Por fin, la noche del doce de enero, tras las navidades para no molestar, Madeleine ingirió un cóctel letal de fármacos. Son medicamentos legales pero que combinados producen la muerte. Figuran en la Guía de autoliberación elaborada por médicos y juristas. La asistencia a la muerte de un suicida en España no es delito siempre que no se le hayan facilitado los instrumentos para realizarlo o se le haya instigado a quitarse la vida. No era esta la situación de Madeleine, que estaba firmemente convencida de su propósito.
No es un proceso banal el que lleva a alguien a quitarse la vida. De hecho es una salida minoritaria en los países en que el suicidio asistido está despenalizado. Sólo un 0,3 por ciento de los enfermos optan por esta salida, generalmente son enfermos de cáncer o afectados por enfermedades degenerativas neuromusculares. La asociación Derecho a Morir Dignamente lleva a cabo una intensa investigación sobre la voluntad de la persona. Sólo en el caso de no haber ninguna duda sobre las intenciones formuladas claramente por el enfermo, se le presta asistencia en el momento de morir, así como asesoramiento psicológico.
Este caso como otros similares logran conmoverme. La publicación de la noticia en el diario El País el 17 de enero ha abierto un emotivo debate en el que han intervenido centenares de comentaristas. En general la actitud es de respeto por la decisión de Madeleine y se elogia su lucidez y su valentía. Algunos escritos reflejan vivencias de personas que han vivido de cerca el ELA. Sus seres queridos terminaron convertidos en muñecos de trapo. Estos son los que más valoran la opción de nuestra protagonista. Se impone la opinión de que nadie tiene derecho a juzgar la decisión tomada en unas circunstancias que hay que haber vivido para comprenderlas.
El caso de Madeleine viene en la senda que abrió Ramón Sampedro y que tan magníficamente fue llevado a la pantalla en la película Mar adentro. La sociedad española está más madura de lo que parece para enfrentarse a un debate como éste. Nadie puede tomar el control de nuestras vidas. Ante un final terrible, con padecimientos físicos y psíquicos horrorosos, sin perspectiva alguna, uno, cada ser humano, ha de sentirse libre para optar, si lo desea, por una muerte digna. No es una decisión fácil. Una vez en posesión de los fármacos letales, la mayoría de los enfermos no optan por tomarlos alegremente. Poseerlos les proporciona una sensación de control de sus vidas.
Me imagino en una situación semejante y no me cabe la menor duda de que procuraría resistir todo lo que pudiera, pero si llegara la enfermedad a un grado de insoportabilidad física o de dependencia absoluta sin solución, me plantearía muy seriamente la posibilidad de una salida semejante. Igual que si un día me viera diagnosticado de Alzheimer sin remisión. Entonces, con plena conciencia de mis actos, probablemente optaría por una muerte digna.
Allá donde estés -Madeleine bromeaba diciendo que estaría en el cielo en forma de nube regordeta- recibe nuestro respeto y nuestra simpatía. No quisiste convertirte en una carga para nadie. Te has ido sin molestar tras una vida vivida intensamente. Estamos contigo. Pensaremos en ti y celebraremos tu liberación. Esperamos que tu caso y otros semejantes abra un debate político en que, como en otros países europeos, la eutanasia deje de ser un tabú. A nadie tampoco puede obligársele. Es una decisión absolutamente libre, pero aquellos que opten por ella merecen nuestro respeto y admiración. Igual que aquellos que, a pesar de todo, opten por vivir, lo que no deja de ser también extraordinamente respetable, siempre que sea haga con plena conciencia. Nadie puede meterse en la intimidad de decisiones como estas.