria tampoco la ortografía o conocer las tablas de multiplicar de memoria. La escuela es un espacio de sociabilización y de aprendizaje compartido en que fundamentalmente debe serse feliz. Las clases deben ser espacios de felicidad. La escuela no debe ser uniformadora ni mitificar la disciplina. Las calificaciones no tienen demasiado sentido y son marca de la escuela jerárquica del siglo XIX. La escuela debe ser un espacio donde se aprenda jugando y por placer. No podemos medir las inteligencias con un único baremo pues existen inteligencias múltiples y muy distintas. Hay quien vale para una cosa y hay quien vale para otra. Todos deben tener un lugar destacado en la escuela que no debe fomentar la sensación de fracaso, y para ello el primer elemento que hay que desterrar es la inteligencia formal, pues dicha inteligencia es casual e injusta. ¿Por qué debemos destacar a esos alumnos que nacen aleatoriamente con un grado mayor de CI frente a los que no lo tienen? La inteligencia es clasista. No debe considerarse un mérito. Sería clasista y marcaría un sesgo inaceptable. La excelencia es sospechosa pues busca reproducir un universo jerarquizado en que hay unos que están arriba y otros están abajo.

Pensaba esto durante la sesión de evaluación de segundo de bachillerato humanístico. Los alumnos de este curso acumulan multitud de suspensos. Ni uno solo aprueba todo. Se quejan de que se sienten agobiados, estresados por el instituto. No soportan la tensión de estar preparándose para la selectividad como único objetivo. Y que los exámenes sean tan duros. Incluso se les ha hecho pasar un simulacro de selectividad para que sepan a qué se van a enfrentar. La experiencia les ha parecido horrible. Y esperan que no vuelva a repetirse. Los profesores han intentado explicarles que esto es lo que pueden esperar de cualquier oposición a que se presenten, pero ellos no aceptan que en esa placenta en que están se les someta a esos estados de tensión. Vale que no estudian demasiado, que no llevan las cosas al día, pero ¿alguna vez en el instituto en que están ha tenido que hacerse? Hasta este curso fatídico de segundo de bachillerato han vivido bastante plácidamente. Muchos han copiado y en eso son maestros y maestras. Son buenos chicos. Esperan disfrutar de la vida y algunos ya saben qué es el carpe diem. Saben que estos años de juventud son irrecuperables y hay que aprovecharlos. Pero no está justificada desde su punto de vista esta tensión que están viviendo ahora como si nosotros no fuéramos sus aliados, sus protectores que deben cubrirles de los sinsabores de la vida. ¿No les hemos explicado alguna vez que la escuela debe buscar la felicidad? ¿A qué viene esta distorsión de angustia a que los estamos sometiendo?

Yo no abría la boca pero me identificaba con su discurso subyacente que nos pedía piedad y comprensión. Afuera está el mundo oscuro. Terrible. Exigente. Disparatado. Injusto. ¿Por qué hacerlos crecer de golpe? ¿Por qué toda la ESO ha sido distendida y los profesores han pretendido hacerles gozar con el aprendizaje haciéndolo divertido? Y si no lo era, ellos ya lo convertían en divertido. La angustia está fuera en las calles pero la escuela es una prolongación del útero materno y nosotros somos una suerte de líquido amniótico. Queda lejos la escuela de la infelicidad en que yo estudié, me digo. Allí me pegaban, me vejaban, me aplastaban. Era una escuela enferma. Formada por sádicos. Hoy somos en general buenos maestros. Y los padres los protegen de nuestros excesos. Sabemos que hemos de ir con ojo no agobiándolos. Aprendimos a no ser talibanes y hoy somos cantos rodados en el lecho del río en que estos muchachos están. Entiendo su queja. Una de dos: o les hacemos este segundo de bachillerato menos tenso y angustioso o se tendrán que preguntar que por qué no les preparamos antes para lo que les esperaba. ¿Por qué les engañamos? ¿Por qué pasaron sin dar un palo al agua? ¿Por qué se les permitió comportarse como niños con ganas de diversión en las clases y no tuvo consecuencias? ¿Por qué ahora cambiamos el discurso y les hablamos de lo duro que es el mundo de fuera? ¿Por qué no se lo dijimos antes?


Algo no funciona. Me hubiera gustado escribir un texto argumentativo para que lo leyeran los representantes de los alumnos en la sesión de evaluación, pero me he quedado en silencio esperando poder escribir sobre ello.

18 comentarios :

  1. Es complicado.
    Personalmente no creo que aislar a las criaturas del mundo como si viviesen permanetemente en Dysneilandia sea bueno para ellos. De forma dosificada deberían ir conociendo lo que es la vida y la vida no es sólo la busqueda del placer, de MI supremacia en todos los aspectos frente a los otros, de que todo cae del cielo...
    Es algo parecido a ir pasando las típicas enfermedades tipo sarampión a exponerte controladamente a los antígenos para que el sistema inmunitario se vaya activando.
    Cuando salgan ahí fuera no tienen defensas para no enfermar mentalmente.
    Hemos asociado felicidad con placer, con bienes materiales, con triunfo... todos los días del año somos informados de lo bueno que es comprarse tal cosa , ("te lo mereces"), vestir de tal manera, conducir tal coche... pero luego no siempre se puede y las adicciones que se han creado no llevan a a felicidad.
    He viajado mucho por países del tercer mundo, donde no hay un estado del "malestar", donde la gente posee muy poco y me ha llamado siempre la atención las caras de felicidad que he visto, que aquí en el mundo de Ikea, el Corte Ingles no los veo. No quiero decir que la solución sea igualarse con el tercer mundo, si no que esa obsesión por lo material, (que todos padecemos de forma crónica o aguda) no da la felicidad.
    Las enfermedades, la muerte, lo desagradable procura taparse, pero tarde otemprano te topas con ellas y no estás preparado. En los paises pobres es el pan de cada día, hasta el punto que pueden impactar tanto en las mentes de sus habitantes como poco en las nuestras el que todos los días podamos comer o esos "milagros" como que al apretar un botón se encienda las luces o al dar vueltas a una manilla ¡salga agua potable! o que dispongas de un vehículoconfortable que te transporta comodamente a cientos de kilometros de distancia. "Te lo mereces",
    Un abrazo
    j

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    1. El estado del bienestar es envidiable. De hecho aquí vienen los africanos y no van allí los europeos para quedarse. Son ellos quienes saltan la valla huyendo de la pobreza. Sin embargo, cuando llegan a Europa llenos de júbilo encuentran una sociedad fría, en que la gente no se ayuda unos a otros, en que se abandona a los ancianos, en que se teme a la muerte que se convierte en un tabú, en que hay mil y una formas de acceder al placer mediante la posesión de bienes materiales pero nunca estamos satisfechos y queremos más. Pronto se sienten desilusionados de la sociedad europea aunque no pueden volver a su país porque allí les espera la pobreza extrema y la falta de perspectivas. África es el continente de la alegría. Este es un misterio. En las reuniones con artistas africanos eran ellos los que nos animaban a nosotros los europeos con su optimismo. Y, sin embargo, están habituados a la escasez. Es un problema vivir con la abundancia y la reivindicación continua del placer como base de todo (enseñanza divertida por supuesto). Da lugar a otras enfermedades del ánimo. En Cataluña he leído que más de cuatrocientas mil personas toman antidepresivos. Para soportar la vida hemos de tomarlos porque no sabemos vivir con el dolor y la frustración. Quizás sea también una cuestión genética. Que los africanos tengan, a pesar de su pobreza, los genes de la alegría compartida. Muchas gracias por tu comentario que abre nuevas perspectivas a mi post.

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  2. En el tercer párrafo quería decir que no hay un estado del bienestar si no del malestar

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  3. A mí desde muy chico ya me decían en casa que la vida no es fácil. No estaría nada mal que esa leyenda figurara en los dinteles de todas las puertas de los colegios y en el breviario de los profesores.

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    1. Nos llamarían aguafiestas y amantes del dolor y el sufrimiento al modo católico. Son de hecho tan frágiles que hay que tratarlos con guantes de seda y algodones. Hace años era durísimo en mis comentarios a mis alumnos en sus trabajos y exámenes. Una vez tuve una rebelión y me pidieron una conversación al respecto. Fue muy interesante. Yo les dije que si no me importaran no sería tan duro. El caso es que lo entendieron y vieron en esa dureza una exigencia que les estimulaba. Hoy día casi me limito a decirles dos cositas y a ponerles caras risueñas dibujadas para que no se desanimen. Es lo que nos enseña la pedagogía moderna y la prudencia nos aconseja: blandura. Nunca se ha hablado tanto de la autoestima como en nuestra sociedad actual. Todos son problemas de autoestima. ¿Recuerdan tus abuelos o tus padres que les hablaran a ellos de autoestima? Yo no he visto este concepto en la literatura que no sea contemporánea. ¿Tan frágiles somos que no podemos soportar nuestra realidad? La vida no es fácil se aprende, está claro. Pero una sociedad abocada esencialmente al placer como búsqueda nuclear es muy frágil. Y esto es malo para ser padres. De hecho cada vez hay menos hijos a los que se trata como a príncipes consentidos.

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  4. Me tomo la libertad de adaptar la idea de Rubén para colocar en los dinteles de todas ls clases, no tanto el lasciate ogni speranza... cuanto el "Fundamenta tus esperanzas", porque es rigurosamente cierto que los niveles de exigencia escolar prácticamente han desaparecido, desde que se decidió juntar las dos vías, FP y BUP y, para redondearlo, se llevaron los dos últimos cursos de Primaria al Instituto. Supongo que el texto que nos propones, Joselu, debes de haberlo escrito en la propia sesión de evaluación, porque si hay sesiones absurdas y sin valor pedagógico son esas evaluaciones. Siempre me he quejado de que nuestra falta de profesionalidad se advertía, sobre todo, en esas sesiones llenas de comentarios entre jocosos y despectivos (cortito, ya le enseñará la vida, no tiene nivel, jamás me va a aprobar, ¿pero qué hace este analfabeto en Bachillerato...?, etc.), una retahíla de juicios aprofesionales de los que poco en claro puede sacarse para poder ayudar realmente a los alumnos. Nunca me he fiado ni de los exámenes ni de las notas, sino de la adquisición de procedimientos y conocimientos que puedo sancionar desde mi capacitación sobradamente acreditada. Las notas parecen un veto a la arbitrariedad, pero el determinismo escolar es de tal naturaleza que, como me he demostrado a lo largo de años y años, la prueba del primer día me permitía establecer, con poquísimo margen de equivocación, las notas finales del curso. Llegué, incluso, a la teoría de que los alumnos aprenden "a nuestro pesar" y de que a los alumnos inteligentes, bien preparados en la Primaria, poco les enseñamos aparte de lo que ellos por sí mismos aprenderían. Ello indica que nuestra atención al fracaso electoral no es en absoluto profesional, acaso por falta de formación. En cualquier caso, una evaluación debería ser algo más técnica, en cuanto a los procesos de aprendizaje y las estrategias que han de desarrollarse para combatir las carencias cognitivas. Reconozco que jamás me he interesado por esa vertiente de mi dedicación profesional, pero de igual manera he de firmar que he hecho lo posible por que quienes tenían menos luces pudieran asomarse a ellas mediante un intensivo trabajo individual que, ¡ay!, la mayoría no estaba dispuesta a hacer. Que esa es otra, "la otra": Educarse en el esfuerzo, en el rigor, en la disciplina, en la responsabilidad no es, precisamente, lo que hace la mayoría de nuestros jóvenes.Después exigirán que el estado les sufrague la vida, y cómoda, eh...

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    1. Yo no abrí la boca en la sesión. No suelo hacerlo salvo que me pregunten algo directamente. Mis calificaciones están bien fundamentadas así que no tengo que expresar nada acerca de estos muchachos sobre los que se llega a comentar cotilleos sobre con quién va o deja de ir afectivamente. Yo haría una sesión estándar. Sin comentarios la mayor parte de las veces banales. Tantos suspensos. Mejora. Empeora. Lo peor de las sesiones de evaluación es cuando entran los representantes de los alumnos que se ven rodeados por el cuadro completo de profesores. Reciben el rapapolvo y una imagen idílica de los profesores cuando la realidad es que dista de ser tan magnífica. Tuve tiempo de pensar. Entiendo que mis opiniones ya no son pertinentes. Y que aporto más con mi silencio que con mi verborrea.

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  5. ¡No me lo puedo creer! Parece que mi comentario era demasiado largo y finalmente ha desaparecido, a ver cómo puedo intentar repetirlo. Estoy de acuerdo contigo en todo, ya te lo diré más despacio. Sigo poniendo las malditas notas... Un fuerte abrazo, colega.

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    1. ¡Qué lastima! Por propia experiencia sé la rabia que da que pase esto. Yo ya he puesto las notas. Es un trance poco agradable. Un abrazo.

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  6. Me has traído a la memoria un comentario que hizo Lázaro en su -hace mucho tiempo desaparecido- blog. Venía a decir algo así como que el estudiar es un proceso solitario y arduo, no agradable. No estaba totalmente de acuerdo porque en mi caso disfruto con ello (salvo en casos de tensión máxima), pero él hablaba fundamentalmente refiriéndose a los chavales y para entonces yo ya estaba algo más crecidita. Creo que eso o no se entiende por parte de los alumnos, o de algún modo se ha perdido no sé bien dónde ni cómo. Por suerte, yo nunca tuve la sensación de que el instituto fuese una fiesta y lo agradezco. Tampoco la escuela primaria. Aclaro que yo soy un híbrido y salté de 8º de la E.G.B a 3º de la E.S.O., eso también, y que cuando llegué al instituto los profesores también se estaban estrenando en la L.O.G.S.E. De hecho, recuerdo un día en el que no pude acudir a un examen de Lengua, así que lo hice el día siguiente. Estaba yo en bachillerato y la profesora me metió en una clase de la E.S.O para hacer el susodicho examen. Me costó horrores concentrarme por culpa del bullicio que reinaba en el aula. En estas, miré a la profesora y le dije: - ¡qué griterío! -. Me contestó: - Bienvenida a la L.O.G.S.E -. Lo recuerdo ahora como si hubiese sido ayer.

    No pienso que la escuela deba ser un "espacio de felicidad y el proceso de aprendizaje una fiesta", la vida no lo es, igual que no pienso que deba ser un espacio de "vara y picores", la vida tampoco lo es, al menos en mi caso no la observo así. Entre esos dos polos opuestos ha de existir un término medio que ya te digo, personalmente no sé ni cómo ni dónde quedó. Yo pienso que tuve suerte precisamente por ser un híbrido. De hecho ni recuerdo segundo de bachillerato ni la selectividad como algo traumático. En absoluto. También es cierto que yo era buena estudiante a pesar de que trabajaba desde los 15 años todos y cada uno de los fines de semana, festivos y periodos de vacaciones que otros disfrutaban, ya sabía lo que había fuera más o menos, y lo que no quería, así que entendí pronto que el estudias o trabajas era un estudia y trabaja, para poder estudiar y que eso te lleve a alguna parte que no sea la barra de un bar como muy lejos. No te voy a decir que disfrutase de tener que hacer ambas cosas al mismo tiempo desde los 15 hasta los 26 años. Lo pasé mal muchas veces, sobre todo en la universidad. Llevaba una vida distinta al resto de mis compañeros. Ahora y debido a la crisis el hecho parece ser algo más común entre los estudiantes (sobre todo los universitarios), pero cuando yo estuve en la universidad no era así. Y en cualquier caso, lo agradezco. No sería lo que soy, ni como soy, si no hubiese sido por ello. Y en el fondo, me gusto, jajaja Paro, que me voy por las ramas. En fin... no sé de quién es culpa, si del sistema educativo, de la sociedad en su conjunto, ¡de los padres!, de este ente llamado internet, o de qué, pero me da la impresión de que se han quedado en el camino un puñado de valores esenciales. Hablo de responsabilidad, de esfuerzo, de tolerancia a la frustración, de honestidad. Hablo de ser consciente de que las cosas son difíciles, y de que siempre lo han sido. Pero también de que a pesar de ello vale la pena el esfuerzo y de que hay que hacerlo, porque... porque es importante. Lo es. Tal vez sea una "superviviente" de la L.O.G.S.E, como me dijo una vez uno por ahí hablando del tema, pero no me pienso un ave raris ni mucho menos. En fin... Falta realidad en las aulas, yo también lo creo. Y aún con esas sigo pensando que la vida no es color de rosa, pero tampoco de un negro opaco y que la escuela igualmente no debe ser ni una cosa ni la otra.

    Saludos, y siento la extensión. Es lo que tiene haber renunciado prácticamente a todas las redes sociales salvo una... por el estudio, jaja

    Besos, Joselu.

    Vero.

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    1. ¡Qué sorpresa, Vero! Hace tanto tiempo que no sabía de ti para encontrarme con un comentario tan rico y sustancioso en que planteas tu modo de ver la enseñanza. Sí, efectivamente la ESO supone una puerilización extrema de la enseñanza: los profesores se culpabilizan por no saber motivar e interesar a los alumnos y achacan al estancamiento de las pedagogías y al inmovilismo el fracaso del interés de las clases que estarían situadas en el siglo XIX cuando los adolescentes viven en el siglo XXI. Yo no estoy tan seguro de ello. Lo que leo de nuevos métodos de enseñanza a veces me sugiere una infantilización progresiva de nuestras mentes como docentes. No podemos pedir una madurez mental y entonces reconvertimos las clases en parques temáticos para tenerlos más o menos entretenidos sin memorizar y sin registrar datos en su paupérrima memoria. Yo sé que mis alumnos raramente escuchan así que no me esfuerzo demasiado por que lo hagan. Prefiero ponerles a hacer. Explico poco. Es inútil explicar. No escuchan. En bachillerato sí que percibo un mayor interés por la palabra del profesor, en segundo de bachiller, pero ya es un poco tarde para remediar el retraso impresionante que arrastran. Han entendido que la escuela no es un espacio para aprender y forjarse un futuro y vienen en su mayoría a pasárselo bien y a trabajar lo menos posible. Es cierto que en un instituto se pasa bien si uno viene dispuesto a hacerlo. La mezcla total -impúdica- de muchachos que vienen a pasar el rato obligados y que se dedican a hundir el sistema con otros que sí aprovecharían hace que los esfuerzos del profesor se orienten siempre hacia los conflictivos que son los que dan guerra. Mientras tanto, los necesitados de apoyo tienen que valérselas por sí mismos.

      Me ha encantado tu comentario y que hayas relatado tu experiencia híbrida de BUP-ESO y TRABAJO-ESTUDIO. Espero que mis hijas hagan algo parecido en cuanto a plantearse trabajar también. Vamos a necesitar ayuda. Ambas son buenas estudiantes.

      Besos, Vero.

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  7. En las sesiones de evaluación se tocan cuestiones irrelevantes y, con frecuencia, cuando son relevantes, es difícil actuar sobre ellas porque al tiempo que se habla de ellas quedan en un limbo inasible. En mi labor como tutora encuentro que cuando conozco los problemas del alumno entiendo mejor su comportamiento, su enojo y su frustración. Llega un momento en que todo me suena hueco y lo único que creo que puedo hacer por algunos padres es escucharlos, poco más. Me encuentro padres que exigen demasiado de sus hijos, quieren hijos 10, que sólo viven para estudiar y demostrar lo buenos que son con sus buenas notas. Otros, andan desesperados en conflictos familiares que afectan a sus hijos no ya en su vida académica, sino en la esencia de sí mismos. Padres y alumnos quieren ser escuchados.

    Cuando entras en una clase, te abordan 10 alumnos de golpe y todos quieren ser atendidos al tiempo. Durante las clases, los más activos se llevan toda la atención y los más reservados, o eres muy consciente de que existen, o rara vez tienen oportunidad. Cuando el auxiliar se hace cargo de unos cuantos, la clase es otra, el comportamiento es diferente, nos cunde el doble, todos nos sentimos mejor.

    Yo cada vez entiendo menos, pero en la última tutoría ellos pedían en general más trabajo en las aulas de ordenadores, más trabajos en grupo y más visitas escolares. Algunos creen que su evolución en cuanto a aprendizaje desde la primera evaluación es poca o nula, pese a que el grupo es bueno y tiene buen rendimiento en cuanto a calificaciones escolares. Y son 30.

    Vivimos en la era de la tecnología sin apenas tecnología en las aulas, vivimos en una sociedad competitiva que deja al individuo de lado. ¿Qué hacemos? Si es difícil enseñar en estas condiciones más dificil debe de ser aprender. Algunas de mis clases las doy a pesar del ruido que proviene de la clase de al lado. ¿Yo lo hago mejor? No, este curso tengo la suerte de que no me faltan al respeto, puedo decir que enseñar es un chollo, a pesar de todos los pesares.

    Besos, Joselu.

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    1. Creo que vivimos realidades diferentes, pues en mi centro los alumnos cuentan con portátiles desde hace varios años, de modo que no puedo decir que no cuenten con tecnología. Para abordar una clase con portátiles el profesor ha de estar bastante al día, si no, se tienden a evitar. Son una fuente de distracción si no se utilizan bien. Algunos profesores querrían una vuelta al libro de texto. Yo me defiendo bien en este mundo tecnológico. Creo que estoy al día o lo intento. La incorporación de la tecnología supone otro tipo de problemas distintos. Aclaro que no tienen libros de texto. Mis alumnos son de clases humildes en general y eso hace que los padres no sean especialmente desagradables, aunque alguno hay superprotector.

      Cuando el profesor está anímicamente bien, este trabajo ciertamente es muy satisfactorio. Pero se convierte en muy complicado si el profesor pasa por una temporada baja.

      Besos, Angie.

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  8. Excelente reflexión. Yo no quiero formar gladiadores, solo personas con conocimientos.

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  9. A ver si hay suerte... Te decía, más o menos, que coincido contigo en todo, como casi siempre. Llevamos unos años en caída libre y cuesta abajo en lo que se refiere a esfuerzo, disciplina, orden y demás en los centros docentes, pero los dos o tres últimos ya son el acabóse. Todos lo decimos porque hay que estar sordo y ciego para no verlo pero nadie parece capaz de remediarlo. En los colegios tratamos con niños pequeños que cada vez son más ñoños, blandos, maleducados y malcriados, y vienen así de casa, hiperprotegidos por unas madres (y padres, aunque siempre con menos presencia) que cargan con sus mochilas al recogerles para que ellos vayan tan pichis, les ponen la sudadera y les suben la cremallera. Con la moda del whassap los chavales ya ni se molestan en apuntar los deberes en la agenda: mamá pregunta a las otras qué toca y hasta el resultado de los problemas. Excusas de lo más peregrino para no hacer los deberes, trabajos o lecturas: no mandes deberes porque tenemos un control, me fui de viaje, es que ayer vi el partido, es que tenía entrenamiento, es que la impresora no tenía tinta, es que tuve un problema con internet... O te cabreas continuamente o pasas y cuentas sólo con un positivo al que lo hace; del resto, olvídate. La propia inspectora nos ha recomendado que no mandemos deberes, que ya hacen bastante los pobrecillos en tantas horas y que cuanto menos involucremos a los padres, mejor. Porque ésa es otra, cualquiera se cree con derecho a discutir la programación, las actividades, la evaluación, la didáctica... Son excepcionales los casos en los que los padres piden más exigencia, la inmensa mayoría opinan que quieren que sus hijos sean felices en el colegio y claro, todo lo que suponga esfuerzo o riesgo de fracaso que implique frustración es un drama insuperable. A nadie le interesa reconocer que su hijo es un gamberro caprichoso y grosero que reta continuamente al profesor y cuestiona cualquier decisión que suponga contrariar su deseo de jugar y no coger un lápiz. Y así van pasando los años de escolaridad obligatoria, entre algodones, paños calientes y mentiras de grueso calibre porque a ver quién es el guapo que aplica los criterios de evaluación a rajatabla. El año pasado mis colegas de un curso bajo propusieron que equis alumnos repitieran, y les dijeron que verdes las han segado, que los cursos ya estaban a tope y que no había tantas plazas, así que tuvieron que envainársela y llorar de rabia al poner las injustísimas notas. Si eso ocurre en Primaria, ¿a quién le extraña lo que pasa en los IES? Cuando los resultados de las pruebas externas no son buenos, ¿a quién piden cuentas? Al profesor, naturalmente. Cuanto menos trabajan los alumnos, más trabajamos nosotros. Si un alumno suspende hay que prepararle un plan de recuperación, o sea, si no hace ni el huevo en clase ya me contarás qué demonios va a hacer solo en casa, porque los apoyos en el colegio son un puro trámite continuamente incumplido. Continúo aparte por si acaso.

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  10. Yo no justifico la crueldad, el castigo físico o la indiferencia, faltaría más, pero ahora apenas tenemos armas para luchar contra esta marabunta que nos invade anulando nuestro trabajo y contribuyendo a crear nios y jóvenes indolentes, pasotas, blanditos y descarados. Olvídate, como bien dices, de que te escuchen; confórmate, si acaso, con que se sienten. Es cierto que deberíamos cambiar nuestros métodos, pero llegamos a convertirnos en saltimbanquis o animadores de calle para conseguir que los chavales hagan algo en condiciones. Mis profesores del instituto (yo empecé el Bachillerato a los diez aos, tras la prueba de Ingreso, como tú, supongo) eran duros y exigentes, pero no crueles ni déspotas. Nunca vi castigo físico, aunque mis hermanos sí lo sufrieron en un colegio de curas después. No tiene nada que ver el esfuerzo y la rectitud con la violencia gratuita. Lo malo, como casi siempre, es que hemos ido dando bandazos sin saber realmente qué debíamos hacer. Las sucesivas leyes no han hecho sino oscurecer el panorama. Ningún partido ha sabido (porque no han querido) ver que la educación debe plantearse como un proyecto a largo plazo, quizá de veinte años, porque antes no puede saberse el resultado del plan propuesto, y claro, como las elecciones son cada cuatro años les importa una mierda lo que ocurra después, primero ponen su culo a salvo y luego ya veremos... Y así nos va...
    Total, que tienes toda la razón cuando dices que los alumnos mayores se sienten estafados cuando están a punto de pasar a la educación superior y les someten a la cruda realidad. Es algo similar a lo que ocurría en la obra "La Fundación", de Buero Vallejo: los presos vivían engañados hasta que descubren la realidad. Engañamos a los alumnos haciéndoles creer que viven en los mundos de Yupi, que la vida es bella, una feria en la que pueden jugar, reír y saltar sin sufrir lo más mínimo porque los adultos paramos todos los golpes que puedan hacerles sufrir. Una madre llegó a decirnos que estábamos robando la infancia a su hijo porque éramos muy exigentes (¿). Por lo tanto, todo lo que suponga exigencia está prohibido. Lo tenemos todo en contra. Si los padres creen que su niño debe ser feliz porque ya tendrá tiempo de sufrir cuando sea adulto, ¿qué podemos hacer? Nada. Eso sí, cuando se enfrentan a cualquier problema la hostia es monumental, pero avisados estaban. Lo quieren todo gratis antes de abrir la boca: viajes, móviles, tablets... Quienes pensamos que el aprendizaje del esfuerzo debe ser paulatino, pero firme y continuo, chocamos continuamente contra la cerrazón social. Así que mis sesiones de evaluación empiezan por preguntar por los posibles repetidores y por los malditos papeles que justifican mis esfuerzos por intentar que los alumnos más vagos espabilen. Hay días que realmente me pregunto qué demonios hago aquí...
    Felicidades en el día de tu santo, que aquí es festivo. Hace un tiempo de perros que soportamos mejor gracias a la chimenea. Mañana anuncian lluvias, así que el eclipse será poco significativo, supongo. Un fuerte abrzo, colega.

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    1. A mí me preocupa este estado de cosas. Unas generaciones que no soportan la frustración y que son lábiles ante la adversidad. Hemos creado un mundo en que todo es demasiado fácil, tan alejado del mundo de generaciones anteriores en que no había nada fácil y que todo costaba mucho esfuerzo. Cuesta mucho decirle a los chicos que no todo es posible. Yo, afortunadamente, doy clases, en un centro de barriada inmigrante. Eso lo hace diferente de otros de clase media en que los padres son más puñeteros. No obstante, el otro día hice repetir un examen tipo test a cuatro alumnos porque era evidente que habían copiado, y los padres se rebotaron argumentando que eso contribuía a desanimar a su hijo y que yo si no les había cogido in fraganti no tenía derecho a hacérselo repetir (aunque hubieran copiado efectivamente). No pasó a mayores.

      Tener de todo es una enfermedad también. Se anula la capacidad de desear. Y estos niños puede que tengan demasiadas cosas. En mi caso la mayoría son hijos de inmigrantes y no pueden tener de todo, y eso me contratula.

      Este fin de semana dan lluvias pero quiero salir con mi capelina y mi pantalón impermeable a caminar unos quince kilómetro por la playa con mis pies metidos en el agua en la orilla. Me gusta ver las playas vacías y hacer fotos. Me gusta la soledad y ver esas playas desiertas me llena de alegría.

      Un abrazo, Yolanda.

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  11. Claro, la educación, no solo debe estar al nivel de tortura general de esta sociedad. Debe, también, preparar a los jóvenes para entender que eso es lo normal.

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