|
Henning Mankell |
Cuando empezaba mi carrera docente, estuve contratado en un colegio privado en
Barcelona. Mi jornada era agotadora. Tenía siete COUs de
Lengua castellana y dos cursos de tercero de
BUP de literatura. Uno de los COUs era especialmente complicado. Entre sus alumnos había varios superdotados, una capa intermedia de alumnos superinteligentes, otros inteligentes y un grupo reducido de alumnos normales. Entrar en aquel curso, yo que me sé no demasiado inteligente, era un desafío tremendo. Y a veces lo pasé muy mal. Uno es consciente de los límites de su inteligencia que no necesariamente compensa con su saber o preparación de clases. Me viene a la memoria esta experiencia lejana porque en estos tiempos estoy dando clase a un curso diametralmente opuesto. Sus componentes son muchachos de circunstancias muy alejadas. Hijos de inmigrantes llegados en patera, muchachos que lo están pasando mal en la crisis, muchachos limitados por diversas circunstancias sociales o humanas… pero en los que late un profundo deseo de saber a pesar de sus limitaciones. Con ellos he realizado el vídeo que habéis visto en el anterior post. Estoy orgulloso de ellos y ellos están orgullosos de sí mismos. Su imagen se ha difundido por el mundo. No siento que esté en un nivel inferior respecto a aquel curso de alumnos sobredotados. Casi al contrario.
¿Cuál es la nueva frontera educativa? El cerebro humano está mutando. Yo no soy el mismo que era hace diez años. Mi imaginación y mi modo de estar en el mundo se han modificado profundamente. Para bien y para mal. Mi capacidad de concentración se ha diversificado. No soy capaz de leer textos largos o complejos. Lejos quedan mis lecturas entusiastas, a las que no renuncio, de
Guerra y paz, de
Ana Karenina, de
Los hermanos Karamazov, de
Moby Dick, de
Sobre héroes y tumbas, de
La montaña mágica, de
Los novios de
Manzoni… Todas estas lecturas forman parte de mi entraña íntima junto a miles de otros libros que me han conformado. Pero mi cerebro es distinto. Internet lo ha hecho modificarse. Mi atención es diferente y mis problemas existenciales son distintos a los que me planteaba hace veinticinco años. Me ha costado mucho entrar en esta nueva dimensión. Los que han seguido la evolución del blog (unos pocos) han podido ser consciente de mis contradicciones.
Mi cerebro ha mutado, y, en lógica consecuencia, el de mis alumnos también. Yo tengo una mayor perspectiva, pero no dejo de asombrarme de dicha transformación. Lo que entendemos por conocimiento no es exactamente lo mismo y pienso cuando digo esto que me meto en un territorio complicado e incierto. Sigo apreciando a
Thomas Man, a
Cervantes, a
Goethe, a
Valle Inclán… pero me doy cuenta de que me muevo en un universo distinto en que las cosas no valen del mismo modo ni aquellos hombres nos hablan igual. Ha cambiado nuestra forma de percibir el presente… que se ha hecho absorbente. Hubo un tiempo en que el pasado era la clave de nuestro mundo. Hoy no. Lo que opinaba
Platón no es relevante necesariamente, el mundo de
Petrarca es lejano… La inmediatez devora todo. Uno siente miedo de sumergirse en este nuevo paradigma en que no se sabe cuáles son las claves. No obstante pienso que una de ellas, si no la principal, es que es un momento extraordinariamente
moral. Me inquieta emplear un término como
“moral”, pero es imprescindible. El presente frenético en que nos movemos necesita de anclajes morales, de discernimiento entre lo que está bien y lo que está mal, de empatía, de solidaridad, de reconocimiento de los sentimientos ajenos…
Vivimos en una atmósfera diferente cuyos niveles de realidad nos desconciertan.
Henning Mankell ha afirmado que
Europa pasa hoy por hoy por
Lampedusa adonde llegan miles y miles de huidos de la
Libia de
Gadafi. Muchos mueren en el mar. Y otros no llegan a un mundo que los acoja. La tierra es, por otra parte, un mar de campos de refugiados. El ciudadano del siglo XXI ha de enfrentarse a un mundo y a un cerebro notoriamente distinto, ello supone un desafío intelectual, moral y humano. Hemos de incorporar el cerebro -que está adaptándose- de nuestros adolescentes a este proceso dinámico y abierto, en que hemos de mostrarles el camino a ser no dogmáticos, generosos y solidarios. No hay un
nosotros cerrado, ni un
ellos distinto a
nosotros. Quizás algunos nos llamen ingenuos, pero es el riesgo que corremos, sumergidos en una realidad mucho más permeable y diversa que el ciudadano común que vive en la inopia y se siente amenazado por un mundo que se le derrumba. Y es cierto: se derrumba sobre todas nuestra certezas. Más vale que nos demos cuenta y empecemos a debatir sobre todo lo que creemos saber. Pero es más bien de lo que ignoramos. No hay certezas. El héroe contemporáneo, lo anunció
Robert Musil, es un hombre sin atributos, pero debería estar imbuido de conciencia moral para discernir, o atreverse a pensarlo al menos, lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que es injusto en un planeta cuyas reglas tienen como norma el atropello y el privilegio de unos sobre los otros. En esto está la clave de nuestro mundo. Esta es nuestra nueva frontera educativa: acercarnos a esos muchachos y hacerles partícipes de la complejidad del mundo con una mirada libre de estereotipos, crítica y analítica, aprovechando el cambio de cilindrada de nuestro cerebro, que hemos de intentar entender, viviendo nuestro tiempo en toda su dimensión y dificultad.