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sábado, 8 de agosto de 2015

El GR11 y el calor de la compañía.


He vivido el Camino de Santiago muchas veces. El cielo inmenso sobre mí. El sudor, seguir las señales amarillas, conocer a gente dispuesta a abrirse, recorrer tierras a pie, el más hermoso medio de transporte. El año pasado fui de San Juan de Luz a Burgos por el Camino Vasco del Interior o Ruta de Bayona. Aquello supuso el encuentro con el País Vasco que me cautivó. Bosques, montañas, pueblos cuidadosos de su entorno, música, paisaje, saludos, el euskera ... De modo que este año he querido volver al País Vasco pero por una ruta distinta. El descubrimiento del GR11 o senda pirenaica, que lleva desde cabo Higer a Cadaqués por los Pirineos occidentales, centrales y orientales,  fue un deslumbramiento para mí. Así que el 26 de julio empecé en el mar Cantábrico, en cabo Higer, cerca de Hondarribia (Fuenterrabía) a hacer mi camino que yo presumía solitario. Volví a ver la ikurriña alzándose señera y en conflicto sangrante con la española, volví a oír el euskera, a percibir tipos humanos muy distintos a los que estoy habituado en paisajes muy hermosos. Hondarribia es un pueblo marinero próspero y bello que vive del turismo francés enfrente de Hendaya. Comí una marmitako en San Pedro Kalea pero para mi decepción fue a precio francés y cantidad igualmente francesa. Una cazuelita mínima carísima. Imagino que si se lo dan a un vasco hubiera habido un problema. Pero los vascos no van allí. Seguí hasta Irún, saludando a la estatua de Pío Baroja en la calle principal. Sobre las tres de la tarde llegaba a Bera de Bidasoa tras recorrer bosques de ensueño de hayas y pinos. Mi primera intención fue visitar Itzea, la casa familiar de los Baroja en Bera, aquel pueblecito donde Pío Baroja escribió tantas de sus obras. Imagino este caserón a principios del siglo XX con la figura de Pío paseando por el jardín encantador. Soy un entusiasta de este vasco y gran novelista español, tal vez el mejor del siglo XX ¿quién si no? Al día siguiente salí de Bera pero tuve una sorpresa que iba a cambiar el signo de esta travesía. A la salida del pueblo, a unos tres o cuatro kilómetros, encontré a dos mujeres que se habían desorientado por escasez de señales claras. Eran Feli y Ana, dos mujeres que se me harían entrañables en los siguientes días, igual que otros compañeros que se unieron, como David y Virginia por un lado y por otro, Rafa. Las primeras eran madrileñas, los segundos, sevillanos y Rafa, catalán, de modo que formamos un grupo variopinto que se convirtió en una caja fantástica de intercambio, risas y charla amena. Yo había imaginado que haría este trayecto solo al ser mucho menos transitado que el Camino de Santiago, pero ahí estuvo la maravilla durante cuatro o cinco días en que formamos un grupo saleroso y lleno de humanidad, que aliviaba el esfuerzo de subir montañas y mis temidos descensos, donde soy especialmente torpe. Así llegamos a Elizondo, el mítico valle del Baztán, donde compartimos unas cervezas antes de irnos a dormir, cada uno a un sitio distinto pues algunos llevaban tienda mientras que otros fuimos a un albergue a la salida del pueblo.

Los montañeros son generosos y solidarios. Y mis cinco compañeros eran enamorados de las montañas, tanto que me transmitieron ese amor que yo ya llevaba dentro hacia el hecho de caminar. Pero en las montañas hay que superar desniveles importantes, tanto en ascenso como en descenso. Temía por mi preparación física poco habituada a desniveles como los que habría de encontrar. Mi mochila pesaba unos doce kilos más el agua que en algún caso eran tres litros pues bebo muchísimo en las subidas. Mi espalda, en los ascensos,  estaba totalmente húmeda y la gorra que llevaba chorreaba agua por su visera. Ni meaba. Toda mi agua salía por el sudor. Pero compartido eran momentos felices. No avanzábamos demasiado rápido, a un ritmo de tres kilómetros por hora lo que nos llevaba a estar caminando todo el día para cubrir unos 28 o 30 kilómetros por jornada. Así hasta Sorogaín donde cenamos en el albergue unos macarrones y una carne mechada que probablemente no fue la mejor del mundo pero que nos supo exquisita tras el esfuerzo y la ducha. Además la temperatura era suave, tanto que hacía frío, cuando sabíamos que en Madrid, Sevilla o Barcelona estaban por los treinta y tantos o cuarenta grados.

Fueron días inolvidables los que protagonizamos los dos catalanes (uno de ellos yo, aunque soy aragonés), las dos madrileñas y la parejita joven de los dos sevillanos. Hubo momentos apoteósicos de risa en que llegué a llorar por los equívocos que se creaban en nuestras charlas. Intimamos, supimos de nuestras vidas y dejamos de ser anónimos en una combinación que yo considero muy afortunada. Todos éramos abiertos, incluso yo que tiendo a la introversión en los viajes. Afrontamos tormentas, nieblas, lluvias cuando nos cogió el mal tiempo en Villanueva de Azcoa (Hiriberri). Todos eran montañeros. Yo el más novato. Feli y Ana son madres de familia de niños pequeños pero sus pactos familiares no les privan de practicar el montañismo, su pasión. David y Virginia tienen un proyecto original que es subir la montaña más alta de cada una de las provincias de España. De ahí su blog y su proyecto Cincuenta montañas en la mochila.


Nos separamos por diversas circunstancias en Ochagavía. Yo seguí en solitario ya hacia Isaba y luego me llegué a Zuriza (ya Aragón), echando en falta nuestras conversaciones y la fuerza del grupo. Hay montañeros solitarios, pero yo prefiero la compañía. Siento que el grupo tira de mí y me hace más llevadero el esfuerzo. Con gran desgaste físico alcancé la Selva de Oza en el valle de Hecho y ahí empezaba el Pirineo puro y duro, con fuertes ascensos respecto al suave que era el navarro. Dormí una noche en un refugio libre con un vasco simpatizante de Bildu, pero me inquietaron sus intentos de saber mi posición política respecto al prusés catalán. Llevaba casi diez días alejado de las noticias y la política y no me interesaba para nada abordarla y menos discutir con alguien que sabía que nunca tendríamos nada en común. Llovió toda la noche en el exuberante valle de la Selva de Oza. Por la mañana, salí al exterior dejando en el saco al de Bildu y me preparé a continuar camino solo, echando en falta a mis compañeros de travesía inmersos ya en una aventura distinta cada uno. Me pregunto qué pensaría Artur Mas de esta convivencia entre todos en maravillosa sintonía, cuando se nos proyecta que nos odian y que nos roban. La política no es para las montañas. Creo que en ellas se percibe un sentimiento de apertura mental ante la inmensidad del paisaje en que se pone a prueba nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Creo.

¿Podría llegar a Canfranc, el final de mi viaje?

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