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sábado, 17 de octubre de 2015

El viaje exige riesgo


Ser profesor tiene algo que ver con la aventura. Me gusta la imagen del profesor como un aventurero, como un marino, un capitán, y el aula como nave imaginaria. Los alumnos son los tripulantes ansiosos de aventura y novedad. El curso, el océano abierto, el mar lleno de tritones, animales fantásticos marinos, torbellinos, Escila y Caribdis a un lado y a otro, islas de flores narcóticas, ninfas, gigantes de un solo ojo, triquiñuelas, artimañas, estrategias ... Todo vale. Pero un viaje puede ser todo menos aburrido. El capitán debe convertir el conocimiento en apasionante para entusiasmar a sus tripulantes que son, pese a todo, el alma de la aventura. Y, como sabemos, lo que importa es el viaje. No Itaca. El viaje debe ser fecundo y lleno de emoción. El capitán que no renueve sus cartas marinas, que siga pensando que el conocimiento con sangre entra, que un aula es un espacio donde debe reinar el silencio absoluto de la devoción ante sus palabras, ese capitán sin duda deberá o debería buscar otro barco con tripulantes de la tercera edad. Que tampoco lo seguirían porque preferirían tal vez otros juegos.

Un aula está llena de adolescentes y estos son una tribu peculiar. Son agotadores por su intensidad y su pasión, sus conflictos, sus procesos complejos tan diferentes de los hipócritas de los adultos. La adolescencia tiene todavía algo de puro. Como creía Salinger. Y el profesor ha de dirigirse a esos muchachos con algo de también pureza. Ha de entender el juego planteado en el aula. Un juego invisible y delicado, sutil. Vale casi cualquier cosa, pero queriéndolos. Un profesor debe estar enamorado de la adolescencia, ver en esos rostros el ansia de saber. Si piensa que sus alumnos no tienen curiosidad, está equivocado. La adolescencia es la etapa con más curiosidad de la vida tras la niñez. Pero este juego tiene unas reglas. El profesor puede y debe experimentar. No puede entrar en el aula acongojado, triste, escéptico. Conozco esa sensación ominosa y en tal caso, el profesor debe abstenerse de entrar en el aula. El aula es para disfrutarla, para sentirse feliz dentro de ella. Solo así se podrá concitar el milagro del aprendizaje. Los alumnos se dan cuenta cuando el profesor está disfrutando y cuando no. Cuando este siente miedo, cuando está aburrido. Cuando está pensando en jubilarse para alejarse de ese maremágnum caótico que es un aula poblada con treinta adolescentes. El aula es dinamita, vena de oro salvaje, en que todo es posible. Y el profesor ha de convertir ese explosivo emocional en juego apasionado. Es un baile de máscaras y el profesor es un prestidigitador de sombras que ha de emocionar.  Y para emocionar debe sentir primero la emoción dentro de sí. El conocimiento tal como yo lo entiendo no es aburrido. Solo he aprendido en mi vida divirtiéndome. Lo árido y pesado tal vez sea apropiado para los juristas que aprenden leyes y leyes en cadena para sus oposiciones a juez. El conocimiento ha de tener picante dentro, picante que estimule, que despierte el apetito para que sus alumnos pidan más y más. Y que aprendan sin darse cuenta. El conocimiento en espiral. Metódico y mágico. El profesor inicia un juego y lo mantiene hasta el final. Es una apuesta. Arriesgada, firme, sólida. Absorbente. Hasta que consigue implicar a todos sus alumnos. Y estos necesitan avanzar, piden avanzar, exigen más. Y en esto no hay límites. Los adolescentes pueden asimilar conceptos complejos. No deben ser tratados como incapaces. No debe dárseles alimentos bajos en calorías. No. El aula exige también rigor, altura intelectual, debate incesante. Alegría intelectiva. Mi experiencia me dice que los adolescentes pueden asimilar cuestiones difíciles y complejas. Y de hecho les divierten más que las simplonas. Hay que creer en ellos, en su capacidad de autosuperación. Tal vez no sea el cien por cien, pero hay un amplio porcentaje que sigue el juego y goza pidiendo más. Hay que respetarlos y no tratarlos como imbéciles. Este es un peligro serio. La degradación de una enseñanza que toma a los adolescentes como pueriles. Al menos mi impresión con ellos en un centro de máxima complejidad social, con buena parte de alumnos inmigrantes, me dice que “el nivel” es posible. Nuestros alumnos se hacen indigentes a fuerza de despreciarlos y no creer en ellos. Pero para apreciar su potencial, el aula debe ser otra cosa que lo que es. Un profesor patético que explica y treinta alumnos que aguantan la explicación que no les dice nada ni les aporta nada. En supuesto silencio. El aula es ese territorio todavía encantado en que debe subsistir el hechizo. Y el profesor que lo consiga verá maravillas que parecen insospechadas.

Así la aventura continúa. La aventura prosigue en otros vértices y otros parámetros. Aprender es divertido. Y aprender lo complejo es más divertido que aprender lo simple. A nuestros alumnos les agrada pensar, pero hay que enseñarles a hacerlo de una forma eficaz. Es un mito el pasotismo de los adolescentes. Pero hay que saberlos ver. Reconocer. Disfrutar.

Y es cierto que el que no entienda estas palabras, es posible que no esté en el lugar adecuado. La enseñanza es pura especulación y experimentación. Hay quien dice que todo está inventado. Tal vez, pero no está adaptado a este tiempo. Un tiempo distinto, radicalmente nuevo. Que no tiene que ver con el que era hace veinte o treinta años. Son otras luces las que refulgen. Otras sombras las que acechan, y las menores de ellas no son las de los que creen que ya lo saben todo, que no hay nadie que les pueda enseñar. Un profesor que esté triste o que crea que ya lo sabe todo, o que juzgue sin saber, es un profesor poco afortunado.


El viaje exige riesgo.

viernes, 9 de octubre de 2015

La pedagogía es arte



La llegada del fin de jornada del viernes para un profesor es un momento de repliegue de velas. En su mente resuenan las clases de la mañana y la semana y no es difícil hacer una especie de evaluación emocional por el estado de ánimo que le domina. En la última clase ha cometido un error serio. La planificación y la estrategia de cada clase son esenciales para que funcionen fluidamente. Una conversación familiar ayer sobre el nivel de un ejercicio ha confundido al profesor y ha sobrestimado el de sus alumnos, mayoría de marroquíes, cuyo dominio de la lengua es escaso. Eso ha dilatado el ejercicio y lo ha hecho pesado y cansado. 

Una clase debe ser variada, dinámica, con cambios de ritmo. Las otras clases de tercero de ESO han tenido una buena dosis de emoción. Los alumnos ven en casa los vídeos que ha grabado el profesor, hacen un resumen y contestan a las preguntas insertas en el vídeo. Así, el profesor puede ver antes de entrar en clase quién ha hecho los deberes y quién no. Una aplicación educativa lo permite (Educanon). El nivel de cumplimiento de las tareas es de un 95 por ciento. Solo un alumno, máximo dos, no cumplen con lo estipulado que es ver el vídeo y contestar las preguntas.

La clase comienza. El profesor escribe en la pizarra las tareas para los próximos días, todo cuidadosamente planificado. Y luego comienza una sesión de Kahoot que los alumnos esperan con entusiasmo. Imaginaos a 27 adolescentes con sus ordenadores o sus móviles esperando conectarse con el código que genera Kahoot, acompañado de la música que ya induce la tensión. Son 22 preguntas las que ha diseñado el profesor y que aparecen en la pizarra una detrás de otra. Los chavales han de contestar desde sus dispositivos móviles a una de las cuatro opciones. Dependiendo de la corrección de la respuesta y la velocidad de reacción se crea una lista en que aparecen clasificados. Hay veinte segundos para contestar, pero en diez ya han contestado todos. Son preguntas hoy tipo test sobre el Mester de juglaría, el tema que han visto en casa en el vídeo. La tensión y la emoción es máxima. La lucha entre las chicas es muy apretada. Va variando la clasificación, hasta que llega la pregunta final. Esto dura unos veinte minutos. El resto de la clase es para trabajar sobre mapas mentales. Hoy toca sobre la Lírica tradicional medieval. Han de crear y elaborar en Mindomo un mapa mental sobre el concepto de Lírica tradicional, su historia, sus géneros, las celebraciones en que se daba. Los más aventajados añaden poemillas el mapa mental. La realización de mapas mentales es muy reveladora. Expresa su comprensión del tema pero también su interpretación de las relaciones entre conceptos, las ramas y las subramas que se derivan de los nodos principales. Pueden poner dibujos y fotos, vídeos, cambiar los colores, distribuir gráficamente el mapa mental. No es fácil. Realizar un  mapa mental requiere de orden y capacidad de reconocer las jerarquías de conceptos así como percepción del espacio, claridad visual y compositiva. Y no debe faltar el buen gusto. Como profesor puedo entrar en sus mapas mentales y ver el resultado pero también asistir al proceso de creación en parejas. Hay una función en que puedo ver cómo está hecho el mapa de ideas y las secuencias que lo han conformado.

No tienen apenas papel. Todo lo que hacemos es vía tecnología. Exceptuamos los ejercicios de resumen que hacen cada semana. Han de resumir un texto de cien líneas a diez. Las clases son dinámicas y son de trabajo. El profesor va de grupo en grupo intentándoles orientar. No explica a todo el grupo. Esto ya se da en los vídeos que ven en casa.

Mi teoría es la del aprendizaje en espiral. Llevamos apenas un mes de clases y nos hemos sumergido en la Edad Media y los géneros literarios medievales. Además, a través de otras aplicaciones como Nearpod nos hemos adentrado en la sociedad medieval en todos sus aspectos. No hay apuntes. No hay copia, esa que tan cara les resulta a los profesores. Todo es esencial. Utilizamos la tecnología inteligentemente. La próxima semana les haré un examen de cultura medieval exhaustivo para el que no habrá que estudiar. Quiero ver lo que recuerdan después de esta inmersión a través del juego, la tecnología y los vídeos en casa. No me interesa que estudien. Quiero observar lo que retienen en su cabeza a través de todas las actividades que hemos hecho, unido a la generación de mapas mentales que están llevando a cabo.

Es una intuición, pero espero que su nivel de memorización va a ser muy superior respecto a cualquier otro sistema de trabajo. Hemos utilizado las emociones para aprender. Las emociones y el subrayado de conocimientos sobre los que hemos vuelto desde varias aplicaciones simultáneamente. Una espiral cognitiva. Es otro modo de aprender.

Los veo motivados. Se sienten orgullosos de cumplir las tareas en casa donde ven al profesor hablándoles en la intimidad del hogar. Han de concentrarse intensamente en los vídeos en los que el profesor les hace preguntas sobre lo visto. Han de estar con los cinco sentidos. Ayer había cometido un error en la respuesta de una pregunta sobre el Poema de Mío Cid y rápidamente recibí mensajes sobre el error con un lenguaje sumamente técnico. La mayoría se habían dado cuenta.

Coste humano de esto. Que el profesor ha de ser profesor veinte horas al día al estar permanentemente conectado a las aplicaciones que conforman el sistema tecnológico. El profesor sabe que ha de establecer lazos con sus alumnos. Saber perfectamente quiénes son, cuáles son sus problemas, estimularles, felicitarles, animarles, reconocer sus esfuerzos, sonreírles, darles un apretón en el brazo, dedicarles tiempo, conocer el sistema tecnológico muy complejo para poder resolver cualquier problema que surja. Dominar un montón de aplicaciones educativas, que son prodigiosas, para estimular su trabajo, su comprensión y su avance cognitivo.

Sinceramente, creo que van a aprender mucho más y lo hacen contentos con un grado de implicación y complicidad muy superior a cualquier otra vía. El profesor se desgasta, pero entiende que esto no es ser profesor. Es un arte creativo. La pedagogía es creación intelectual. Como lo puede ser la pintura, la fotografía, el cine, la escritura... En la pedagogía se conjugan todos los niveles de creatividad humana. El profesor así se convierte no en un personaje polivalente a disgusto sino que es un artista. Un artista que goza con la creación y contagia a sus alumnos para participar en una obra colectiva apasionante.


sábado, 3 de octubre de 2015

Me gusta ser profesor


La materia de Literatura Española de Modalidad en segundo de Bachillerato con cuatro horas a la semana desaparece el curso que viene por la aplicación de la LOMCE. Este es mi último curso como profesor de literatura en un espacio que permite una cierta holgura y un tiempo para la reflexión. Para mí no es un problema dar una buena clase de literatura. Esta ha sido mi preparación específica durante toda mi carrera como profesor. He sido esencialmente profesor de literatura y tangencialmente de lengua. Me gusta la literatura como lector primero y como profesor después.

Mis clases de literatura a alumnos de dieciocho años son vivas. La hora se hace corta, para mí y para mis alumnos. Ya nada tengo que perder. Es mi último año por dos razones. Primero porque desaparece la materia de literatura –como he dicho- y segundo porque probablemente ya no sea profesor el año que viene. Y lo digo con sentimiento. Porque pienso que es un privilegio tener alumnos de dieciocho años delante de mí y poderles ofrecer algo que no es un producto enlatado sino sangre de mi sangre. Hablemos del tema que hablemos, en este caso del Renacimiento y el Barroco, intento conectar la materia con el tiempo presente, con nuestros conflictos actuales, con nuestra cosmovisión. Y los observo, a ellos y a ellas, adolescentes con ganas de pensar, aprendiendo a pensar, algunos ateos, otros cristianos, otros musulmanes, y las clases se convierten en un taller vivo de pensamiento en estado puro. Me cuesta reorientar el tema para ceñirme a la materia, tal es la pasión que observo que se vive en el aula. Esperan la hora para desahogarse y dar salida a su magma interno. Y yo, como guía del proceso, doy pie estableciendo paralelismos, por ejemplo,  entre el pesimismo del hombre del Barroco y nuestra sociedad presente. Una alumna se preguntaba hoy en clase si estamos viviendo un tiempo pesimista u optimista. Se ha establecido un debate encendido en el que han hablado casi todos. ¿Es mejor ser ignorante y feliz o informado y amargado? Planteaba una de las alumnas. Hemos desgranado las amenazas pendientes sobre la tierra. En general no ven las noticias. Alguno sí. Pero se quejaban del alarmismo de muchas de las mismas que solo sirven para ser carnaza y vender. Hace diez días todos los noticiarios hablaban de los refugiados y ahora ya no dicen nada. Opinaba uno. El ébola se planteó como una amenaza en que todos íbamos a estar contagiados por el virus y luego no pasó nada. Las clases son así. Veo que les gusta pensar y a mí también. No pretendo llevarles a ningún sitio sino tenerles informados de las grandes crisis que penden sobre el planeta. Pero hemos de volver sobre el tema en que estamos y eso nos cuesta. Cada clase les pongo algún vídeo, algún poema para comentar. Hoy hablábamos de la muerte para los hombres del barroco. Ellos tienen que crear una meditatio mortis como expliqué el otro día.

He de reconocer que cada clase es un show.

Soy consciente, a medida que pasan las últimas sesiones de esta materia de que esta riqueza maravillosa que es la juventud en estado puro desaparecerá de mi vida, y lo siento profundamente. Me enriquecen profundamente, aprendo de ellos, y yo absorbo su fuerza y su potencial y se lo devuelvo en forma de reflexión literaria.

Me gusta ser profesor.


Tal vez cree un canal de Youtube para seguir siéndolo.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

El entusiasmo del profesor


Llevo dos semanas de curso y ya puedo hacer un primer balance provisional de la incorporación de estrategias de aprendizaje radicalmente distintas a las clases. Estas son la punta del iceberg de un proceso terriblemente complejo en que se puede decir que cada clase real supone cuatro o cinco horas de preparación si no mucho más. Mis clases se basan en la utilización de la investigación punta a nivel educativo. No explico. Mis unidades de información están grabadas en vídeo que ellos ven (me refiero a tercero de ESO) en casa. Las grabé durante el verano. Desarrollé la historia de la literatura del programa con mi voz y mi presencia histriónica, imágenes, mapas mentales... Ellos ven el vídeo y yo tengo constancia de que lo han visto y respondido a preguntas que van insertadas en el vídeo que se para. No son difíciles pero exigen atención continua. Yo recibo información de las respuestas. La respuesta ha sido hasta ahora de un ochenta por ciento de seguimiento pero sé que va a ir a más. Cuando llegan a clase les hago un cuestionario en el cañón digital con una aplicación que es una bomba que se llama Kahoot y que les entusiasma y les motiva enormemente. Ellos contestan con el ordenador o con el móvil y el ranking, basado en la corrección de la respuesta y el tiempo de la misma aparece en la pizarra digital, lo que promueve delirios de entusiasmo. La clase es un organismo vivo. Luego el resto de la clase les planteo problemas relacionados con el vídeo que han visto en los que han de aplicar estrategias del pensamiento. Ahora estamos trabajando la comparación. Se pueden comparar objetos, personas, movimientos estéticos, países, autores literarios ... Así que no necesito justificar que es un ejercicio intelectual de primer orden. Y curiosamente no son los más estudiosos los que destacan, que se ven sobrepasados por los más imaginativos y despiertos aunque no saquen notas brillantes.

Las clases son para pensar y pasan en un soplo. Se me hacen cortas y a ellos también. El aula se convierte en un espacio lleno de vida en el que los alumnos recuperan su individualidad y son algo más que alumnos que tienen que asimilar lo que el profesor explica. Es sorprendente cómo se expresan matices personales que los profesores no incorporamos al aula como riqueza porque los asumimos pasivos en las clases convencionales. El aula puede ser algo lleno de vivacidad y espontaneidad en que se aprenda de otra manera y más profundamente. Yo no he renunciado a mantener niveles de rigor importantes en las explicaciones, pero ellos lo ven como un juego. Hoy se hablaba en clase con tranquilidad sobre la METACOGNICIÓN como necesidad educativa, y eran ellos los que se habían familiarizado con este concepto sin esfuerzo.

Quiero que esperen la hora con impaciencia porque se lo pasan bien y aprenden, y a mí me verán igualmente feliz de participar en ese juego imaginativo que es el aprender de otro modo. Se me hace difícil que mañana, la virgen de la Mercé y patrona de Barcelona, haya fiesta y no haya clase. Salgo feliz del aula. Y ya no digamos tras una clase de bachillerato de literatura donde todos disfrutan hablando del Renacimiento y el Barroco con precisión pero con un sentido universal en el que se añaden reflexiones sobre el Islam (hay varios alumnos musulmanes), la muerte, el cerebro y su funcionamiento, la cultura de época, internet, los refugiados... La clase no puede ser un espacio cerrado, tiene que estar abierta al mundo y a la realidad. Además mis alumnos tienen que idear un mapa mental muy complejo a lo largo de un mes del periodo de los siglos de Oro. Trabajo con mapas mentales, una estrategia cognitiva de raíz constructivista que compara la radialidad de los citados mapas con la estructura del cerebro. Para hacer un mapa mental de la cultura de los siglos de Oro han de pensarlo y establecer jerarquías, conexiones y relaciones, documentarlos. Es una labor intelectual interesantísima que asumen con entusiasmo. Crear un mapa mental es adictivo. Yo he elegido MINDOMO tras ensayar con muchas aplicaciones de MIND MAPS. El problema es que es de pago, pero garantizo a todo docente que es una inversión para el centro formidable. Trabajar con mapas mentales es una apuesta por la inteligencia y un grado superior de pensamiento que el de la memorización a que suelen estar abocados nuestros alumnos, pues allí han de aplicar la comprensión profunda.

Para los profesores de materias humanísticas hay aplicaciones de Líneas del Tiempo gratuitas para los alumnos, y para los profesores que se hacen pasar por alumnos, donde en un eje diacrónico se pueden insertar toda una serie de acontecimientos históricos, literarios, filosóficos, culturales, etc. Es otra forma de mapas mentales pero longitudinales y que utilizaré también para mis clases de literatura.

Educativamente hay aplicaciones, generalmente norteamericanas, que son un prodigio por su versatilidad e inteligencia. Yo utilizo desde hace años la plataforma EDMODO como muro para mis alumnos.

El uso masivo de la tecnología no supone una disminución en el humanismo de las clases, sino un refuerzo del mismo, pues los alumnos adquieren otra dimensión que la de ser entes pasivos y receptores de la información que les damos.


Eso sí, reitero que el hecho de renovarse supone un desgaste personal –gozoso- muy fuerte. Y hay días en que llego a las once de la noche totalmente exhausto psíquicamente y que necesito el sueño reparador para levantarme al otro día. Las clases pasan ligeras y no cansan al profesor que no ha de luchar por la atención sino dejarse llevar por el entusiasmo de los chavales que contagian al docente. Y el final del día deja un sabor parecido a ¿eso es todo? Tengo ganas de más.

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