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miércoles, 1 de abril de 2020

Víctor Nubla (in memoriam)



Con motivo del fallecimiento del músico experimental Víctor Nubla a los 63 años en Barcelona, quiero traer de nuevo un post que escribí en 2010 con motivo de una actuación del músico en mi instituto en abril de 1998. 
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Hubo un tiempo en que tuve un cargo en mi instituto. Era Coordinador de Actividades. Un verdadero lujo aquello de organizar jornadas, semanas culturales, festivales, fiestas… Recuerdo que radiografiaba Barcelona rastreando su vida intelectual y cultural e intentaba hacer llegar a un modesto instituto del cinturón industrial lo más vivo, lo más comprometido, lo más revolucionario y actual que se estuviera cociendo en los antros vanguardistas de mi amada Barcelona. Disponía de presupuesto y libertad para proponer apuestas arriesgadas. El espíritu pedagógico todavía no se había adueñado de nuestras instituciones de enseñanza media y podíamos idear y llevar a cabo experimentos que tuvieran relación con el conocimiento, la filosofía, el arte y la cultura en general.

En aquel abril de 1998 decidimos dedicar unas jornadas a la Poesía Visual de origen conceptual. A través del mundo de la magia, entré en contacto con el mejor representante de dicha poesía, el gran poeta catalán Joan Brossa, que nos hizo el honor de visitarnos y recorrer nuestro taller polipoético de poesía Visual organizado por COU y el recién inaugurado Bachillerato Artístico. Supe que el MACBA había organizado unas experiencias sobre poesía visual y conceptual. Propuse que varios participantes –estudiantes de escuelas artísticas- vinieran al instituto para coordinar la producción y creación de poemas visuales. Por otro lado organizamos unos encuentros con artistas visuales que enseñaron a los alumnos las técnicas de la antipoesía, el OULIPO y la Patafísica.

Resumo rápidamente aquella semana que fue un éxito de participación, de imaginación, de creatividad, de espíritu vanguardista… Pero hubo una anécdota que no quiero dejar de contar. Fue lo más cómico de la semana aunque en aquel entonces yo lo viví de modo distinto.

El uno de abril de dicho año, yo había asistido en el Harlem Jazz Club de Barcelona a un recital de uno de los artistas más célebres y difíciles de clasificar en el panorama de la Música abstracta o conceptual. No sé muy bien si estos adjetivos pueden definir la personalidad controvertida, vanguardista, rompedora, de Víctor Nubla. Tomando unos gin tonic a las doce de la noche pude escuchar su concierto de sonidos de saxo y órgano sin melodía y distorsionados por ordenador. No sabría cómo definir aquella música o antimúsica, pero en aquel contexto me pareció una idea genial para llevar a mi instituto. Dicho y hecho, teníamos amigos comunes y no costó demasiado convencerlo para que viniera a actuar el 23 de abril (Sant Jordi), en aquella semana dedicada a la poesía y en especial a la de Joan Brossa y el mundo de la magia. Víctor Nubla me sugirió que en el gimnasio en que tendría lugar la actuación, colgáramos mantas para evitar la reverberación de los sonidos. Allí estarían en la fecha indicada, él y su compañero.

He dicho que aquella semana fue un éxito pero no he dicho toda la verdad. El concierto de Víctor Nubla era esperado con expectación. Había transmitido que su música era revolucionaria y que era lo más avanzado en cuanto a experimentación.

Ocasión de gala a las doce de la mañana en un soleado día de Sant Jordi, tras toda la mañana llena de actividades polipoéticas, improvisaciones teatrales, creación de poemas visuales… El gimnasio estaba lleno con más de cuatrocientos alumnos esperando los primeros acordes. En el escenario había dos músicos con órgano y saxo y un sofisticado distorsionador que conectaba el sonido amplificado a varios miles de vatios por los altavoces del polideportivo convenientemente manteado según su indicación.

Pues bien. Empezó Víctor Nubla a tocar. El sonido era brutal. En mi vida he oído unos sonidos más monstruosos en cuanto a dimensión. El gimnasio parecía estallar y estar a punto de reventar. Tuvimos que casi taparnos los oídos, y desde luego a las doce de la mañana aquel recital de sonidos desestructurados y antimelódicos estuvieron a punto de romper los tímpanos de los asistentes –alumnos y profesores- que salieron en estampida del gimnasio hacia el patio. He dicho que había dentro unos cuatrocientos en total. A los dos minutos, el gimnasio se había quedado vacío salvo media docena entre los que me encontraba yo que miraba desesperado la situación. Para mi sorpresa, los músicos estaban encantados y no parecieron sorprenderse para nada y continuaron con entusiasmo renovado su antirrecital por medio de juegos tonales, contrapuntos de sonidos industriales salidos de alguna producción hipnótica, delirante y esquizofrénica. Era música industrial, desafinada, conceptual y no sabría más que decir porque en medio de mi desesperación me encontré con esa media docena de alumnos –ningún profe- que se sentaron en medio de la amplitud del gimnasio a escuchar aquello que estaba sonando. Fuimos pocos pero los que se quedaron estaban cautivados por la desestructuración de aquellos sonidos.

Al terminar el concierto una hora después, fui a hablar con los músicos que habían continuado impertérritos durante toda la sesión. Víctor Nubla me vio decaído y me dijo con una gran sonrisa: ¿Bien? ¿No? Yo miré la desolación del gimnasio e hice un gesto expresivo pero me dijo Víctor: ¿No te habrá preocupado lo del público? De las audiencias sólo se preocupan las televisiones.

No entendí muy bien la situación, pero yo estaba al borde del llanto o de la carcajada. Afortunadamente, mi amigo Alberto, que había llevado varias mantas, me invitó en su casa a una exquisita tortilla de patata.

Dejo el vídeo para que os hagáis una ligera idea de lo que fue aquello. No es de la ocasión pero sirve como orientación. No deja de tener gracia, pero quizás mejor oírlo por la noche y convenientemente motivado en otro lugar.

(Macromassa es el grupo de Nubla. Él es el que toca el saxo en el centro de la imagen)

martes, 17 de marzo de 2020

Chavela Vargas y su versión de La Llorona


En estos días de confinamiento, hay multitud de anécdotas. Los paso con mis hijas compartiendo tareas del hogar y demás. Yo soy el que salgo a la calle para los suministros. Siempre hay música con Alexa que nos acompaña (y nos espía). Ayer salió el tema de la canción de La llorona que a mi hija mayor de 23 años le gusta mucho en la versión de Operación Triunfo del año pasado. Entonces le pedí a Alexa que me pusiera la versión de Chavela Vargas. La estuvimos escuchando  pero vi enseguida vi que no le gustaba. Y al final me dijo que ella prefiere la de Alba Reche, una triunfita. Le repliqué que es como comparar a un clásico con un aprendiz de escuela de música, como es en realidad. ¡Tú y tus clásicos! –me dijo-. Luego pensé que la versión de Chavela Vargas es densa, desgarradora, trágica, mientras que la de Alba Reche es ligera y divertida, totalmente desprovista de elementos dramáticos, una surge del sufrimiento y la otra es un divertimento, una es sangre de una vida llena de conmociones y desgarros y la otra es leve, sin más, entretenida. Dos tiempos distintos, dos modos de contemplar el mundo diferentes.

martes, 6 de octubre de 2015

Por qué soy incoherente


El otro día un bloguero amigo hacía referencia veladamente a mi incoherencia pedagógica tras seguirme a lo largo de varios años. Y quedaba sorprendido por mi ejercicio de saltimbanqui este verano en que parece que se me ha aparecido la luz tras la lectura de algunas obras educativas. De tal modo me he convertido en partidario de la innovación pedagógica, esa que viene con siglas extrañas desde el otro lado del océano pero que, a su juicio, consiste en un lenguaje grandilocuente de radical novedad pero que está vacío de todo real contenido innovador pues expresa lo que se ha hecho siempre.

Reconozco mi incoherencia. Yo defendí las tesis de Ricardo Moreno Castillo y su Panfleto Antipedagógico. Apoyaba yo la escuela del esfuerzo frente a una escuela lúdica e inconsistente. Entre mis setecientos setenta posts hay ejemplos de esta convicción contra la escuela del constructivismo y del aprender a aprender.

Soy una persona poliédrica. El hecho de que me enroque en una posición no quiere decir que no esté evaluando constantemente enfoques contrarios o alternativos que rechazo. Mis reflexiones han ido jalonando este blog con flagrantes contradicciones. Quiero pensar que son las propias de un profesor que contrasta sus ideas con la praxis en el aula. ¿De qué modo las ideas de Moreno Castillo me ayudaban a conseguir que mis alumnos aprendieran? Lo intenté. Pero eso me llevaba a estar en un modelo estático y alejado del aula. Y además la constatación crudelísima es que mis alumnos no estudiaban (las características sociales de mi instituto son muy marcadas) y ello era evidente. Yo lo intentaba todo desde ángulos convencionales de enseñanza-aprendizaje. Pero el resultado era magro, escaso. Y además mis alumnos se hacían expertos en el arte de la copia. He escrito sobre ello. ¿Por qué a pesar de todos mis esfuerzos mis alumnos no retenían nada? Me daba cuenta de su escasa atención, de sus dificultades lectoras, de la desatención en el aula. Elucubré mucho sobre ello. Mis compañeros y yo lo achacábamos al medio social, a la falta de hábitos de estudio, a la poca o nula implicación de las familias, a la deficiente culturización, a los medios de comunicación, al estilo de vida, a las leyes educativas... Muchos profesores reclamaban más de lo mismo. Más disciplina, más esfuerzo, más sentido del deber, más conciencia de futuro... Pero nada funcionaba salvo en un pequeño porcentaje que aprovechaba la enseñanza en el sentido tradicional, tal vez un diez por ciento, a lo sumo un 15 por ciento. El resto, un ochenta y cinco por ciento se inhibía, se arrastraba, desconectaba, y algunos lograban pasar, más por la enorme generosidad del sistema que porque ellos hubieran luchado por ello.

¿Por qué pasaba esto? ¿Había que dar más de lo mismo en una fórmula que yo ya preveía condenada al fracaso? La enseñanza era estática, carecía de dinamismo, no aprovechaba las ganas de aprender de un adolescente cuya curiosidad está en el punto de máximo exponente. ¿Por qué los aburríamos? ¿Por qué no les interesaba lo que les contábamos? ¿Por qué todos los profesores solo hablan de esa minoría de alumnos que van bien y desdeñan a los que se autoeliminan o se desentienden?

Detestaba a Ken Robinson al que había visto en algún vídeo que me parecía totalmente fuera de la realidad. Venía a decir que la escuela en que estamos mata la curiosidad y que está pensada para la sociedad industrial pero que no tiene en cuenta el mundo cambiante en que estamos y la realidad de un futuro del que no sabemos nada.

Este verano he visto muchos vídeos de TED sobre educación. Para mi sorpresa me hablaban con más cercanía a mi realidad que las charlas insulsas de mis compañeros de instituto carentes de cualquier tipo de reflexión sobre la realidad que estamos viviendo. No hay nada más vacuo que la conversación con un profesor que sabe perfectamente lo que tiene que hacer porque lo ha hecho siempre. Aquellas charlas me abrieron caminos de pensamiento que estaban dormidos. Leí un libro magnífico de Francisco Mora Teruel titulado Neuroeducación que me ayudó a ver más claro. Los problemas de atención de mis alumnos son comunes a los adolescentes de todo el mundo. Los muchachos solo aprenden algo si esto va ligado a emociones estimulantes, solo aprenden si el aprendizaje va unido a la novedad, hay inteligencias múltiples, la mayor fuente de aprendizaje va unida a la cultura audiovisual, un aula no es un lugar sagrado en que solo pueda haber la voz del profesor. Un aula puede ser un espacio abierto en que se planteen problemas. La materia de un profesor puede convertirse en apasionante. Los alumnos pueden aprender sin darse cuenta, sin apenas estudiar convencionalmente si logramos retenerlos. El juego es el mayor aporte al aprendizaje. Jugando se aprende. Si convertimos el aprendizaje en un juego estimulante podemos llegar mucho más allá que de cualquier otra manera. La tecnología es su lenguaje generacional. El aprendizaje cooperativo es importante. Cooperar aporta mucho al aprendizaje significativo. Y el concepto de aprendizaje significativo se impone. ¿Qué es aprendizaje significativo? Yo lo definiría como un aprendizaje que sirve para la vida, que se puede utilizar para enriquecer la propia experiencia. Y la evidencia de que nuestros alumnos son curiosos, les interesan muchos temas, pero no podemos dárselos como siempre se los hemos dado. Para aprender es necesario un desorden creativo. Un aula no tiene por qué ser un espacio en que haya un silencio absoluto ante un profesor que causa miedo...

Agité todo esto, leí varios libros, seguí viendo vídeos, conversé con alguna profesora innovadora (una rara avis): la inmensa mayor parte de mis compañeros tienen muy claro qué deben hacer y cómo hacerlo lo que no impide que nuestro centro gestione el fracaso más formidable en todos los órdenes, algo que no ha llevado nunca a ninguna reflexión de ningún tipo. Y me dije. ¿Puedo irme de aquí, de esta profesión, sin contrastar con la realidad un enfoque claramente diferente a lo que se está haciendo oficialmente? ¿Por qué no darme el lujo de intentar cuadrar el círculo? Lograr que mis alumnos adquieran un nivel alto y que se diviertan haciéndolo. Y que yo me divierta también. Lograr implicarlos en una dinámica atrayente que sea nueva, que los emocione, que implique a los más proclives al abandono. ¿Por qué no embarcarnos en un proyecto que de entrada me genera una enorme ilusión y que pudiera abrir nuevos caminos? ¿Puedo irme sin probarlo? Es la manzana envenenada del conocimiento que me tienta. ¿Puedo ir más allá de alguna tertulia decadente como Deseducativos, un blog que desapareció en la nada, que se esfumó en el éter sin dejar nada en pie y del que no aprendí nada?

¿Puedo ir más allá de la conversación de mis compañeros de instituto que no genera más que aburrimiento, ganas de jubilarse y decepción?

Tengo una oportunidad y la voy a aprovechar.

Y la incoherencia me importa tanto tanto que me voy a reír de ella a mandíbula batiente. Quiero divertirme, que mis alumnos aprendan a pesar suyo y que esto me suponga un desafío intelectual potente. Porque no es lo mismo. No son refritos de ideas de siempre. Sé distinguir a un docente derrotado y a uno desafiante. Con nervio, con pasión y adentrándose en territorios desconocidos donde las reglas hay que improvisarlas. Esa es la novedad, ese es el desafío. Esa es la vanguardia. Lo que no quiere decir que en la vanguardia renunciemos a la tradición. Se pueden armonizar.


Caña.

viernes, 23 de marzo de 2012

Un descubrimiento estremecedor



Sé que las experiencias educativas son difícilmente exportables o repetibles. Cada contexto es diferente. Lo que en un sitio funciona, en otro es un fracaso considerable, lo que en un ambiente social es un éxito, en otro obtiene resultados decepcionantes. No obstante quiero traer a colación algo de lo que he hablado en otros posts y que pienso que puede ser una referencia útil para profesores osados y que tengan ganas de innovar.

Me refiero al crédito de cine de horror que se articula en cuatrimestres y al que asisten alumnos de primero de la ESO. Está pasando la segunda promoción de alumnos. La experiencia de la primera me llevó a descubrir algunos aspectos relevantes que tenía que tener en cuenta. Es una cuestión fundamental la elección de películas adecuadas. No vale cualquiera por buena que pueda ser. El resplandor de Stanley Kubrick no les ha gustado demasiado a pesar de tener un niño como protagonista y mantener la tensión espléndidamente en un crescendo espectacular. Tal vez era demasiado compleja en la mezcla de mundo de vivos y de fantasmas, lo que les llevaba a desconcertarse. Sin embargo, no fue inútil ver ese filme. Les ha formado inconscientemente su gusto cinematográfico. El encontrar un espacio de dos horas a la semana para ver buen cine es un hallazgo extraordinario. Cada promoción del crédito ve un total de ocho a diez películas sobre las que ha de hacer un pequeño trabajo sobre la parte técnica y expresar su opinión personal sobre la películas. Estos muchachos no están habituados a ver cine sistemáticamente. Ven películas, eso sí; ven series; ven Canal Disney, pero no ven cine con criterio. Tras haber visto Carrie de Brian de Palma, El resplandor de KubrickEl exorcista de William FriedkinThe ring de Gore VerbinskiThe ring 2 de Ideo NakataInsidious de James Wan (película que les ha fascinado a pesar de lo deficiente que es)... ha llegado el momento de ensayar otro tipo de película en que no hay sustos, en que la tensión es contenida, en que la intensidad dramática es alta pero sin sobresaltos y sin subrayados musicales que tanto les gustan. Me refiero a Déjame entrar de Matt Reeves. He escogido la versión americana en lugar de la sueca de Thomas Alfredson. He pensado que estaría más cerca de sus parámetros por ser más explícita. El ritmo es lento, pero el encadenamiento de imágenes y secuencias es sumamente eficaz. Un niño acosado en la escuela encuentra a una amiga singular que va a ayudarlo. Quiero que experimenten con distintos ritmos cinematográficos. He accedido a sus gustos con las películas The ring 1 y 2 y la infumable Insidious. Sabía que les iban a gustar. Alguna muchacha me ha dicho que se le aparece Samara (la malvada protagonistas de The ring) por las noches, que la ve sobre la pared de su habitación.

Estos muchachos llegan superpuntuales a la sesión. No se pierden una y son objeto de envidia generalizada por parte de sus compañeros. El ciclo de horror ha sido uno de los más solicitados de toda la oferta que ha habido. El problema ha sido elegir a los participantes. Pero lo que podría ser algo que fuera entendido como una distracción de bajo estímulo educativo, se está convirtiendo, a mi parecer, en una propuesta sólida y atractiva que les lleva a habituarse al ejercicio de la filmoteca en que se ven películas de culto y otras menos, pero que les van habituando al lenguaje cinematográfico. Es como proponerles un ejercicio de algo atractivo, el ciclo de horror lo es, pero a la vez ir cambiando las piezas porque en el fondo lo que están haciendo es ejercitarse en el papel de espectadores críticos y reflexivos. Es como tenerlos a tu merced durante unas horas. El profesor ha de ser consciente del tipo de películas que les van a gustar (acción, tensión, protagonistas niños o adolescentes, sobresaltos, intriga, relación con el lado oscuro que tanto les atrae...), ha de ser consciente y conocer el género para saber qué nuevas propuestas puede ir añadiendo. No vale cualquier película. Me niego al cine sangriento y cualquier tipo de gore. Quiero que vean filmes intensos en que el lenguaje cinematográfico sea esencial. Déjame entrar está siendo un interesantísimo ejercicio pues juega con algo que a priori no les gusta como es la lentitud, la morosidad, la falta de subrayados musicales y los sobresaltos... pero les está atrayendo. Las imágenes de esos dos niños que tienen la misma edad que ellos (doce años), la violencia en la escuela, la atmósfera inquietante que se genera, la música de Michael Giacchino contenida pero eficaz... contribuye a que el visionado de la película esté resultando altamente interesante y nutritivo. El vampirismo se añade a los temas que hemos abordado en personajes adolescentes o niños que tienen poderes, o son objeto de posesiones diabólicas, o son vehículo de la comunicación con el más allá, con el otro lado.

La cuestión es hacer derivar un ciclo como el horror a una reflexión sobre la poética del  lenguaje cinematográfico. Me recuerda mis primeros años en la docencia en los que podía ofrecer novelas altamente interesantes y exigentes a adolescentes ansiosos de literatura sin saberlo. Ahora el lenguaje fílmico puede ocupar el lugar que se reservaba a la literatura en un tiempo en que la letra impresa ofrece dificultades crecientes para su descifrado y decodificación. El cine es todavía un espacio abierto a la incertidumbre, al descubrimiento y al entusiasmo compartido. 

¡Ah, y tenemos un blog para el ciclo! Estremeciéndonos de miedo.  

martes, 15 de noviembre de 2011

Adolescentes musulmanas y la música


Escucho mientras escribo una canción de Nancy Ajram, cantante árabe nacida en Líbano, titulada Ah W Noss... Me sumerjo en su ritmo, y pienso en mis alumnos marroquíes a los que les planteé hace unos días un ejercicio de redacción en el que tenían que reflejar sus gustos musicales, y su modo de entender la música en sus vidas. Mis alumnas suelen llevar velo (hiyab) en su mayoría. Me preguntaba qué gustos tendrían, qué escucharían en sus ratos libres...

Para mi sorpresa estas alumnas con velo tenían gustos muy occidentales y la música que escuchaban les llevaba, en sus comentarios,  a sentirse libres, a no pensar en muchas cosas negativas, a sentirse felices, a olvidar las penas, a facilitar la concentración... Una de ellas reconocía que cuando escuchaba música su cuerpo no podía resistirse a ella.

Mis alumnas con velo aman la música romántica en que jóvenes disfrutan de su amor, en escenas delicadas en que la seducción juega un papel fundamental. Y no es ajena en absoluto la sensualidad en las imágenes que he podido rastrear en Youtube. Alguna de ellas, una muchacha que me confesaba ayer que quería llegar a ser cardióloga, se sentía fascinada por la música rapera que habla de política, de adolescencia, de la riqueza y la pobreza, de la resistencia contra el sistema, del amor... y que se resume en una palabra en la interpretación de Fabri Fibra (rapero italiano admirado por esta muchacha): contracultura, que lleva a la idea de resistir frente al aplastamiento del sistema de modo que salen frustraciones y planteamientos políticos en las letras de estas canciones.

La música es una forma de libertad y de expresión, la música es imaginación para estas muchachas. Y cabe todo: reggaeton, bachata, salsa, merengue, regada, cha3biya, rap, disco y cantantes que van desde Rihanna, Lady Gaga, Mecano hasta David Bisbal, Beyoncé...

Pero el mayor descubrimiento fue cuando uno de los muchachos marroquíes escribió esto sobre la música: la música no me gusta porque la religión musulmana dice que la música es una de las peores cosas que puede haber. Sigo sin entender el porqué dice eso la religión musulmana, y se lo he intentado preguntar a mi padre, pero nunca lo he hecho. Algún día lo haré pero no sé cuándo.

En consonancia con esta consideración El País publicó el domingo un reportaje que, si no lo leisteis os lo recomiendo vivamente, se titulaba: La música es la flauta del diablo. En él se recogía el hecho de que distintos muchachos en Melilla, en institutos de secundaria, se niegan a participar en las clases de música porque temen que la música les hechice y les lleve al pecado en la interpretación más rigorista del Islam. Los padres, con largas chilabas que dejan ver los tobillos como es preceptivo en los hombres puros,  refuerzan la actitud de sus hijos explicando que es una elección suya y que no están influidos por ellos. Es sabido que en Afghanistán los talibanes prohibieron la música, y que en Somalia el grupo islamista Al Shabah dio diez días a las emisoras de radio para que pararan la emisión de música. Esta interpretación radical avanza en las posiciones salafistas de los musulmanes de Melilla.

Cuando contemplo a mis alumnas con hiyab que reivindican en las letras de las canciones que les gustan, la rebeldía, la contracultura, el amor romántico, la sensualidad con imágenes de muchachas atractivas y con el cabello descubierto, entiendo que algo de razón tiene la intepretación rigorista del Islam. La música abre caminos a la libertad de conciencia, despierta la imaginación, hace olvidar las penas y hace feliz a estas muchachas cuyos cuerpos no pueden resistirse a sus ritmos...

Me pregunto qué pensarán muchos españoles que ven a estas muchachas con hiyab y que quizás creerán que detrás de ellas hay conformismo, sumisión, sometimiento... y me doy cuenta del grave error que supone esto. La realidad es mucho más compleja y sólo hay que ser consciente de sus gustos musicales y las ansias de libertad y de amor que subyacen en ellos. Alguna de ellas me ha confesado que no se casará porque no aceptaría nunca que un hombre quisiera ser superior a ella. Es una de las muchachas con sentimiento más consciente de la libertad de expresión y de pensamiento, a años luz de la toma de conciencia de otras muchachas nativas que viven en mundos mucho más elementales.

La música es la flauta del diablo. Tienen razón. Y con el diablo entran muchas más cosas como el deseo de libertad, la sensualidad y la contracultura.  Puede que la primavera árabe haya sido impulsada fundamentalmente por la música. Nadie ha reparado en ello, pero mis alumnos y yo sí que somos conscientes de su inmenso poder. 

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