Este post es la continuación del anterior que quedó interrumpido.
Habíamos dejado el relato hace unos días, como el narrador de El Quijote, con las espadas en alto enfrentándose un grupo de muchachos y su profesor al desconcierto e ira del estamento profesoral ante la sensación de desorden, obscenidad y provocación que se intuía en aquel montaje. El director estaba confuso y desbordado por los hechos, pero el conjunto de alumnos del centro celebraron con entusiasmo esta irrupción inesperada de algo maravilloso en la rutina cotidiana.
El otro día comenté que la creación poética que desplegamos tenía una sólida base teórica. Su realización fue también extraordinariamente coherente dentro de esa apertura a lo que salía del inconsciente que nos llevaba a improvisar según un patrón previamente interiorizado. Voy a detallar el proceso.
Los alumnos debían desarrollar acciones dramáticas individuales durante cinco minutos para luego confluir en acciones teatrales de conjunto (dos, tres o cuatro participantes). El método que utilizamos no fue el stanislavskiano (Constantin Stanislavski) de aprovechar nuestras emociones reales para construir el personaje. Les planteé un método diferente, el brechtiano (Efecto V) de distanciamiento emocional y que soslaya la catarsis aristotélica. Ellos no debían en su actuación representar emocionalmente al personaje sino mostrar actitudes, contar una historia, que obligara a los espectadores a pensar sobre lo que estaba pasando. Además debían aislarse por completo del contexto. Nada de reír o de complicidad con sus compañeros que los estaban viendo. Trabajarían con la cuarta pared. Ellos estaban viviendo una realidad dramática en la que debían aislarse para compartirla únicamente con otros actores. Lo que importaba era que se viviera auténticamente como acción dramática. Y que el público extrajera conclusiones. Que se viera obligado a reflexionar en torno al conflicto dramático planteado entre el mundo rutinario y el mundo que había irrumpido, esencialmente fantástico y maravilloso, pero también entre el poder representado por las instancias del instituto y un acto provocador surgido inesperadamente.
Las acciones de grupo duraban siete minutos. No pude observar todas puesto que yo iba también inmerso en mi personaje. Vi varias. En la cama colocada en un rellano en las escaleras, dos muchachas tumbadas sobre ella representaban una escena amorosa y sensual bajo la mirada atenta y nada expresiva de un cura que se mantenía pasivo ante lo que estaba cuidadosamente observando.
Una muchacha vestida de cocotte años veinte se sentó junto al esqueleto y le pasó la mano por encima del húmero mientras miraban la televisión. La actitud de ella ella era claramente amorosa. El esqueleto fumaba.
Oficiales nazis ordenaban trabajos forzados a prisioneros, policías patrullaban por el recinto, alguna prostituta se puso en actitud receptiva apoyada en la pared, el obispo rezaba por la salvación de las almas por tanta depravación.
Faltaba música. Ese fue un fallo, pero no pudimos solucionarlo.
Siete minutos de acción en grupo para luego confluir todos saliendo lentamente hacia el patio en que el ejercicio desembocaría en un acto colectivo.
La actitud de los alumnos-espectadores fue modélica. Recibieron maravillados aquella sorpresa escénica que no duró demasiado para evitar la saturación y el cansancio. Creo recordar que duró en conjunto 22 minutos desde que sonó el timbre de salida hasta que nos agrupamos todos alborozados en el centro del patio en un montón informe. Luego, tras ese momento de dicha escénica que sólo puede conocer quien ha sido alguna vez actor, nos separamos y levantamos recibiendo un cálido aplauso de los espectadores que no se habían perdido un instante de la actuación.
Vuelta a la realidad.
Yo fui a desmaquillarme al baño y di la clase de lengua de COU sin hacer el más mínimo comentario a mis alumnos que acababan de vernos en la actuación. Nadie hizo preguntas, aunque todos esperaban que dijera algo.
Aquel día todos los estamentos hablaron de las vanguardias artísticas. Hasta los conserjes se habían sumergido en las escenas vividas y comentaban distintos aspectos del surrealismo. Los alumnos llevaron el tema a clase y preguntaron a sus profesores respectivos que contestaron como pudieron. Este fue uno de los aspectos que más me sorprendió y maravilló.
Cuando salí de mi clase de COU a las doce treinta, fui al despacho del director. Los alumnos de tercero habían tenido hora libre. Se habían dedicado, sin ninguna indicación mía, a recoger todo, absolutamente toda la escenografía utilizada. A las doce treinta nada sugería lo que allí había pasado. Todo estaba en su lugar. Los objetos traídos estaban retirados fuera del instituto o llevados a la basura en los contenedores.
El instituto estaba más limpio que cualquier otro día.
Fui a hablar con el director que estaba reunido con la junta del centro.
No se había perdido un minuto de clase, nada se había ensuciado, nada estaba fuera de lugar.
Pero algo sí había pasado en nuestro interior.
- Otra vez creo que tendría derecho a ser informado –me dijo el director con toda la razón del mundo.
- Seguramente sí, pero tu reacción como director formaba parte de la obra. Si hubieras estado avisado, probablemente no lo hubieras autorizado y además estarías ya predispuesto.
- ¿O sea que yo formaba parte de la representación?
- Sí, así era.
Dos días después, volvió a hablar conmigo:
- Muy bien lo del otro día, pero creo que tendríais que pasar por los cursos y explicar a los alumnos, que están totalmente intrigados, el sentido y la explicación de lo que hicisteis.
- Lo nuestro fue un poema, bueno o malo, pero fue un poema. Y los poetas nunca explican el sentido de sus creaciones –le contesté cortésmente y salí del despacho de dirección dejándolo creo que más confuso todavía.
Alguien me calificará de petulante, y tendrá razón. Creo que una de las figuras más tiernas de aquel día fue precisamente el director. Con el tiempo he llegado a comprenderle mejor. Pero en aquel entonces yo era así de repelente, gracias a lo cual, pudimos hacer aquello aquel día. Si hubiera sido más cauteloso, más prudente, no se hubiera llevado a cabo. En fin. Los que si hablamos de lo que habíamos vivido fuimos nosotros los que actuamos. He perdido el contacto con ellos, pero seguro que recordarán aquel día y lo que representa el surrealismo pues lo vivieron como experiencia total. Y el que conoce el surrealismo como proceso de creación poética, ya no vuelve a ser exactamente igual a como era antes.
El título está sacado del Primer Manifiesto surrealista de André Breton.