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lunes, 9 de agosto de 2010

Os eidos

Uxío Novoneyra

En agosto de 2002 hice un viaje con mi amigo Josep -profesor de lengua catalana- por el interior de Galicia. Nuestras conversaciones eran fundamentalmente literarias en aquel recorrido a pie por la entraña de Galicia. Yo llevaba en mi mente la obra de un poeta gallego recientemente fallecido, Uxío Novoneyra (1930-1999), y que había nacido en la sierra de Courel (Parada de Moreda) en el extremo sureste de la provincia de Lugo. Allí pasó su infancia y mocedad hasta que se trasladó a Lugo a hacer el bachillerato. La sierra de Courel es uno de los paisajes más hermosos de Galicia. En ella hay densos bosques entre los que se encuentra la devesa de Rogueira, la fraga más extraordinaria y bella de Galicia. Se llega a ella desde Folgoso de Courel y Moreda. Quisimos visitar el paisaje natal del poeta que hizo del Courel un mundo literario como Juan Benet lo hizo de Región o Faulkner de Yoknapatawpha o García Márquez de Macondo. En la devesa de Rogueira, bosque autóctono de una riqueza y variedad enorme en que se combinan robles, castaños, abedules, encinas y alcornoques, existe la magia y el silencio en un caminar que nos lleva hasta un paraje fantástico que es la fonte do Cervo. Allí, en aquel mundo, tejió Uxío Novoneyra sus imágenes poéticas expresadas en un gallego lleno de palabras de su niñez, que no aparecen en el diccionario normativo, y que se expresan con austeridad y calidez.

Su poesía puede sobrecoger por la profunda tristeza que revela. Este es quizás el motivo por el que lo he elegido para hacer su semblanza. Me atrae su melancolía cuando mira un mundo finito y hermoso. Se podría decir que su expresividad es tenebrista; con muy pocas palabras es capaz de pintar con economía de medios el Courel de la infancia (sus campos, sus montes, sus fuentes, sus bosques...), un universo poético de tonos pobres y oscuros. Yo que no tengo tierra me fascina el arraigo a la suya, su profunda vinculación panteísta con la naturaleza y con las palabras de los labriegos.

En 1955 publicó Os eidos (microtopónimos, los sitios de la tierra que pueden identificarse por un nombre) en una etapa en que pasó nueve años en su Courel aquejado de una grave pleuresía que le llevó a las puertas de la muerte. Con esta obra se inicia el ciclo coureliano en que logra transfigurar lo local para convertirlo en metafísico y universal. Destaca el amor a las pequeñas cosas y la luz que ilumina el paisaje de su infancia. Su obra continúa en 1974 con la segunda parte de Os eidos 2 (Serra aberta, Follas de cantigas, Diario de enfermo, e incluye su célebre Letanía de Galicia), un libro de poética contemplativa, Elexias del Courel (1966) y Poemas caligráficos... Media docena de títulos han convertido a este poeta gallego de izquierda y profundamente galleguista en una referencia necesaria en la poesía gallega y española. Este año 2010 el Día das letras galegas lo han tenido como centro, y también 50 años después, ha sido publicada por primera vez en edición bilingüe -traducida por su viuda Elva Rei- la edición de Os eidos y Libro do Courel.

Su poesía es telúrica y sentimos al leerla el amor a las cosas en su inevitable finitud.

Traemos dos poemas representativos que ofrecemos en una traducción abierta a sugerencias de los lectores:


Serra aberta

Terras outas e soias!

Serras longas mouras!

Eu son esta coor de soedá

Ancares soñados co lonxe!

Penas de Marco de Meio Mundo en ringuileira do

Candedo ás Moás!

Alto da Lucenza Formigueiros Montouto Pía-Páxaro

Tesos cumes do Courel! Pobos probes

Ardidos de tristura mouros de queimados!

Lor ruxindo polo val pecho!

Ucedo e ucedo!

Fontiñas outas

penedos

carrozos escuros

fragas agros soutos e devesas! Labregos e pastoras

que soio vistes

istes tesos e máis estes vales!

Aturula a curuxa e canta o cuco

Medindo o tempo quedo que se para na cor e tornándose

Contra un ven cravarse no sitio onde máis se sinte!

Serra aberta (Os eidos 2)


Traducción abierta

Tierras altas y solas!

Largas sierras negras!

Yo soy este color de soledad

Ancares soñados a lo lejos

Peñas de Marco de Meio Mundo en hilera desde

Candedo hasta Moás

Alto de Lucenza Formigueiros Montouto Pía Páxaro

Montes erguidos del Courel! Pueblos pobres

ardidos de tristura negros de quemados!

Lor bramando por el valle cerrado!

Brezal y brezal*

Fuentes altas

peñascos

torrentes oscuros

fragas campos sotos y devesas! Labriegos y pastoras

que solo visteis

estas cumbres y estos valles!

Ulula la lechuza y canta el cuco

Midiendo el tiempo quieto que se detiene en el corazón y volviéndose

contra uno viene a clavarse en el sitio donde más se siente!


******************************************

Donde che ven a tua tristura

-coor dos teus ollos e son do teu xeito-?

Cas maos máis lenes

recóllela d'iles, déixala no aire e fuxes.

Máis, antes que pase o intre,

volve cair en ti

que xiras, xiras, sin poder sair do circo que te pecha


(Elexías do Courel)


¿Dónde te viene tu tristeza

-color de tus ojos y son de tu gesto-?

Con las manos más leves

la recoges de ellos, la dejas en el aire y huyes.

Pero, antes que pase el instante,

vuelve a caer en ti,

que giras, giras, sin poder salir del círculo que te cierra.

viernes, 6 de agosto de 2010

Longa noite da pedra


Estoy pasando unas semanas en Galicia, concretamente en una aldea que se llama Santo Tomé perteneciente a Vilanova de Lourenzá, cerca de Mondoñedo, Ribadeo y Foz, un pueblo junto al mar. Quiero aprovechar estos días por aquí, y a la vez que preparo comentarios para mis alumnos de bachillerato, voy a publicar cada dos o tres días un poema, elegido sin mucho criterio, de algún autor gallego del que haré una somera semblanza. Sin duda hay muchísimas personas que lo pueden hacer con mayor fundamento. Publicaré también un intento de traducción al castellano que pido sea revisada por los conocedores del gallego que lleguen aquí.

El poema seleccionado hoy pertenece al espléndido poemario Longa noite da pedra del poeta Celso Emilio Ferreiro (1912, Celanova-1979, Vigo). Se consideró sucesor del poeta Curros Enríquez, también nacido en Celanova (Orense) del que publicó una interesante biografía. Formó parte en su juventud de movimientos galleguistas que reivindicaban la lengua y literatura gallegas (Federación de Mocedades Galeguistas fundada por él en 1934). Es uno de los principales poetas modernos que se inició en el postmodernismo y los movimientos de vanguardia gallegos (Cartafol de poesía). Fue reclutado por el bando nacional en la guerra civil y, tras ella, llevó una vida apartada y apagada. Tradujo a Rilke al gallego. Publicó su primer libro en 1954 O sono asulagado (El sueño sumergido). En él muestra su rebeldía poética ante el ruralismo y al sentimentalismo lacrimógeno. Su poesía gira hacia los problemas del ser humano en unas circunstancias concretas, sus angustia y su lucha por sobrevivir. Se está iniciando su deriva hacia una concepción social de la poesía que culminará en su mejor libro que es el que hemos citado arriba, Longa noite da pedra (1962) que se convirtió en el libro de poesía gallega más leído de la posguerra. Sin embargo, Celso Emilio Ferreiro rechazó la calificación de social para reconocerse más bien como beligerante. Mantuvo estrechas relaciones con otros poetas de su tiempo, en especial catalanes como Carles Riba o Salvador Espriu. Este libro es una serie de textos de denuncia, de reivindicación, de resistencia cívica contra la larga dictadura franquista en unos registros cuidadosos, profundamente poéticos e impregnados del lenguaje cotidiano. Recojo uno de sus poemas titulado Libremente, en el que resalta el significado denso y luminoso de la libertad frente a la sombra que acecha obstinada.

LIBREMENTE

Nós queríamos libremente
comer o pan de cada día. Libremente
mordelo, masticalo, dixerilo sin medo,
libremente falando, cantando nas orelas
dos ríos que camiñan pra o mar libre.
Libremente, libremente,
nós queríamos somente
ser libremente homes, ser estrelas,
ser faíscas da grande fogueira do mundo,
ser formigas, paxaros, miniños,
nesta arca de Noé na que bogamos.
Nós queríamos libremente surrir,
falarlle a Dios no vento que pasa
-no longo vento das chairas e dos bosques-
sin temor, sin negruras, sin cadeas,
sin pecado, libremente, libremente,
coma o aire do mencer e das escumas.
Coma o vento.
Mais iste noso amor difícil rompeuse
-vidro de soño fráxil-
nun rochedo de berros
e agora non somos máis que sombras.


Libremente

Nosotros queríamos libremente
comer el pan de cada día. Libremente
morderlo, masticarlo, digerirlo sin miedo,
libremente hablando, cantando en las orillas
de los ríos que caminan hacia el mar libre.
Libremente, libremente,
nosotros queríamos solamente
ser libremente hombres, ser estrellas,
ser chispas de la gran hoguera del mundo,
ser hormigas, pájaros, niños
en esta arca de Noé en que bogamos.
Nosotros queríamos libremente sonreír,
hablarle a dios en el viento que pasa
-en el largo viento de las explanadas y de los bosques-
sin temor, sin negruras, sin cadenas,
sin pecado, libremente, libremente,
como el aire del amanecer y de las espumas.
Como el viento.
Mas se rompió nuestro amor difícil
-vidrio de sueño frágil-
en un roquedo de gritos
y ahora no somos más que sombras.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Ser hombre

Cristo de Carrizo

Oración de uno que no cree en la cripta románica

de la iglesia parroquial de Santa María de Aínsa.


Si el hombre pudiera entender lo que vive,

si pudiera hacer suya la belleza

de un atardecer o una flor,

si pudiera vivir sin contradicciones

que le llevan a desgarrarse,

si sus decisiones estuvieran siempre

ligadas a una causa justa

o al menos razonable,

si sus equivocaciones o errores

fueran menos definitivos,

si en la mirada de esos ojos

que le observan desde el vacío

no hubiera un reproche hondo y doloroso,

si, en definitiva, ser hombre

fuera menos difícil,

menos un cielo de fragmentos

y un profundo desatino en el caminar

en la penumbra…

Si ser hombre supusiera alzar las manos

y recoger los dones del cielo

o fuera, simplemente, dejarse llevar por aguas limpias y turbulentas

o por cascadas o sifones de un barranco en agosto,

o tal vez iniciar un diálogo incierto

con lo que no quieres descubrir.

Si ser hombre fuera un misterio menos profundo,

quizás el desafío fuera menor,

el secreto del unicornio menos enigmático,

y los viajes a las islas o los paseos bajo el mar

serían menos audaces.

Porque ser hombre es equivocarse,

no entender, ser injusto, ser desleal,

ser inseguro, ser indigno…

Todo va en el mismo contrato

y cuando pretendemos ser mejores,

encubrimos nuestra parte inexplorada,

la cohibimos, la engalanamos

de guirnaldas y serpentinas multicolores

para no reconocer que además de santos

somos unos espléndidos hijos de puta,

todo sea dicho con la mayor de las consideraciones

hacia todos los que se sienten piadosos,

apacibles, solidarios, benévolos o superiores a otros.

Ser hombre…

(Escribe los versos que a tu juicio continuarían esta especie de letanía descreída).

sábado, 31 de julio de 2010

Descendiendo el barranco del Formiga.

Hoy ha sido mi bautizo en la bajada de barrancos o cañones. He descendido el río Formiga en Sierra Guara (Huesca). Pedi a la empresa que facilitaba los guías que fuera un cañón de iniciación y no de perfeccionamiento. Creo que no ha podido haber mejor comienzo siendo además un año muy húmedo en que los ríos bajan lujuriosos y torrenciales despeñándose entre las rocas.

Éramos un grupo de ocho más el guía, Pau, catalán afincado en la sierra Guara desde hace diez años. Los demás eran un grupo de siete vascos de Donosti y Zarauz que me han acogido con extraordinario calor y compañerismo. Eran Eva, Nerea, Arantxa, Carlos, Javier, Juanma y el otro no recuerdo su nombre. Han sido unos compañeros geniales que se han preocupado del equipo que formábamos ayudando cuando había dificultades o surgía en algún momento el miedo.

No sé si los que me leen han bajado alguna vez un barranco. Es una experiencia alucinante que desata adrenalina y endorfinas. El río Formiga baja encañonado entre rocas. Para desdender al inicio hay que rapelar (era la primera vez que lo hacía en mi vida) diez o doce metros. Me he agarrado a la cuerda sujeta en mi arnés y me he dejado caer confiando en la experiencia del guía que nos iba orientando. Luego han sido una sucesión de pozas a las que se accedía por entre toboganes entre las rocas, sifones en los que había que sumergirse, chimeneas en las que había que rapelar bajo la potente caída del agua de la cascada. Era un prodigio sumergirse en el agua profunda y clara y fresquita (aunque íbamos protegidos por nuestro traje de neopreno). Lo más emocionante eran los saltos de varios metros a los que había que lanzarse sin pensarlo dos veces. Todos nos ayúdabamos y nos dábamos ánimos. Nadie se quedaba atrás aislado. Cuando había un salto hay un momento de indecisión porque ves el agua abajo a siete metros por debajo y has de apuntar bien en tu caída. Has de impulsarte con fuerza y saltar sin pensar en posición con los brazos cruzados sobre el pecho en el momento de la inmersión. Parecía increíble pero cuando lo veías una vez abajo después de haber llegado bien, te invadía un bienestar maravilloso. Cuando caías te daba tiempo a contar uno y dos y te sumergías con fuerza en el agua. Los compañeros que habían pasado te hacían un gesto de apoyo y los que tenían que seguirte eran orientados por Pau. El agua estaba transparente y he bebido de ella en varias ocasiones. Me parecía deliciosa.

Este descenso ha durando unas dos horas y media. Los hay más largos como el famoso descenso del río Vero que algún día haré. Su principal dificultad es su duración que son unas seis o siete horas que te dejan agotado, pero en cuanto a problemas técnicos es menor que el que hemos hecho hoy.

Cuando hemos acabado nos hemos quedado con ganas de más. Nos hemos quitado los trajes y hemos desandado el camino hasta las furgonetas que nos esperaban en el inicio del camino. Luego una cerveza fresquita nos aguardaba en un pueblecito de esta increíble y onírica sierra de Guara, deshabitada salvo en pequeños pueblecitos en que vive muy poca gente. Es el paraíso de los barranquistas de toda Europa.

Pau nos ha explicado su vida libre e independiente en la sierra Guara. Hemos compartido con él la comida y la cerveza y hemos estado hora y media charlando sobre todo un poco en un camping que invitaba a vivir un verano eterno descendiendo barrancos.

El lunes haré otro, el descenso del Peonera. Ha sido mi bautizo de bajada de cañones, igual que otro día lo hice entrando en una cueva semiprofesional y aluciné con la espeleología, o en otro tiempo practiqué brevemente el submarinismo hasta que descendí a veinticinco metros y me di cuenta de que el mar es tremendamente oscuro a esa profundidad. Me echó para atrás, pero reconozco que el submarinismo es apasionante.

He sido feliz esta mañana. Por la experiencia humana y por el descenso que me hay llevado a dejar el miedo a un lado y lanzarme, confiando en la fortuna, al vacío. Abajo me esperaba una poza honda que me acogía.

Alucinante. El lunes más.

miércoles, 28 de julio de 2010

¿La infancia como paraíso?

Probablemente iniciar este debate a finales de julio sea un error, pero es cuando me surge con fuerza a partir de algunos comentarios en mi anterior post sobre el tiempo de la infancia y el sentido de pertenencia.

Muchos escritores han destacado la infancia como un territorio de excepción, tal vez mágico o sagrado en que nuestras visiones son de una potencia sobrecogedora. Dicen que nuestro único paraíso es la infancia. Josep Fábrega Agea en sus comentarios afirma que la infancia es la patria de todos. Yo le contesté que hay infancias muy diferentes, sugiriendo que hay algunas que son especialmente desoladoras. Josep me contesta que la suya fue triste y pobre, pero que es la única que tiene y que ha necesitado reconciliarse con ella mediante el autoanálisis.

¿Es tan poderosa la infancia en nuestra vida? Si leemos algunas reflexiones de Ana María Matute, es así. La infancia ocupa un lugar singular, único y excepcional en nuestra percepción de la vida. Es como si el niño que éramos nos fuera siguiendo a lo largo de nuestra adolescencia y nuestra madurez. Sin embargo, hay quienes olvidan la infancia y no recuerdan nada de ella o apenas nada. Hay otros que sostienen como Juan Poz en un comentario de hace dos años que :

Lo del universo primigenio de la infancia es, como poco, discutible. La infancia como edad dorada, como tiempo de excepción, no me acaba de convencer. No deja de ser una bonita/bobita figura retórica que encubre siempre la incomodidad con el presente, la inadecuación al aquí y al ahora; además de ponerle sordina a un tiempo de no pocos sufrimientos: causados y recibidos, porque la crueldad infantil no hace distingos. Que haya nostalgia del paraíso, puede, porque, como se describe a la pareja primordial en él, no hay necesidad de trabajar, la gran maldición humana, y se vive en la ignorancia de la comunión con la naturaleza. El hecho de que el trabajo y el acceso al conocimiento vayan ligados es de lo más diabólico que pueda imaginarse”.

Polemicé con mi amigo Poz y le dije:

Juan Poz, bienvenido a la conversación. No tengo otra referencia directa de la infancia que la que viví en primera persona y la que he podido observar en mis hijas. Sin duda, no he dicho que la infancia sea una época fácil, ni que no sea dolorosa y cruel. Por lo que yo sé, puede llegar a ser dramática según en qué circunstancias, pero es una época profundamente filosófica porque se inicia en estado virgen el acceso al conocimiento. Pocas conversaciones tan densas como las que he tenido a los cinco años con mi hija sobre la muerte y sobre dios. El universo infantil es puro, también para la maldad, no está impregnado del utilitarismo y pragmatismo y de la adulteración que nos hace adultos. Es una época de relatos que alcanzan una gran intensidad y no me desdigo de que en ella existe la magia como modo de percibir el mundo. Me puedes decir que todo eso es incierto y que cuando crecemos salimos de los engaños de la infancia. Puede ser, pero no por eso dejan de ser poderosos. Y hay culturas en que no hay tanta distancia entre el mundo de la infancia y el de la adultez en cuanto a cosmovisión. Me estoy refiriendo a las culturas aborígenes o más inocentes como la que describo en mi participación en espectáculos teatrales en Indonesia. Me puedes decir que nuestra facultad más elevada es la razón y que estas sociedades son retrasadas, proclives a las dictaduras y a la ausencia de progreso. Puede ser, pero no deja de ser interesante observarlas y considerarlas. Creo que la infancia es un territorio sagrado y salvaje. Al menos es lo que yo puedo recordar, pero no pienses que yo volvería a ella ni que la tenga idealizada. Fue la etapa más terrible que puedo recordar, pero eso no me impide volver a ella y encontrar en su cosmovisión algo que tiene en común con los pueblos llamados primitivos. Y no idealizo ni la infancia ni a los pueblos primitivos. Simplemente dirijo mi reflexión hacia estos estados del conocimiento en la medida corta de mis facultades. Un cordial saludo.

Esta es la pregunta que os planteo a los supervivientes del verano en un debate íntimo y minoritario: ¿Es la infancia un espacio de excepción? ¿Somos en alguna manera el niño que fuimos y es bueno que sea así? ¿Nos marca el periodo de la infancia? ¿La infancia es un periodo a superar? ¿Es negativa la idealización de la infancia como paraíso? ¿Cómo fue vuestra infancia? ¿Feliz? ¿Dolorosa? ¿Mágica? ¿Terrible?¿Está el niño en la persona que sois ahora? ¿Os sentís niños en algunos momentos? ¿Para qué sirve la infancia? ¿Necesitamos volver a ese estado? ¿Por qué?

Sé que no son preguntas fáciles, pero me encantaría que un pequeño grupo de adultos reflexionáramos en pleno verano sobre este tema.

Iniciaré yo el debate para romper el fuego.

sábado, 24 de julio de 2010

Descubrimientos

Villa de Alquézar

Es difícil condensar en un post las emociones y sentimientos que están avivándose en mis días de estancia en el Altoaragón. Se remueve un sentido de pertenencia a esta tierra que tengo muy olvidado. Hace muchos años que huí hacia otras latitudes, y casi siempre que he vuelto ha sido por circunstancias muy concretas. Soy un aragonés extraño. No participo de los fantasmas de la tribu, como tampoco de ninguna otra tribu, pero me encuentro, tras treinta años fuera de Aragón, que hay personas que detectan mi acento maño simplemente tras decir “buenas tardes” o algo semejante, y me gusta, igual que ayer paseando por las calles de ese maravilloso pueblo medieval que es Alquézar en el corazón del Somontano y de la sierra Guara, junto a los cañones espectaculares del río Vero, que un abuelo que encontré a la fresca en una de las calles jalonadas por arcos de piedra, me dijera que tenía en el habla mis raíces aragonesas. Recorrí junto a mi hija las calles color ocre, magníficamente conservadas, de esta villa coronada por la colegiata de santa María la Mayor en un esplendor de piedras bellísimas que se abren a la profundidad del cañón del río Vero sobre el que sobrevuelan alimoches y águilas calzadas en un vuelo abierto y circular.

Por la mañana habíamos atravesado desde L'Ainsa la onírica sierra Guara, desolada, vacía y misteriosa, atravesada también por cañones profundos que le dan una personalidad única. Nos llegamos a un pueblecito llamado Lecina en el que viven siete habitantes durante el año, todos mayores. Aragón en buena parte está desierto, lo he comprobado en zonas extensas de Huesca y en Teruel. Muchísimos hemos tenido que emigrar por la falta de recursos y la dureza de la tierra. Lecina, como decía, es un lugar singular. Pensé inmediatamente en Frikosal pues tiene que haber una visibilidad del cielo nocturno maravillosa por la escasez de pueblos apenas habitados. Es una comarca telúrica y magnética, así como es un lugar misterioso el paraje en que se alza la encina milenaria de Lecina, muy cerca del pueblecito. Me sentí cautivado por la belleza agreste y dura de estos paisajes que me gustaría recorrer más detenidamente, así como descender algún barranco, tal vez el mítico río Vero que atrae a jóvenes de toda Europa por su atmósfera aventurera.

En alguna manera me siento ligado a estos paisajes que desconocía y los siento un poco míos, pero no quiero que se me note porque tiendo a enfriar las emociones de pertenencia. Siempre he querido sentirme apátrida, periférico, extranjero, en cualquier sitio y por ende también viajero alucinado de cualquier paisaje que recorro de ese país extraño que es España. Sin embargo he viajado por comarcas aragonesas siempre con una encubierto sentimiento de calor y cercanía. Por ejemplo cuando visité Albarracín y la sierra del mismo nombre. Albarracín, junto a Valderrobles y Calaceite en el Matarraña y el citado Alquezar en el Somontano, son pueblos bellísimos, de los más hermosos de España, lo que es decir mucho porque este país cuenta con todavía extraordinarias villas magníficamente conservadas.

Esta mañana he ascendido, como comenté en el anterior post, con mi hija Lucía hasta el ibón de Plan. Han sido tres horas y cuarenta minutos de subida y casi tres horas de descenso, un ejercicio muy fuerte para mi hija que no está habituada a caminar. He disfrutado enormemente de su compañía atravesando bosques de pinos y prados llenos de lirios hasta llegar a ese circo espléndido que rodea al ibón de Plan. Era nuestro primer ibón juntos, pero espero que no sea el último. He sentido en esta pequeña aventura algo próximo a la felicidad cuando, siguiendo el sendero, nos adentrábamos en el silencio del bosque y el sonido de algunos torrentes que hemos tenido que cruzar. Lucía compartía conmigo sus emociones y descubrimientos, y yo, concentrado en la situación, me holgaba y solazaba en su compañía y lo inolvidables que me iban a resultar esos momentos. Me gustaría volver a repetirlo. Espero que a mi hija le guste caminar. Para mí ha sido una vocación desde que pude empezar a hacerlo a los catorce años.

Mañana nos acercaremos a Boltaña, cerca de L'Ainsa a conocer la feria pirenaica de Luthiers que concluye el 25 de julio. Le debo a Amparito la noticia de esta feria. En unos días volveré por estas tierras altoaragonesas y seguiré el festival de títeres de Abizanda y descenderé un barranco cumpliendo un sueño que tengo hace muchos años.

Son casi las once de la noche y hace frío. Por la noche hay que meterse bien en el saco y taparse con mantas. No sé cómo van las temperaturas por otras latitudes, pero esta última noche he pasado bastante frío.

Me quedan pocos días en esta comarca y quiero disfrutarlos. Me ha sorprendido el calor íntimo, que no quiero olvidar, y que he sentido al conocer estos paisajes y paisanajes.

Un saludo a todos.

martes, 20 de julio de 2010

Sueños del Pirineo

Me gusta de vez en cuando aproximarme a las grandes montañas, las del Pirineo de mi juventud que recorrí en interminables travesías durante mi época de estudiante. Hoy no tengo la misma potencia pero disfruto (y sufro) subiendo montañas y collados. Ayer ascendimos desde Saravillo (valle de Chistau) hasta el ibón de Plan también llamado Basa la Mora por los de Saravillo. Fueron tres horas de exigente subida para alguien poco entrenado como yo. Echaba en falta a mi hija pequeña, sobre todo cuando veía grupos de muchachos de su edad que ascendían con esfuerzo entre pinos, abetos, robles y llegaban agotados a los prados de las alturas llenos de lirios bellísimos. Éramos tres los montañeros de secano: Javier y su hijo adolescente Álvaro. Fueron tres horas y cuarto de ascensión hasta llegar al refugio a dos mil metros. Habíamos comenzado a novecientos metros. Desde allí en media hora nos acercamos al ibón que este año brilla con luz propia, rodeado de un circo espectacular de montañas y prados esbeltos que me recordaban a los que aparecen en los Milagros de Nuestra Señora de Berceo. Sentado a la sombrica de unos árboles engullí un bocata de jamón del Somontano que me sentó genial.

A los adolescentes no les gusta caminar por la montaña. En seguida se sienten cansados. Tuvimos ocasión de comprobarlo en diversos grupos de muchachos que subían extenuados y aburridos entre paisajes maravillosos y soberbios. Caminar es un hábito en el que hay que prepararse para sufrir un poco, hay que echarle aguante, y a la vez ser capaz de disfrutar en el recorrido por bosques espléndidos, los regatos de agua y la orografía de la montaña... A veces pienso si la realidad virtual del mundo tecnológico y la televisión han desplazado la capacidad de maravillarse de estos muchachos refractarios al sacrificio. Mañana quiero compartir con mi hija de diez años la subida de nuevo. Iremos los dos solos. Sé que sufrirá pero vivirá una experiencia única que tal vez le deje un recuerdo yendo con su papá. He hecho alguna caminata con ella, pero no tan exigente como esta.

Me gusta el camping y dormir sobre el duro suelo simplemente con una esterilla de goma. El resto de mi familia utiliza colchones hinchables pero yo no los soporto. Quiero sentir el suelo, y además tiene una ventaja añadida. Mi sueño es profundo pero irregular y me despierto cada cierto tiempo y soy muy consciente de mis sueños. Federico Fellini decía que nuestra única realidad son nuestros sueños, y lo disfruto estos días en que duermo intermitentemente. Son sueños extraños, precisos, con una calidad narrativa extraordinaria que me asombra y maravilla. Esta noche han sido especialmente angustiosos. Son tan íntimos que no me atrevo siquiera a sugerirlos o esbozarlos. He vivido toda una secuencia de imágenes coherentes, llenas de dolor que me han henchido de ansiedad y miedo, pero a la vez su fuerza me ha cautivado. Creo que en mi diario más personal haré una reseña de estos sueños. No sé cómo se generan los sueños, pero me intriga la audaz combinación de imágenes e historias que no sería capaz de inventar en mis estados de vigilia. Mi yo soñador es mucho mejor que mi yo despierto. Tendría que tomarlo como inspiración de la narrativa que algún día quisiera iniciar, y que sólo esbozo en este blog. Hay en mí la mentalidad de un artista genial que no tiene correlato con mi capacidad o inteligencia que está muy por debajo de mi potencialidad onírica.

Hoy está nublado y amenaza lluvia. La temperatura es suave. Yo escribo en mi ordenador en la zona wifi del camping y escucho en Spotify a Billy Holliday concretamente A Sailboat in The Moonlight.

Me atraen los espacios de ensoñación. El viento agita los robles, las flores rojas se estremecen, yo escribo. Me he traído varios libros al camping: Grupo de noche de Juan Madrid, Crónica sentimental en rojo de Francisco González Ledesma, al que tengo un apego especial porque yo a mis catorce años empecé a leer novelas del oeste que tenían como protagonista a Silver Kane. Y nunca lo he confesado pero yo era un entusiasta de las noveluchas de tres pesetas de Marcial Lafuente Estefanía. La regla fundamental de estas novelas era la de no aburrir e interesar al lector desde la primera línea. En esta escuela se formó González Ledesma. Además me he traído literatura más selecta como El Danubio de Claudio Magris que empecé a leer en Barcelona y me desbordó por su densidad. Necesito para él, una concentración muy superior a la normal, pero sus primeras páginas me deslumbraron.

En este camping del altoaragón hay una ludoteca, una biblioteca bien surtida y un loro que se llama Paco que de vez en cuando da un silbido reclamando nuestra atención. El restaurante se llama Iglesia de Pepelu, lo que me ha hecho gracia.

Va a llover, leeremos y nos acercaremos por la tarde a Aínsa. Me gusta este ambiente tormentoso y templado, sin hacer calor ni frío. Además escribo y disfruto de esta levedad y maravilla de este tiempo ligero y soñador.

miércoles, 14 de julio de 2010

Eros y thánatos

Hablar de amor y muerte en pleno verano parece extraño. Mi post titulado Rituales recibió comentarios elogiosos hacia la figura de este profesor, pero quiero aclarar que son inmerecidos por completo. El texto del post era pura ficción. En el título lo aclaraba o pretendía aclararlo con esa palabra entre paréntesis. Nunca sucedió lo que firmaba ese personaje apócrifo al que le di el nombre de Sergio Caballero. Nunca llevé a mis alumnos a visitar cementerios, fábricas de ataúdes, institutos anatómico forenses, redes de alcantarillas de Barcelona… Es cierto que una vez en Berga participé en una representación callejera de un grupo internacional que desarrolló la idea de una secta necrófila vindicativa de los ritos de la muerte. Esto es rigurosamente cierto. Fue en agosto de 1987. Y la función en un domingo de verano fue un éxito.

No sé si disculparme porque en el título quería dejarlo claro. Era ficción. La carta la redacté yo, y pensaba que todos los lectores se darían cuenta de que aquello que contaba era imposible. Hubiera sido impensable entonces y ahora plantear un curso que se centrara en la reflexión sobre la muerte. Pero he de reconocer que es una experiencia pedagógica que me he quedado sin llevar a cabo, y me hubiera gustado mucho. La muerte es una de mis reflexiones fundamentales. Yo soy yo porque voy a morir. Todos vamos a morir. No hay ningún lector que lea esto (si hay lectores este verano) que no vaya a tener esa experiencia que yo considero luminosa. La muerte es un tránsito luminoso, tal vez hacia la nada. No sé. Volveré a lo que era antes de nacer. O sea cero. Inexistencia.

Me hubiera entusiasmado interesar a mis alumnos en la idea de la muerte, pero el sistema no lo hubiera permitido. No hay idea más reprimida que la idea de la muerte. No la aceptamos. En otro tiempo se reprimía el sexo de múltiples maneras. El sexo era pecado, suponía la condenación absoluta… El placer era culpabilizado. Sin embargo, la evolución de nuestra sociedad –con la aportación decisiva de la década de los sesenta- ha llevado a desdramatizar y reivindicar el eros… y se puede decir que ha entrado en nuestra sociedad occidental como un compañero de nuestro modo de ver las cosas. Todo nos habla de sexo: la publicidad, el cine, la ficción… El eros en alguna manera es la victoria sobre la muerte, es la ilusión efímera de que somos más fuertes que la muerte. La muerte es, en cambio, ocultada, reprimida, orillada. Sexo, sí; muerte, no. Sin embargo, en la historia han estado unidas, especialmente en la literatura, en nuestras pulsiones existenciales, en nuestra psique… La muerte planea sobre cada instante de nuestra vida. Somos lo que somos porque vamos a morir, y lo sabemos. Los días que me quedan son limitados, tienen un número. Pero no gusta pensarlo. Tenemos en nuestra dialéctica interna múltiples recursos para olvidarlo: no pensar en ello, desarrollar nuestra potencia sexual (hasta que se acaba), consumir, reclamar el placer, alimentar la ilusión de que somos eternos…

Cuando hacemos el amor en sus innumerables formas practicamos el eros, pero también el orgasmo nos aproxima a la muerte, hacia la desaparición de nuestra individualidad, hacia el cero, aunque sólo sea por efímeros instantes… Nos fusionamos con el ser amado y desaparecemos como ego… Instantes, brevísimos microsegundos. Nunca hay mayor proximidad a la muerte que el orgasmo o el sueño, nuestra diaria incursión en la renuncia al ego. Porque vivir es sostener el ego, y la muerte es la aniquilación del ego, su desaparición completa. Nada hay que sobreviva después de nuestra muerte, y ello implica un abismo inconmensurable al que nos gusta aproximarnos porque nos atrae el vacío. No hay voluntad más potente que la tentación de vacío en medio del clímax de nuestra vida, en medio del cenit del verano.

Dejo reposar mi cuerpo sobre la roca frente al mar, es la plenitud del verano, la totalidad del ser, después de un baño prodigioso en que he sido uno, totalmente uno. Sin embargo, hay una pulsión inconsciente de detener ese instante, de hacerlo eterno, de residir en la integridad del ser, y ello nos acerca al éxtasis de la muerte en el momento de mayor expresión de nuestra energía.

No hay sistema educativo que permita hacer una reflexión orgánica sobre la muerte. No lo querrían los alumnos, ni la dirección del centro, ni los padres, ni la administración… Las experiencias del abismo son totalmente reprimidas, pero nuestros alumnos se acercan a ellas mediante el uso de la tecnología que proporciona una ilusión de potencia e inmortalidad, el alcohol, las drogas, el consumismo abrumador que presta otro espejismo de alejamiento de la muerte…

Pero todo es ficción. La muerte planea sobre cada relámpago de nuestra vida. Pero no es de buen gusto recordarlo… Hubo otras épocas en que la muerte era más aceptada y el eros era una forma de combatir lo fugaz de la experiencia. Hoy se la silencia, se la esconde, se la hace desaparecer en nombre del vitalismo, pero no hay vitalismo sin conciencia de muerte. No somos eternos. Es bueno recordarlo, incluso en este verano cenital y que invita a la plenitud. Por ello precisamente, por esa plenitud, es bueno recordarlo.

Y, desde luego, me habría gustado poder reflexionar sobre ello con mis alumnos, pero no hay mayor tabú que la muerte. Un tabú extraño y enfermizo.

Me despido, pasad un buen verano. Dedico este post a María del blog amigo de Ad kalendas graecas que me acompañó en mis reflexiones sobre Rituales sabiendo que eran pura ficción.

jueves, 8 de julio de 2010

Rituales (ficción)


He recibido un correo electrónico que me ha evocado otro tiempo y otro lugar. He cambiado el nombre del remitente y os lo ofrezco a vuestra consideración.

Hola, Joselu:

No sé si se acordará de quien soy. Fui alumno suyo hace veinte años en el antiguo COU. Yo me acuerdo perfectamente de usted y de sus clases. Se podría decir que han marcado mi vida para bien y para mal. Lo que hoy soy se lo debo a usted que me abrió caminos insospechados y poco transitados. Me gano la vida con la palabra como usted nos enseñó a hacer. Escribo elegías fúnebres para funerales civiles y religiosos. Desde sus clases me interesé por el tema de la muerte de la que tanto nos hablaba. Recuerdo las salidas que organizó en el instituto a ver diferentes cementerios, a algún tanatorio, a funerales, a una fábrica de ataúdes ecológicos… Usted decía que éramos fugaces y que pasaríamos mucho más tiempo muertos que vivos. Pensaba en ello en aquella experiencia surreal que supuso la visita al mundo subterráneo de Barcelona, al mundo de las cloacas, alumbrados con linternas. Ese submundo me afectó profundamente. Vi que las cosas tenían varios ángulos y que el lado oscuro no suele ser nunca alumbrado porque la gente le teme. Recuerdo también aquel happening extraordinario en que simulábamos ser una secta necrófila que evocaba la belleza de los rituales de la muerte –perdida totalmente ante el pragmatismo antipoético contemporáneo-. Aparecimos en las calles del pueblo de Berga ataviados de negro, con hachones encendidos y tocando varios de los compañeros tambores con ritmo fúnebre. Llevábamos un ataúd fabricado por nosotros. El ejercicio teatral era conseguir que alguien del público se metiera dentro del ataúd. Entonces vimos el terror que inspira la muerte. Nosotros decíamos a la gente -el texto lo habíamos compuesto entre todos los de la clase- que la muerte era bella. ¡Qué profundo escalofrío lograban nuestras palabras entre los espectadores que ante solo un gesto nuestro salieron corriendo despavoridos por la calle Mayor de Berga!

He de decirle que usted fue genial. Organizamos otra salida, que no fue autorizada por el centro, a un centro anatómico forense de la comarca. Fue la culminación extraordinaria de un año alucinante. No estaba autorizada ni por padres ni por la dirección pero fuimos la mayoría. Todos aquellos muchachos nos sentimos fascinados en aquel curso dedicado a la muerte y la literatura de aquel COU singular. Yo me acostumbré a visitar cementerios a horas sombrías y buscar las tumbas de niños a los que empecé a dedicar reflexiones que redactaba cuidadosamente. Hay todo un arte en las tumbas infantiles. La muerte es un tema magnífico. Durante un tiempo pensé dedicarme a organizar funerales al estilo antiguo, pero observé que la gente estaba demasiado metida en el consumismo para ponerse a pensar en el único acto en que seremos importantes en nuestra vida. Imaginé que me dedicaba al arte sepulcral o al maquillaje de difuntos que en otros países tiene bastantes posibilidades y requiere una enorme imaginación.

He viajado por múltiples países de África, Sudamérica y Asia conociendo rituales funerarios que todavía mantienen su capacidad poética. Aquí hemos olvidado totalmente la maravilla que desarrollan los ritos de la muerte. Hay países en que el funeral dura más de quince días en que la gente come, baila, bebe, habla, ríe… Y el muerto está presente. No se lo tiene por macabro o desagradable. La muerte es un tránsito hacia el enigma como usted nos explicó. En Mexico participé en las fiestas llenas de alegría del día de los muertos. La muerte no tiene por qué ser triste o fea. De ahí la importancia de los rituales de transición. Nada hay más hermoso que un buen funeral en el que no debe faltar el banquete fúnebre con platos afrodisiacos. Nada hay que estimule más el eros que un funeral. Me aficioné a ir a funerales, a visitar los tanatorios y me di cuenta de que la gente necesitaba palabras para expresar su dolor, palabras que no debían ser sólo sentidas sino literarias en las que la retórica es esencial. Escribo en tercetos libres y me adapto a cualquier idiosincrasia y estilo. Lo importante es convertir ese acto del que la gente huye, porque le recuerda tal vez con fastidio su propia muerte, en algo digno, inolvidable, profundamente literario y lleno de emoción. Me empapo de la vida de los fallecidos, hablo con sus deudos y en pocas horas redacto una elegía que no desdice de la que dedicó Jorge Manrique a su padre. Nadie olvida un funeral en que yo sea el escritor del sermón. Me apasiona llevar el consuelo a los familiares y amigos del difunto pero no con los tópicos de rigor. Me inspiro en los surrealistas para tejer un discurso que sale del más profundo inconsciente. Es detestable convertir un acto repleto de potencialidad estética en un bodrio fastidioso. Los que oyen un panegírico fúnebre mío no lo olvidan jamás. Es un arte que llevo en la sangre. Creo que no podría haber sido otra cosa, y todo se lo debo a usted y su espléndida intuición de olvidar el programa oficial de COU y dedicarnos a investigar la muerte en todos los sentidos. Descender a las cavernas extraoficiales y al mundo de las tumbas te proporciona un glamour y una penetración intelectual muy distinta a la de los que se dedicaban a leer libros convencionales recomendados por las editoriales. Sé que es la época del pensamiento correcto y que lo que usted hizo no puede de nuevo llevarse a cabo, pero deberían organizarse más salidas a los cementerios, componer cantos fúnebres, ver un cadáver al menos durante el curso y escribir la impresiones de los alumnos. Pero intuyo que hoy día, desgraciadamente, es más tabú llevarles a disfrutar estas experiencias extraordinarias que repartirles preservativos o llevarles a sex shops. Pero ¿cómo entender el arte del sexo sin haber pensado alguna vez profundamente la muerte?

He descubierto su blog por casualidad, y he visto que no habla de aquel año inolvidable. Quiero hacerle llegar mi afecto y mi recuerdo, por una de las experiencias más motivadoras en las que he participado en mi vida. La nueva pedagogía tendría que reflexionar sobre ello. Pero prefiere vivir en el mundo de Canal Disney.

Sergio Caballero (poeta y artista funerario).

miércoles, 7 de julio de 2010

Matar a Platón



Estoy haciendo pruebas con una nueva herramienta que he conocido a través de Antonio en su blog Repaso de lengua. Pienso que ofrece unas posibilidades extraordinarias, mucho mayores que las que ofrecían los glogs, pero de momento soy muy inexperto. Quede aquí el ejercicio hecho en este inicio de verano. Estoy impaciente por seguir experimentando. Todavía no sé cómo insertar vídeos. Es un recurso altamente interesante y de manejo muy intuitivo.

En la derecha hay una opción de Autoplay en la que, si clicáis, se abrirá el proceso de reproducción. También lo podéis ver en pantalla completa en Fullscreem.

Es sólo un experimento.

Feliz verano.

jueves, 1 de julio de 2010

El general della Rovere

Me atraen los sistemas de pensamiento, los edificios ideológicos que se sustentan en razonamientos lógicos y coherentes con una cosmovisión elaborada, me fascina el crecimiento orgánico de un modo de pensar. Es la historia de la filosofía y el pensamiento en la que pensadores destacados –a veces genios- han desarrollado una estructura de ideas sólidamente establecida.

Me atraen más los pensadores pesimistas que los optimistas, aunque estos no dejan de suscitar mi atención, sobre todo cuando tras una visión luminosa del mundo bien hecho evolucionan hasta pensar que no estaba tan bien hecho. Ese momento de cambio me hechiza. Creo que de los sistemas de pensamiento me interesa más cuando entran en crisis, cuando se convierten en otra cosa, poniendo en cuestión todo lo que eran convicciones firmes. Llega un momento que la exactitud me cansa, me cansa que alguien tenga tan claro todo como para no ponerle comillas a sus convicciones. Suelo leer a Fernando Savater. Lo conocí en persona y lo he admirado desde que leí La infancia recuperada, pero he observado que ha llegado a fatigarme. Me lo sé demasiado, me gustaría que entrara en crisis y que sus argumentos se contradijeran con los anteriores.

Del mismo modo, los que poseen patrias a las que ser fieles no despiertan mi curiosidad, más bien mi hastío, reconociendo, no obstante, sus razones. Me gustaría que algún día se encontraran sin esperanza basada en un trapo o unos colores que les ayudan tanto a resolver la desazón existencial.

Los que poseen sistemas ideológicos firmes suelen hablar con seguridad, con dignidad, con suficiencia, con conciencia de moralidad. Saben dónde está el bien y exactamente dónde está el mal. Me da igual si son a favor de algo o en contra de algo. Lo noto en sus palabras, en su modo de hablar engolado y solemne. Da igual que la realidad sea diferente a lo que ellos juzgan. Ya vendrá la historia –la necesidad histórica- a poner las cosas en su lado moral, limpio, auténtico, puro…

Me interesan las crisis, me gustan las personas en crisis, en eterno proceso de aprender sabiendo que nada es absolutamente firme. No sé si será porque no puedo presumir de pureza racial, ni ideológica, ni nacional… Me siento profundamente impuro y me atrae la impureza, la presencia de la sombra entre las luces. Nunca diré con mucha convicción viva algo, ni me declararé fan de nadie, ni siquiera de mí mismo, de mí menos que de nadie… pero pienso que está bien, no deja de ser un modo de entender las cosas que no se toma demasiado en serio a sí mismo. Son temibles los que se toman demasiado en serio a sí mismos, los que creen en algo con absoluta convicción. No sé en un momento extremo quién me tendería una mano, quién me hundiría hacia el fondo o quién se hundiría conmigo para salvarme, y yo no sé a ciencia cierta qué haría yo. Parto de esa radical falta de convicción en casi cualquier cosa, salvo mi familia, y algunas cosas que sí tengo claras y que se resumen en dos principios que enunció Borges: sé justo y sé feliz. No tengo claro mucho más. Ni falta que hace. ¿Las banderas? ¿Los himnos? ¿Los sistemas filosóficos? ¿Los libros de autoayuda? ¿Las convicciones inconmovibles? Bah. Cuando veo a alguien seguro de sí mismo, me hace gracia, observo su mirada clara, su postura, su posicionamiento moral, sus gestos seguros… Es aleccionador. Supongo que por eso me atrae Dostoievski y todos aquellos escritores que han hecho de la fragilidad humana el eje de su literatura salvando a todos, porque todos tienen de alguna forma sus razones. No hay una Razón, sino infinitas razones, que el observador escéptico mira con ternura y con cierta sonrisa divertida, tampoco irónica y menos sarcástica o burlona. Cada uno vive como puede, adquiere certezas si eso le ayuda a vivir, despliega banderas si eso le proporciona consuelo existencial… pero a mí quien me atrae es el mangante y chorizo que da cuerpo a la película El general della Rovere (1959) dirigida por Roberto Rossellini. Un cabrón que se convierte en héroe y muere con dignidad después de ponerse en la piel del general que la policía nazi le había hecho suplantar para delatar a sus colaboradores en la cárcel.

Me atraen los hombres sin atributos; los que tienen seguridades absolutas me producen miedo, desconfianza y un profundo aburrimiento, aunque los respete y me diga que la naturaleza humana es así. Pero me quedo con los oscuros, los tristes, los ingenuos, los descreídos, los que adquieren la fe tras un proceso de oscuridad, los que pasan a la oscuridad tras poseer una fe.

Y también en los que creen en que puede haber un mundo mejor como el barbero que enseñó a Victorio Emanuel Bertone a saber que se podía esperar en el hombre y el coraje y el valor necesario para serlo en consecuencia.

lunes, 28 de junio de 2010

Catalunya

Acaba de salir la sentencia sobre el estatut catalán. No la he leído, pero tampoco he leído el estatut. O sea que da igual lo que diga. Yo no lo voté. Me he tomado una copa de cava y a continuación escribo sin pretensión de lo que diga tenga la más mínima importancia. No me hagan caso. Me he tomado una copa de cava y estoy un poco ido. Que nadie me tome demasiado en serio. Quiero pensar en Catalunya. La tierra donde vivo, la tierra donde nacieron mis hijas y mi mujer. A la vez siendo totalmente ajeno porque yo nací en otra tierra de la cual apenas me acuerdo. Pero ya lo he dicho otras veces. No sé de dónde soy. Vivir en Catalunya supone cierta esquizofrenia porque el que ha llegado de afuera nunca acaba de situarse. Puede identificarse con los fantasmas de la tribu o no. Yo no me he identificado. Vivo y dejo vivir, pero nunca en mis treinta y un años en estas tierras me he sentido menospreciado o marginado. Es un espejismo lo que se hacen los que juzgan la realidad desde fuera. La realidad catalana es extraordinariamente compleja. Siempre me he entendido bien con los nacionalistas catalanes sin dejar de ser lo que soy, un español galdosiano, tal vez cervantino. A la vez he aprendido a apreciar a Raimon Llull, a Joanot Martorell, a Ausias March, a Narcis Oller, a Frederic Soler Pitarra, a Foix, a Carner, a Papasseit, a Joan Brossa… Nunca he aguantado el sentimentalismo edulcorado de Martí i Pol. Entre mis lecturas preferidas está el Quadern Gris de Josep Pla, heterodoxo donde los haya y al que nunca se concedió el Premi a las Lletres catalanes por su desviacionismo. Admiro a Boadella, el glosari de Eugeni D’Ors, a Pedrolo, a Pere Calders, a Quim Monzó… todo mezclado y heterorodoxo. No es el nacionalismo el que me guía en mi elección sino la calidad literaria. Creo que la literatura catalana es un valor muy estimable en el conjunto de la literatura de España.

Pero esto no es suficiente. Asisto con temor al desprecio que suscita la realidad catalana en los comentarios que abundan en la prensa digital. Nunca me he identificado con el nacionalismo catalán, pero tampoco con el antinacionalismo radical que abunda a veces disfrazado de racionalismo extremo. Jordi Pujol lo explicó en multitud de ocasiones. Nunca le voté, pueden tenerlo por seguro, pero he de reconocer que fue un estadista formidable y que siempre actuó con responsabilidad en la política española. La forma de ser españoles los catalanes es siendo ellos mismos. O sea que la forma de ser español es ser catalán. Esto no se entiende y leo comentarios que muchas veces son hirientes, muy hirientes. Hace unos días mantuve una polémica en un blog que estimaba, por su sectarismo, por su maniqueísmo, por su anticatalanismo radical que apelaba a la falta de moral de la pedagogía catalana, acompañado de una senyera y argumentos sesgados y faltos de rigor. Me hirió. No porque yo sea un nacionalista, que no lo soy, sino por la falta de sensibilidad que en nombre del racionalismo ofende una forma de sentir nacionalista que es la que predomina aquí y que he aprendido a respetar, aunque no a compartir.

Pero es absurdo que yo defienda esto aquí porque yo soy un antinacionalista y no concuerdo en absoluto con el nacionalismo catalán. Pero sí que entiendo su forma de sentirse herido ante muchos comentarios o formas de juzgar una realidad compleja y plural.

Les confesaré que hace años en un famoso pub gay de Barcelona coincidí con una excompañera de facultad de la especialidad de Filología Hispánica en Zaragoza. Se llamaba Carme. Ella, tras unas cuanta copas, me confesó que militaba en un partido independentista catalán pero ella lo que ansiaba era ser andaluza, sentir como los andaluces. No espero que concedan crédito a lo que escribo ni que entiendan que en un viaje que hice a Andalucía con un compañero nacionalista -herido en su niñez por la prohibición y desprecio del catalán- hace más de veinte años, él me hablara en catalán hasta que salimos de los Països Catalans y luego me torturara con cassettes de himnos de la legión o del cuerpo de infantería y que su sueño era hacer el amor con una muchacha andaluza.

Las palabras hieren más de lo que parecen. Es fácil menospreciar, juzgar o condenar lo que uno no conoce. A veces uno piensa que no se dan cuenta de que los catalanes serán españoles siempre que se les respete ser catalanes, en alguna forma diferentes, eso no implica aquiescencia con la política nacionalista catalana con la que soy muy crítico. Pero no estaría mal pensar que uno de los problemas fundamentales de este conflicto es la sensación –muy confirmada- de aversión a los catalanes que sobre todo ansían ser estimados pero siendo lo que son. Y duele leer muchos comentarios que esquematizan la situación. Los que vivimos en ambas riberas –entendiendo los argumentos de unos y de otros- podemos contribuir a una forma superior de entendimiento alejada de los prejuicios y los lugares comunes. No acepto los nacionalismos provengan de Salamanca o de Vic.

Una vez, hace años, en Alcázar de San Juan, haciendo la ruta cervantina, asistí consternado a la destrucción de un azulejo que reseñaba el nombre de un molino. Era el único que estaba roto. Se llamaba Barcelona. Me hirió sobre todo habiendo leído las palabras de un manchego llamado Miguel de Cervantes, extraordinariamente elogiosas con los barceloneses y los catalanes en general.

Pero estoy en un terreno raro que no será entendido por muchos, porque no soy un modelo de catalán ni de español, de hecho no creo que sea modelo de nada. Pero está bien así.

jueves, 24 de junio de 2010

Fragmentos de interior

Dicen que en España no se prodiga la literatura memorialística, aquella que se dedica a indagar en la memoria explorando el pasado, aquello que tal vez ocurrió o que se nos dibuja con algunos colores especialmente densos en nuestra intrahistoria. También es lugar común que no abunda la literatura intimista, aquella que ahonda en los parajes del alma, en los vericuetos de la intimidad, en esas galerías de las que hablaba Antonio Machado. Quiero pensar que son géneros que no concuerdan demasiado con nuestra forma de ser, o que consideramos que son expresión de paisajes que no deben ser mostrados, entre otras cosas por un pudor que juzga que mostrar lo íntimo es algo pornográfico. Sin embargo, en otras literaturas como la francesa y la inglesa son abundantes los libros de memorias y el desnudamiento del yo más íntimo ofreciendo documentos llenos de interés, puesto que dichos ejercicios, cuando van más allá de lo meramente anecdótico, abren campos inesperados y tal vez nos ayudan a iluminar nuestra propia vida.

Es lo que yo llamaría –sin excesiva originalidad- una literatura de la experiencia. Hablar de nosotros mismos no es necesariamente una muestra de vanidad, de falta de recato, de exhibicionismo. Depende, no toda vida ofrece ángulos interesantes y el mostrar aspectos sin el filtro preciso de lo oportuno, de lo que excede a lo trivial, puede ser enojoso. Puede ser que a nadie importe que un día cuando eras pequeño, a los cuatro años, ibas por una calle que te parecía inmensa de la mano de tu madre. Y en ese exacto momento miraste una pastelería llena de exquisitos dulces. Aquella mirada pareció evadirte por unos instantes del desierto que era tu niñez. Sentiste una dulzura triste -extraña- y tuviste una intuición que por alguna razón comunica con el momento presente y que has revivido en algunas ocasiones. ¿A quién puede interesar lo que sentiste hace tantos años? ¿A quién puede sugerirle algo lo que soñaste cuando eras niño, o la vergüenza que sentías cuando llegó la adolescencia y olías tus pantalones anticuados manchados de orines tras llevarlos semanas enteras? Esa humillación no expresa nada en sí misma, pero es reveladora. No depende exactamente de la épica de nuestra vida, no es necesario haber hecho nada en especial importante en el transcurso de nuestra existencia. Todas la vidas son parecidas, todas pasan por momentos semejantes. La suma de emociones humanas no es tan elevada, ni la variedad de sentimientos posibles es tan extensa. Lo que distingue el interés de lo íntimo es una apelación a la universalidad. No es tan importante que caminaras por una calle y vieras una pastelería. No, eso da igual. Es ese momento en que te dabas cuenta de que estabas atado a una mano que no te ofrecía refugio, era una mano que podía convertirse en un cuchillo algunas noches, y en tu visión de niño conectaba con el alma de la tragedia, con la desolación tan profunda del ser humano que luego leíste con emoción intensísima en los dramas ¿tragedias? de Beckett o Valle. Ese sentimiento de exaltación trágica del yo, de anegamiento y ruptura del núcleo duro de nuestro ser, ofrece perfiles que te irán acompañando durante toda la vida. Es duro ser hombre. Es duro crecer pero es imprescindible dotar de sentido a nuestros actos cuando todo lleva a sospechar que somos un grito en el universo que no adquiere excesiva relevancia.

Por eso pienso que esa inmersión en el yo íntimo a veces produce sutiles resonancias, un juego de espejos en que seres distantes se sienten próximos compartiendo ecos, fragmentos de interior, como los llamó Carmen Martín Gaite.

Profesor en la secundaria, tras cinco años en la red, pienso que consiste precisamente en ese proceso de exploración de la identidad, una especie de diario personal en que se mezcla la memoria, la evocación, el arte, la literatura, la poesía, los viajes… Son fragmentos que leídos aisladamente no tienen mucho sentido. ¿Qué pretende éste profesor vanidoso y exhibicionista? Yo también me lo pregunto. Cuando Anna Jordà rediseñó el formato del blog, yo le sugerí la figura de un equilibrista que caminaba por la cuerda floja sorteando el abismo. Pienso que cada aportación que hago no es relevante especialmente, pero sí que aspira a significar, a dotar de sentido a la experiencia, pese a que rozo inevitablemente el ridículo, la sensiblería, a un nivel de parvulario, como alguien ha calificado este blog. Puede ser. Yo también me lo digo y pienso que tiene razón. Nivel de parvulario a mucha honra tal vez. No hay ningún pensamiento denso, peligroso, exaltante, trágico, deicida, sacrílego, amoroso y erótico, compasivo o intensamente doloroso o anarquista que no pueda anidar en la mente de un niño de parvulario. Al menos así lo recuerdo yo.

Quizás haya seres muy sabios que no cuentan nada de sí mismos porque trascienden el ego, pero otros no lo hacen porque no tienen nada que contar. Su yo íntimo es equivalente a un neumático viejo y deshinchado, roído por las ratas que se carcajean de su suficiencia.

lunes, 21 de junio de 2010

Diecisiete años después

No es muy habitual reencontrarte con exalumnos en una cena una porción significativa de años después, casi veinte años, la duración canónica de un viaje. En este caso eran diecisiete. Los alumnos de aquel tercero de BUP ahora rondan los treinta y cuatro años. La convocatoria había sido a través del facebook y en cuanto me enteré, me apunté con alegría por la posibilidad de saber de ellos, de rastrear su trayectoria, de conocer su modo de encarar la vida, sus circunstancias familiares y profesionales...

No acudimos muchos. Éramos en total unos diez. Diversas vicisitudes habían ido tachando nombres de la lista. Pero allí estábamos: Klaudia, David, Rubén, Mari Carmen, Clara, Lourdes, Eva, Rafa, Ezequiel... y yo. Me gustó porque compartimos unos momentos de alegría y también hubo lugar para hablar de nuestro modo de sentir, de vivir, de reflexionar el mundo presente ahora que la vida ya ha dejado huellas profundas en todos nosotros. Varios tenían hijos y ya podían ver la vida del otro lado. A veces me pregunto sobre la importancia que tienen esos años pasados en el instituto en un momento clave de la vida, qué leve poso pueden dejar las palabras de un profesor, su actitud, su presencia. Además compartimos en 1993 y 1994 un viaje a Tenerife, quizás no un destino muy sofisticado, pero quien llena de densidad los viajes somos nosotros. Aquellos días de convivencia sobre los que hice un reportaje fotográfico, que me llena de satisfacción, fueron fecundos y dichosos. Y, como tuve ocasión de ver, también inolvidables para ellos.

Yo era uno más, tan maravillado como golpeado por la vida. La cena en un restaurante gallego y luego un par de horas que pasamos en un pub fueron momentos para conversar, para intercambiar. Klaudia habló conmigo sobre mi crisis como profesor -ella también es profesora- y me animó a seguir luchando, a seguir apasionándome como me recordaban. Tal vez, me decía, no es el nivel lo fundamental, sino esa profunda relación, ese poder acercarte a la vida de esos muchachos y proyectarles un modo de ver la realidad. Es lo que recordaba de mí, es lo que en sus palabras yo les di. No era tanto la literatura sino una presencia, una reflexión sobre la vida y las cosas, un modo de ser, de estar, de vivir...

Eva se ha convertido en una viajera extraordinaria. Ha viajado por todo el mundo: Etiopía, Namibia, Bostwana, Túnez, Zambia, Zimbabwe, Irian Jaya (Guinea Papúa), Indonesia, Cuba, Estados Unidos, Centroamérica, diversos países de Europa. Es sobre todo una enamorada de África. Quizás el viaje que más le haya impresionado -viajando siempre en plan aventurero y acercándose a las culturas que visita- ha sido el que le llevó durante tres semanas por Etiopía. Compartimos nuestro interés y pasión por África, y lo que más me atrajo fue su frase “África es algo que se inyecta en vena. Siempre me pregunto cuándo podré volver de nuevo”. Pero para ella -y para mí- los africanos no son esos pobrecitos desgraciados a los que hay que llevarles ayuda. Su modo de vida es simplemente diferente, viven con lo esencial, mientras que nosotros nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia y el exceso, tal vez en la banalidad. El mundo africano es profundo y denso, repleto de una extraordinaria riqueza. Tal vez sea el pasado, pero para Eva, ojalá fuera el futuro, por la complejidad y dimensión de su relación con el mundo y los demás. También hablamos de la corrupción que introduce el turismo en África por su desconocimiento de las culturas y la tendencia al complejo de culpa occidental o la lástima que se suele sentir por aquellos a los que se menosprecia.

Lourdes es directora de una escuela infantil y le apasiona su trabajo y su relación con los pequeños. La vi muy ilusionada y llena de creatividad y energía, igual que Mari Carmen que trabaja en el sector turismo; a Clara, que ha trabajado para editoriales, le fascinan las relaciones publicas. Ha cursado la licenciatura de Humanidades y ahora, estudios de Protocolo en la universidad de Elche.

Con David estuve hablando de la crisis económica que, a su juicio, es profunda y va a poner en jaque nuestro sistema de vida por el recorte de derechos sociales que va a suponer. Yo le sugerí que de esta crisis podemos aprender a colaborar y tirar hacia delante o luchar y aplastarnos en una jungla de sálvese el que pueda. David reconocía que su generación no va a salir a la calle, pero presiente que los jóvenes de dieciocho años, que son los más perjudicados, tampoco van a hacerlo. Esta crisis va a transformarnos y ya nada volverá a ser como antes, opiné yo. Los tiempos están cambiando de nuevo.

Con Rubén y Ezequiel, no tuve ocasión de hablar en profundidad, pero me hubiera gustado tener un espacio para hacerlo. Rubén, aparte de su labor profesional, es un imitador espléndido. Imita a más de noventa personajes públicos con una exactitud y gracia alucinantes. Ezequiel compartía conmigo la afición a las marchas y caminatas. Sin saberlo, habíamos coincidido en varias marchas organizadas por la asociación de mi barrio a Montserrat, sólo que él llega cuatro horas antes que yo.

Rafa, en paro, me acompañó hasta casa andando. Él era el único que había cursado ESO en lugar de BUP, y era ocho años más joven que los demás a los que no conocía por ser de generaciones anteriores. Me di cuenta de que esa cena también había sido importante para él precisamente porque no estaba pasando un buen momento.

Conclusión. Pasa la vida. Los que fueron algún día tus alumnos se convierten en compañeros, en maestros, en aventureros, en padres y madres, en luchadores, en seres reflexivos, que también pueden llamarte la atención y te dicen: no te rindas. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo”. Seguimos adelante. Lo que pasó hace diecisiete años tuvo su importancia porque nos confirmó en ser buenas personas, en implicarnos en nuestro mundo, en hacernos lúcidos y consecuentes...

En ser generosos, en no creer que lo sabemos todo, en aprender a conocer y respetar a los diferentes.

A ser críticos y exigentes, rebeldes, inquietos, sanos...

¡Viva Saramago!

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