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viernes, 17 de diciembre de 2010

En la planta geriátrica

Pasar un tiempo en un hospital te da una medida bastante aproximada de la fragilidad humana. He estado unos días como acompañante en la planta tercera de un hospital público y he tenido ocasión de asistir en la sección de geriatría al encuentro con el lado menos glamouroso de la vida: la enfermedad, la decadencia y la vejez. Cuando salía de la habitación donde estaba, recorría los pasillos en las largas horas de espera. Algunas habitaciones estaban abiertas, a pesar de los carteles en todas las puertas que pedían, para preservar la intimidad, que se cerraran las citadas puertas. Ello me daba ocasión de ver a los ancianos que allí estaban hospitalizados, observar cómo tenían el estado de ánimo o cómo les daban de comer los visitantes que tenían… Asusta verse en ese espejo que nos está aguardando en un futuro más o menos cercano, pero en esta ocasión he querido contemplar la vejez y las enfermedades que la acompañan no como un fracaso existencial ni como una desgracia, sino como un estado necesario del ser. He querido ver sin anteojeras el hecho de envejecer, sin juzgarlo negativamente, sólo considerándolo como una parte de nuestra vida, como una pieza única en nuestra vida, igual que lo es la niñez o la madurez. He intentado vencer el horror que me inspiraba en otros momentos de mi vida y he considerado frágiles y hermosos a los ancianos que veía. Una de ellos –Teresa- tenía alzheimer desde hace cinco años. Su mirada parecía perdida y tímida. Yo la miraba y le saludaba, pero no interaccionaba con mis miradas. No sé en qué estado estaba. Vagaba perdida en el vacío. Sus hijas –las dos testigos de Jehová- la cuidaban con devoción. He tenido ocasión de hablar con ellas por separado. Recordaban a su madre plena de vida, cantando jotas, activa y vivaracha cuando ahora tienen que cuidarla  como a un bebé, en este estado extraño de desconexión con la memoria de todo lo que un día  fue. Lo más emocionante del caso es ver cómo la trataban, cómo la querían las dos hermanas, personas sencillas y alegres. La madre tenía ochenta y cuatro años y estaba toda llagada por pasarse la vida tumbada. No obstante, su rostro me parecía sereno y en paz.

Otra anciana parecía malhumorada, no quería comer ni beber y parecía dar la impresión de que se estaba dejando morir, como si hubiera llegado ya a un límite de desgaste en que ya hubiera elegido no seguir viviendo. Intuí una vida dramática que abocaba a la desolación y a la soledad, tal vez la desesperación. Su única liberación era la ensoñación en la que pasaba sumida largos ratos. Otro daba berridos cada pocos segundos. Cada uno enfrentaba la situación como podía, y uno podía percibir en la planta un cierto estado de ánimo colectivo.

Uno en la  vejez recibe tal vez lo que ha sembrado y es la culminación de todo lo que se ha sido en vida. Alguna vez llegué a pensar que cuando uno llegara a la edad provecta se produciría en un incierto momento algún tipo de iluminación sobre la propia existencia. Pero me doy cuenta de que esto no es así. Uno es el mismo que ha sido siempre pero viejo. Las metáforas optimistas de que uno crece en sabiduría no son necesariamente indiscutibles.  La vejez es recapitulación, vértigo, atravesar las lindes del desierto, abandono, luz melancólica de otro tiempo que ya no volverá, aledaños de la muerte, aunque también puede ser plenitud y éxtasis, pero para esto tendríamos que preparararnos para saber envejecer. Se ha mitificado tanto la juventud que todo parece decadencia cuando nos alejamos de ella e intentamos prolongarla. No sé tampoco si la vejez habría que asumirla con un gesto de rebeldía o de estoicismo. Ayer me enteré que Juan Belmonte, el famoso torero amigo de Hemingway que lo hizo personaje de sus novelas Fiesta y Muerte en la tarde, se suicidó a los setenta años enamorado de una jovencísima amazona que no le correspondía, y aquejado de una dolencia que le impedía montar a caballo. ¿Fue el suyo un acto de rebeldía e insumisión ante lo inevitable?

Miraba en mi deambular por los pasillos blancos a los internados y el contraste vivo con las jóvenes enfermeras que los cuidaban positivas y llenas de vitalidad. Descubrí alguna mirada de alguno de los ancianos que se dirigía llena de deseo hacia la juventud y la belleza que representaban esas ninfas de los pasillos que tratan con familiaridad a los ochentones. No hay sitio en que más se aprecien unos ojos hermosos, una voz amable, unas curvas insinuantes debajo del uniforme verde que en un hospital en la planta geriátrica. No sé por qué la enfermedad por contraste nos lleva al ansia de belleza y de sensualidad. También lo hace la presencia de la muerte, y probablemente la vejez.

Me queda la ilusión de que puede deteriorarse la cáscara, pero seguir  animoso y potente el espíritu. Pero no sé si esto es sólo una imagen que ansío. En algunos ojos de aquellos ancianos detectaba la desilusión y la rendición más que el desafío.

Me imagino siendo algún día en un hospital un viejo lleno de pensamientos inspirados por Venus, pero eso sí con un rostro de no haber roto un plato en mi vida. Nadie sabrá jamás qué pasa por mi imaginación. Sólo vosotros que me leéis desde la lejanía.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Las ciudades invisibles

                                                       Fueye, Alejandro Lucas Debonis
Tengo en mi nevera un imán que compré en el Caixaforum que recoge una cita de Federico Fellini. Dice: Nuestros sueños son nuestra única vida real. Me dije que algún día escribiría un post tomando como base esta reflexión. Hoy sábado, ya oscurecido, ha llegado el momento del desafío de hacer justicia a algo que me parece completamente cierto. Todos soñamos y a veces recordamos los sueños, otras veces no. Ha habido temporadas en que procuraba anotar cuidadosamente todos los sueños que recordaba, especialmente cuando el azar o la fortuna me deparaba la posibilidad de un viaje que me sacara de mis coordenadas abrumadoramente repetitivas.

Soñar. ¡Qué hermosa palabra! Me gustan los sueños de ciudades imaginarias por las que me muevo lleno de sorpresa y admiración. Recorro la ciudad, desplazándome a barrios extremos. Es una ciudad conocida pero transformada y revestida de maravilla. Me muevo por una Barcelona con  barrios en la montaña, deambulo por sus callejuelas por las que no parece haber pasado el tiempo. Es como si me devolvieran a mi infancia, pero yo no viví mis primeros años en Barcelona. Fue en otra ciudad a orillas de un río turbulento. Atravesaba una pasarela que se bamboleaba movida por el viento en tardes de tormenta, y abajo el río, denso y peligroso, me llenaba de miedo y fascinación. Abandonar la niñez es una gran tragedia de la que no nos reponemos nunca. Sólo los sueños, al menos los míos, en esos viajes oníricos que realizo a Nueva York, a París, a Alaska, a Winnipeg o a una Barcelona que no existe fuera de la imaginación, llegan a conectarme con la cosmovisión lúcida y terrible de la niñez, en que la visión de las cosas es nueva, incontaminada y  pura. Sólo los paisajes de los sueños me comunican con la niñez, que viví desolado, pero a la vez estremecido por la belleza de contemplar un mundo por primera vez.

Recuerdo nítidamente mis paseos por esas ciudades imaginarias e invisibles. Meses y años después los sigo teniendo absolutamente nítidos en mi recuerdo. Son más reales que los paisajes que recorro en mi vigilia con ojos rutinarios. El sueño es la plasmación de mi ansia de infinito que hallo a veces también en el territorio de la literatura. Acabo de leer un libro curioso de Italo Calvino. Se titula El barón rampante. Sucede en la Italia del siglo XVIII. El protagonista es el barón Cosimo. A sus doce o trece años, tras un enfado con su padre, decide subirse a un árbol del jardín, y allí permanecerá para siempre, desplazándose por todo el país a través de la copas de los árboles. Desde allí contemplará la vida y la historia sin bajar nunca más de los árboles. El mismo Voltaire irá a verlo en su vida rampante, e incluso el emperador Napoleón conversará con él. Es un libro extraño porque detrás de la fábula de pasarse la vida subido a los árboles, he creído ver la misma locura que afligió a don Quijote que decidió a sus cincuenta años convertirse en caballero andante y salir al mundo a proteger a los desvalidos. Don Quijote y Cosimo participan de locuras parecidas ante una vida real asfixiante en que los sueños son nuestra mayor y mejor huida de esa realidad. Los sueños y la literatura.

Como cantaron Lole y Manuel: Las caricias soñadas son las mejores.

Porque también hay sueños eróticos, estremecedoramente verosímiles. No los olvido jamás. Lástima que no se prodiguen más, y que sea un azar acceder a ellos en algunas noches de tormenta. Aunque no sé si la palabra es sorpresa. Es algo más allá, es la antesala de algo que no llego a entender. Creo que yo a mis veinte o treinta años hubiera sido un claro voluntario a experimentar controladamente con algunas dosis de LSD o mescalina. Nunca tuve ocasión de hacerlo, pero entre mis libros de cabecera está Las puertas de la percepción de Aldous Huxley. Su lectura me llevó a imaginar y desear la experimentación con alguna sustancia alucinógena que no llegó desafortunadamente a producirse. No sé por qué imagino que la visión que me hubiera llegado no sería tan diferente de la que recuerdo de mi niñez o de algunos sueños o de algunos viajes. Supondría ver la realidad transfigurada, iluminada, distinta, potenciada, más allá de nuestra mirada habitual que no llega ya a soprendernos, ni a excitar nuestras neuronas que genéticamente están programadas para soñar, pero vivimos aherrojados en un cuerpo físico que se deteriora inexorablemente, se colesteroliza, se arruga, para algún día tal vez participar de nuevo –esto lo imagino-  en una cosmovisión de la misma sustancia de los sueños, la literatura, o los fragmentos que nos quedan de la niñez. Tal vez esto sea la muerte. Un nanosegundo de visión totalizadora en la que cabrá toda la eternidad. Tal vez no haya nada más, pero ese instante infinitesimal será superior a toda la existencia. Los místicos llegaron a vislumbrarlo. Y don Quijote que murió tal vez soñando que volvía a ser caballero.

Pero no me hagan caso. Son divagaciones extrañas de una tarde de sábado en que escucho a Richard Bona y divago entre volutas de humo imaginario. 

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El caramelo


Esta foto que encabeza el post no deja de fascinarme. Es un recorte de la que apareció en el dominical de El País el pasado domingo. Es una concentración de miles y miles de personas en perfecta formación estética y colorística en Corea del Norte, un país hermético dominado por una dictadura férrea que ubica a cada ser humano en un sitio evitándole la carga de la individualidad e insertándole siempre como una pieza al servicio del partido de los Trabajadores y de la masa del pueblo. No existe la libertad y todo se basa en el culto a la personalidad del líder al que se idolatra y venera como representante de los más altos valores morales y sociales.

Por otro lado, la otra mitad de la península de Corea, Corea del Sur, un país democrático, acaba de ser noticia también por su extraordinaria escalada en los puestos más relevantes de nivel educativo que emite el informe anual Pisa sobre comprensión lectura, competencia matemática y científica. Corea del sur junto a Shangái, Hong Kong, Singapur y cerca Japón y Taipei ocupan los más altos puestos en nivel educativo según la información que registra el citado informe.

¿A qué se debe la altísima calificación de estos países orientales mientras países como Estados Unidos obtienen una posición discreta? No hablemos de España que ocupa un lugar muy inferior en todas las pruebas.

El País publicaba asimismo un reportaje el lunes 6 de diciembre de 2010 en que daba algunos datos relevantes sobre la educación en Corea del Sur. Entresaco algunos datos: los profesores son contratados entre los mejores de cada promoción, los alumnos van a clase hasta once horas cada día, presionados por los padres, y en casa han de seguir estudiando o asisten a academias privadas tras el colegio – las llamadas hagwon – para conseguir mejores resultados escolares. Es frecuente que los alumnos que se preparan para la universidad regresen a casa a medianoche, después de sesiones especiales de estudio. El nivel de competitivad es altísimo así como el nivel de disciplina y respeto por la autoridad de los profesores. Tengamos en cuenta que la educación primaria es gratis, pero la secundaria no, lo que implica que las familias tienen que pagar elevadas cantidades por la educación de los hijos, un promedio de 522 € mensuales en educación privada. El 98 por ciento de los surcoreanos entre 25 y 34 años ha promocionado la escuela secundaria.

Subrayamos que los valores sociales son muy elevados. No es Corea del Norte, pero la aceptación de la autoridad, de las normas, la sumisión al orden social y la supeditación de la individualidad al conjunto son muy altas.

Como contrapunto, señalar el alto nivel de estrés de la vida escolar que llega a derivar en un alto porcentaje de suicidios por no haber obtenido unos resultados suficientes en primaria, secundaria y bachillerato. Algunos profesores cuestionan el sistema basado en la memorización, el aprendizaje orientado a los hechos, el planteamiento autoritario de la enseñanza y falta de importancia de la creatividad. El diario El País comentaba que hay muchos niños que no se sienten felices con este modelo educativo de altísima exigencia basado en la excelencia y la autoridad. También se señala el agotamiento con que llegan los alumnos a clase por las horas extraordinarias que tienen que estudiar en academias o en casa.

Me fascina el contraste entre modelos autoritarios y modelos permisivos y democráticos en que la autoridad del profesor es cuestionada en todo momento o se basan en resultados mínimos llamados competencias básicas y no en la excelencia. Sin duda, los modelo asiáticos no pueden ser un referente para nuestras culturas mediterráneas o europeas basadas en el consenso, el pacto, la mediación entre niveles educativos, el bienestar del alumno, su felicidad, el no llevarle a experiencias agotadoras o negativas.

Tampoco me cabe duda de quién es el futuro del mundo.

Hay un documental muy famoso en que se expone que el profesor ofrece un caramelo a sus alumnos de parvulario, un caramelo que les encanta, una auténtica golosina. Les dice que él se va a ausentar un rato, pero que si quieren pueden comerse el caramelo. Aquellos que esperen a que él llegue, al cabo de un periodo medio largo de tiempo, recibirán un caramelo extra y se comerán dos.

El estudio siguió la evolución de los estudios académicos a lo largo de los años de estos alumnos. Se valoró a quienes se habían comido el caramelo sin esperar al profesor (la mayoría) y a quienes difirieron el placer y atendieron la llegada del mismo. Estos últimos obtuvieron doble satisfacción.

¿Se imaginan quiénes obtuvieron mejores resultados académicos a la larga? ¿Los que se comieron el caramelo o los que esperaron? Pongan en relación esta reflexión con los modelos de educación que vivimos –en que se busca siempre algo que sea agradable para los alumnos- o los modelos que son duros, autoritarios, exigentes… ¿Llegamos a alguna conclusión?

viernes, 3 de diciembre de 2010

La condición humana


En mi último post planteaba algunas reflexiones sobre la horizontalidad de la época  que estamos viviendo. Hacía referencia al libro de Ortega La rebelión de las masas –aspecto que recogió un comentarista- planteando que éstas en la era contemporánea cortarían metafóricamente la cabeza de todo aquel que pudiera destacar o sobresalir de la masa social. No me refiero a las élites financieras, empresariales, deportivas o políticas… sino a las élites intelectuales, morales y éticas cuya realidad no implica un reconocimiento de los medios de comunicación o de la sociedad, o si lo hace, no supone la deslegitimación de su valor de compromiso humano.

¿Existen dichas élites? ¿Se las puede llamar élites? ¿Son personas que suponen una referencia para nosotros mucho más allá del famoseo o los manipulados premios institucionales que se premian a sí mismos?

¿Qué personas en la historia lejana o reciente o en la actualidad suponen un polo moral intelectual o ético al que acogerse en este tiempo de aparente relativismo y mediocridad? ¿Qué voces son esenciales y merecen que las escuchemos? ¿Por qué?

Como profesor me temo que si esta pregunta fuera formulada a mis alumnos de bachillerato humanístico de dieciocho años no sabrían responder en absoluto fuera de algunas figuras deportivas o cantantes de moda que son sus referentes además de los que alcanzan la notoriedad en algún programa deprimente de televisión? Me pregunto por qué esto es así. ¿No hay nadie digno de ser admirado y respetado por su valor y compromiso intelectual y moral que llegue por ósmosis al conocimiento del adolescente medio? ¿Son estos valores los que están en crisis frente a una inmensa manipulación mediática que nos deja inermes antes la vaciedad y la banalidad?

¿Qué o  quiénes –para vosotros- son dignos de ser respetados y escuchados? ¿Qué voces -vivas o muertas- tienen una fuerza y credibilidad extraordinaria por su compromiso con  la condición humana

martes, 30 de noviembre de 2010

Respirando alegremente en la calle


Cinco años en la blogosfera, 447 entradas, 9533 comentarios. Me hago preguntas sobre esta necesidad de permanencia, de seguir encendiendo mi voz buscando la comunicación y la chispa que surge cuando hay una idea que me ilumina –que nos ilumina-. Soy un hombre antiguo, conservador. Me gustaría poder parafrasear a Valle y calificarme de “feo, católico y sentimental” como su personaje el marqués de Bradomín. Mi padre y yo coincidimos en pocas cosas, casi en ninguna, pero hubo una en que me he reconocido en él: la admiración por el marqués que sedujo a la Niña Chole en La Sonata de Estío. Siete le echó en el convento camino de Veracruz tal vez. Me fascina esa conjunción entre lo religioso y lo profano. Pienso que nuestro mundo racionalista, debelador de mitos, devoto de los centros comerciales y los iPad (creo que me compraré uno esta navidad), ha perdido algo sustancial al alejarse de la religión. Uno antes podía pecar múltiples veces y arrepentirse, sentir en el alma la quemazón del pecado, pero ahora no siente la trascendencia: uno es un canalla y no siente nada especial. El marqués de Bradomín es español, como yo, pero establece una diferencia: a un lado él y al otro lado todos los demás españoles. Así sentimos los seguidores -¿hay alguno más?- de aquel personaje genial de Valle.

Me pregunto si sería posible un autor de la dimensión de Valle en estos tiempos. Creo que le tocó vivir un tiempo ajustado a su realidad. Hoy somos pálidos remedos de personajes o personas que sobreviven aherrojados por el pensamiento correcto. No hay lugar para la individualidad. Vivimos una época esencialmente gregaria y horizontal. Nadie alza su testa por encima de la multitud. La muchedumbre exige las cabezas de aquellos que quisieran –o podrían- destacar. Y la voz de estos es tan débil o tan inocua que no merece la pena prestarles demasiada atención. Ortega en 1930 publicó un libro profético que se titulaba La rebelión de las masas. En él mostraba con lucidez la actitud del hombre contemporáneo ante las élites. No las permitiría. Las aplastaría. Vivimos un tiempo de masas. Nos determinan los mass media. Nuestro pensamiento está codificado, estudiado e interpretado. Las agencias de publicidad conocen perfectamente nuestros deseos más ocultos, nuestras pulsiones sexuales más recónditas, nuestro afán por poseer y consumir para concedernos alguna identidad. Si Descartes hubiera vivido en nuestra época, no hubiera formulado su famoso Cogito, ergo sum, sino que lo hubiera cambiado en Consumo, ergo sum. Lo he sentido hoy en MediaMarkt ante un iPad. Me he sentido dominado por el ansia de posesión de ese objeto que contribuye a llenar un espacio infinito de vacío existencial, pero ya no atendemos al vacío existencial. Eso fue un periodo del siglo XX cuando los existencialistas lanzaron sus preguntas sin respuesta. Hoy tenemos respuesta. Poseer, consumir, tener… y aquellos que se esfuerzan por el ser se ven desbordados por la vorágine que nos agita a todos. Ya nos lo dicen los neurocientíficos: el ser no existe, no existe la mente. Todo es puro cerebro. Conexiones sinápticas, conexiones químicas y eléctricas. El ser es  una ilusión, un mito del pasado.

Quiero celebrar mi post número 447. ¿Quién no ha deseado celebrar alguna vez este número mistérico? Cuatro, cuatro, siete, esperando continuar otros tantos posts entregado a esta euforia valleinclanesca que me lleva a salirme un poquito del guion y respirar en la calle –tal vez etílico- y gritar con mis compañeros de batalla que no nos rendiremos, que seguiremos imaginando, que continuaremos deambulando entre sombras para intentar alumbrar, tal vez, alguna vez alguna existencia. Aprecio infinitamente más esos nueve mil y pico comentarios que las 447 entrada que he realizado.

Por vosotros, los que me seguís, los que os hacéis públicos y los que estáis en la sombra. Quiero, me gustaría seguir siendo un espíritu abierto, contradictorio, curioso, conservador, inspirado en Bradomín. Mi perilla es un pequeño homenaje encubierto a ese autor y personaje que me iluminó cuando entré en una cueva, la cueva del Rei Cintolo en Mondoñedo, y  me llegué hasta la gruta de las barbas de Valle Inclán.

¿Alguien ha entendido algo? Da igual. Lo único que este soliloquio quería ser era una manifestación soberana de libertad, porque la libertad me hace sentir feliz dentro de las desdichas de la vida cotidiana. Desdichas o  azares.

Soy feliz respirando en la calle. Ya es hora. 

sábado, 27 de noviembre de 2010

Cohesión social


Imaginemos un instituto de barrio de aluvión migratorio en los años cincuenta y sesenta, y añadamos otra ola migratoria en los últimos diez años de origen latinoamericano y magrebí que hacen que el porcentaje de alumnos de origen no español sea más del cincuenta por ciento. El instituto se esfuerza en integrar a esta masa de recién llegados intentando hacerles mínimamente competentes en la lengua considerada oficial mediante “aulas de acogida”. Los cursos agrupan a los alumnos por sus necesidades educativas y ello implica que ha de adaptarse el currículum a su realidad. La mayor parte del alumnado -inmigrante o no- no cuenta con familias que aprecien la cultura, la lectura o la ciencia. El instituto es el único cauce para la integración y educación igualitaria de las muchachas que pertenecen a culturas en que la mujer está sometida y subordinada a la sociedad de los hombres.

El instituto pretende motivar el aprendizaje, pero ha de asumir su realidad social. Se trata de conseguir enganchar a estos chavales sin hábitos de estudio, habituados poco o nada al esfuerzo intelectual, al sistema educativo para que funcione como palanca de promoción social.

Se busca disminuir el fracaso escolar o el abandono, y se urden todo tipo de estrategias para reconducir a los alumnos conflictivos, o simplemente objetores a la clase. Se intentan programas de mediación, se ensayan carnés de conducta escolar por puntos, se introduce la tecnología masivamente para intentar hacerles más atractivo el aprendizaje.

El resultado es un instituto que -desde mi punto de vista- no puede garantizar debidamente el nivel educativo. Los chavales en general no están para esto y se acostumbran a que todo se les dé mascado y que el instituto esté continuamente adaptándose a sus necesidades educativas de lo más variado. El bachillerato se nutre de alumnos que han promocionado con generosidad magnífica la ESO y tardan en darse cuenta de que el bachillerato marca otra pauta de comportamiento y de exigencia. Pero la inercia es tanta que surge un rechazo a cambiar de dinámica. ¿Exigencia? La justa. ¿Madurez? La imprescindible, pero ni un gramo más. El profesor que suspende -para estimular- se convierte en un personaje insostenible en ese contexto. Recibirá la animadversión rencorosa del alumnado, la oposición de los padres, la mirada escrutadora de la dirección y la desconfianza de la administración que busca buenos resultados que muestren que se progresa adecuadamente. De hecho se pueden abrir informes para investigar si se “pueden mejorar los resultados”.

A este sistema de adaptación a la realidad social circundante creo que se le puede calificar de alguna manera como un tipo de “discriminación positiva” que consiste en facilitar de muchas maneras la promoción académica por razón del entorno social. Sabemos por el contrario que para que un sistema sea eficaz, debe ser exigente. ¿Puede ser exigente un sistema educativo en un ambiente complicado? ¿No debe primarse la cohesión social por encima de los conocimientos, por otra parte tan relativos? ¿Se puede comparar un centro de barrio de estas circunstancias con las escuelas de elevado nivel académico de la zona alta de la ciudad en que todos los padres son universitarios, tienen acceso a la cultura y medios económicos sobrados?

¿Hacemos bien en adaptarnos prioritariamente a las circunstancias sociales? ¿En facilitar la promoción con escaso rendimiento académico para primar la cohesión social? ¿Debe ser la enseñanza exigente –lo que implica un número necesario de suspensos y repeticiones de curso para alcanzar el nivel básico? ¿O debe dejarse una cierta liberalidad y una clara generosidad a la hora de enjuiciar y calificar el mundo adverso al conocimiento que nos envuelve?

¿O se trata de sobrevivir como se pueda en medio de este eje cohesionador, empleando artimañas y técnicas de supervivencia? ¿Es la escuela cohesionadora palanca de ascensión social o un artilugio para hundir a los mismos de siempre allá donde deben estar?

Abajo. 

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Corregir un examen


Corregir un examen de diez alumnos de bachillerato humanístico y social es una tarea apasionante. El examen versaba sobre la narrativa del siglo XVI y El Quijote. Podían tener el libro de El Quijote encima de la mesa, pues les pondría un par de capítulos a comentar para que escogieran uno. No se los revisé para ver si en sus páginas –libros voluminosos- había material prohibido. Preferí confiar en su honradez y no mostrarme como un profesor desconfiado que va buscando motivos por los que suspender a sus alumnos. Parece ser que la última moda de copiaje en el instituto es mediante un auricular y un reproductor de MP3 o MP4. Se graban el contenido del examen y las chicas con su pelo largo ocultan sus pinganillos.

No los revisé, ni les hice a las chicas ponerse el pelo recogido. Estuve toda la clase paseándome arriba y abajo. Vi alguna maniobra de tener los apuntes abiertos debajo de la mesa, para aprovechar algún despiste del profesor, pero creí que con mis paseos lo impediría.

El examen era facil, previsible. No quise hacer sangre y tuve en cuenta el nivel medio de la clase, del barrio, de sus circunstancias culturales y ambientales. Apretar las tuercas supone un elevado número de suspensos. Y todo el planteamiento del sistema educativo pone esa opción como fuera de lugar.  

Pero ¿cómo medir realmente lo que han asimilado en un examen de literatura? Está claro que el conocimiento del tema  y el enfoque personal son esenciales, así como la conexión entre las ideas, el uso de una terminología adecuada, la capacidad expresiva, la relación de las ideas con el texto que han leído…En clase se han dicho muchas cosas, ha habido un dossier en que se ha desmenuzado cada tema, las lecturas se han comentado ampliamente, ellos han hecho exposiciones orales.

El resultado es significativo porque revela actitudes diferentes ante la vida. Otra cosa es la calificación que es un asunto más delicado.

Ha habido varios alumnos que han copiado descaradamente. Su examen era una transcripción literal del dossier, palabra por palabra, sin una sola reflexión personal, sin una gota de originalidad o aporte individual. Alguno de estos era una alumna de la que esperaba mucho pero su realidad se ha desinflado. Alguno era muy limitado y ha visto en la copia una posibilidad de remediar sus posibilidades, truncadas por su falta de estudio y la dedicación a otras actividades. Estudiar le aburre, se nota por su actitud en clase. Otra alumna, absentista, ha fusilado el dossier. Alguno podría argüir que lo que pasa es que se lo han aprendido de memoria, pero me sonrojo ante esta posibilidad por lo ingenua que parece, además de no ofrecer mayor esperanza, porque ser tan estulto como para memorizar palabra por palabra sin entender, es casi peor opción.

Ha habido un alumno de suspenso claro, pero sin intento de copia. En su examen había lo que había. Ha sido al menos honrado. Otra alumna ha sacado una buena nota y su examen parecía fruto de una cierta elaboración. No estaba desde luego copiado. Otro alumno, repetidor, ha hecho un buen examen. Se nota en el enfoque personal a pesar de su letra espantosa y falta de margen. Otro examen era especialmente pobre, pero no había copiado. Sin embargo, hay un examen de un alumno que fue tremendamente conflitivo en la ESO que revela proceso de comprensión y elaboración interesantes. Suspendió el primer trabajo, pero ha ido hacia arriba. Para mi sorpresa, este alumno, que ha dado un cambio radical en su trayectoria, ha manifestado su propósito de estudiar filología hispánica.

Hay otro caso aparte de una alumna tremendamente maleducada y ofensiva cuyo examen es liado, lleno de errores y múltiples faltas de ortografía, pero al menos no ha copiado.

Sólo hay tres que merecerían aprobar, quizás cuatro. Pero no es tan fácil emitir juicios calificativos. Lo que sí es cierto es que hay varios de ellos que admiten que se puede hacer trampas para conseguir objetivos; otros, no. Se ofrecen a pecho descubierto, en su desinterés, limitación o circunstancias. Pero es difícil hacer ver o demostrar que corregir un examen es además de un juicio intelectual (lo que es muy complicado si no se hacen exámenes tipo test) un juicio también moral.

La necesidad de objetivar las notas es uno de los problemas más complicados que existen. Un profesor detecta instintivamente un buen examen, pero esto no basta. Hay tantas cuestiones que hay que tener en cuenta (desde el origen social de los alumnos, la sostenibilidad del bachillerato en el centro, la resignación a las circunstancias adversas, la presencia de actitudes innobles o tramposas, la falta de estudio o de capacitación para el mismo, la realidad del sistema educativo…) que el profesor suda cuando ha de emitir una nota. 

Mi psicoterapeuta me dice que si se logra salvar uno, está todo bien justificado. Pues eso. Ya los suspenderá la vida (o aprobará). Me reservo mi opinión. Sólo tengo que emitir una nota objetiva que mide lo que de ninguna manera es objetivable. 

domingo, 21 de noviembre de 2010

El mundo post Gutenberg


No he asistido en directo al Evento Blog (Ebe2010) celebrado en Sevilla en este fin de semana, pero he seguido en streaming algunas de sus intervenciones. Quiero hacer referencia a la ponencia de clausura del evento de Alejandro Piscitelli (Buenos Aires, 1949)sobre la cultura de la era digital. Creo que en buena medida resume una nube de ideas que están agitando el universo tecnológico.

Según Piscitelli, la era de Gutenberg (la aparición y desarrollo de la imprenta) ha durado unos quinientos años, pero han sido un paréntesis que ahora se está quebrando. La cultura Gutenberg sacralizó el libro cerrado, inmutable, autoritario, estable, el concepto de autor, la lectura individual, la jerarquía de la cultura (unos enseñan y otros aprenden). Según el pensador argentino, la imprenta fosiliza y hace inmutable lo que antes de su invención era mutable (tradición oral, recreación, autoría anónima y colectiva). Hemos vivido medio milenio de la hegemonía de Gutenberg y no se resiste a irse tan fácilmente y plantea, acorralado, una guerra cultural.

La cultura digital, por el contrario, no reside en el papel sino en la pantalla, el aprendizaje no es jerárquico (no hay profesores que enseñan y alumnos que aprenden), no va de arriba abajo sino de abajo arriba, es mutable, es colectiva, es una cultura libre que define otra arquitectura de participación, el conocimiento se organiza en las redes sociales que son comunidades no jerárquicas que se organizan en red y se intercomunican permanentemente. No hay un objeto sagrado e inmutable llamado "conocimiento".  En alguna manera vuelve a fundamentos de la cultura anterior a Gutenberg, aunque no pretende olvidar la llamada gran cultura (Homero, Cervantes, Shakespeare, Goethe…) sino reescribirla y hacerla nueva. La cultura digital no diferencia entre la alta cultura y la baja cultura. Supone en realidad una guerra entre lo pretendidamente eterno (Gutenberg) que pretende ralentizar lo nuevo, y lo nuevo que busca acabar con lo eterno.

Otras visiones diferentes a Piscitelli cuestionan esto y plantean que la cultura Google y toda la galaxia de aplicaciones en torno están generando la generación más estúpida de la historia. Este conocimiento desjerarquizado y colectivo, que propone aprender en red, implica un cambio permanente subordinado al mercado. De ahí la abundancia de términos que relacionan las nuevas aplicaciones y el mundo web 2.0 con el Networking, el Social Business, la gestión, el modelo productivo, el marketing, las estrategias de venta…


Abramos el debate planteando que a mí mucho de lo argumentado por Piscitelli me parece interesante. No sé si estamos en el albor de una nueva civilización post Gutenberg en que el conocimiento fluirá desjerarquizado y ello alumbrará un nuevo tipo de ser humano más colectivo y creativo. Mi experiencia como emigrado digital me hace ser escéptico cuando veo la cultura de mis alumnos nativos de la era digital y expertos en redes sociales… No acabo de ver la eficacia del conocimiento en red en la realidad que palpo cada día. Se nos dice que estamos en medio de un cambio de paradigma, pero en muchos sentidos a mí me parece la victoria póstuma del mundo Disney sobre el universo cultural tradicional.  Disney y el mercado.

Pero puedo equivocarme, claro. ¿Qué opináis vosotros?

miércoles, 17 de noviembre de 2010

¿Cómo comenzará?


La historia ha basculado entre épocas autoritarias y épocas liberales, no sin violencia o tensión, a veces agudizada por terribles guerras. Nuestra historia europea es la historia de una pugna por los derechos humanos que hoy se aclaman sin casi disensión. Sin embargo, en los años veinte y treinta del siglo XX surgieron sistemas ideológicos de gran calado que ponían en cuestión al individuo en favor de una entidad superior: el pueblo, la nación, el Völk. El individuo dejaba de tener sentido pues debía someterse a una voluntad superior: la historia, el pueblo, la clase, la Raza…

Es la historia del fascismo europeo y del comunismo. Nadie discute que el comunismo esté muerto. No hay metáfora más reveladora que hoy el PC no signifique Partido Comunista sino Personal Computer. Los jóvenes no añoran el comunismo. Éste sistema que vertebró el siglo XX hasta que entró en crisis ha dejado hace mucho tiempo de estar vigente. El poder del estado socialista no es un motivo de añoranza en nuestros días, salvo reducidas minorías.

El fascismo es una presencia más enigmática. Nadie piensa que vuelva a reproducirse la atmósfera de los años treinta: crisis económica, inestabilidad social, miedo de las masas, ascensión de un líder carismático que lleve al pueblo a la abdicación de su individualidad. No, el fascismo tal como lo conocemos es un atavismo también. No surgirá un Hitler o un Mussolini que enerve las sociedades a un punto de virulencia total contra lo diferente. No lo esperemos. Será algo muy distinto.

No, el fascismo empezará sin que nadie lo advierta, paulatinamente, en el seno de una sociedad liberal y pluralista, reconocida como democrática. Con medios de comunicación abiertos a muchas opiniones pero progresivamente concentrados en pocas empresas. Será fruto de la complejidad, y no del esquematismo del pasado. El ciudadano se habrá convertido fundamentalmente en un consumidor compulsivo. Su esencia como individuo se identificará con su capacidad de comprar y consumir. Recibirá miles de mensajes cada día que no sabrá ni podrá discernir en cuanto a su importancia significativa. Televisión, radio, publicidad, internet, prensa… le bombardearán y él no tendrá más remedio que protegerse, que blindarse ante el cúmulo inabordable de información sin jerarquizar que le abrumará. Pero algo tendrá claro: es que su bienestar es irrenunciable. Y sentirá pánico a perderlo. Verá con distanciamiento, si le llega, la crisis de Haití, la situación del Congo y la de África en general, el estado de la biosfera, la deforestación mundial, el agotamiento de los mares… En realidad ¿cómo saber algo con certeza si toda afirmación es controvertida? ¿Qué hacer en definitiva si todo depende de poderes que no se entienden?

Los centros de poder se harán más difusos. Los gobiernos que los ciudadanos votan se harán más irrelevantes y además no dirán la verdad. Habrá fuerzas que llevan a un entontecimiento de las sociedades hundidas en una cómoda opulencia. No hay nada que adormezca más que la comodidad, esa que tanto nos han vendido. Y habrá un día en que nos dirán: todo eso que habéis empezado a considerar vuestro se ha acabado, pero os tenéis que estar quietos porque podría ser mucho peor. Mejor no moverse. No lleva a ninguna parte. Las revueltas en la calle son estériles y las elecciones no revelan en realidad quién es el que manda. Son gobiernos fantoches. Mandan los mercados y estos no tienen cabeza identificable.

Nos quedará -en un mundo de libertad formal- la resignación, la abdicación, el agachar la cabeza, porque efectivamente todo podría ser mucho peor, sólo hay que mirar el mundo que nos rodea, que es el nuestro, y darnos cuenta de que se cae a pedazos. Se mantiene por una dialéctica que enfrenta subrepticiamente a los que lo poseen todo y los que no poseen nada. Y hay que pararlos. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para conseguirlo. No consentiremos perder nivel de vida. Si acaso, nos gustaría un mundo justo que no nos costara ningún esfuerzo ni ningún sacrificio.

El mundo de papel couché se estremece y la libertad se hace un bien raro. Libertad ¿para qué? 

domingo, 14 de noviembre de 2010

Monólogo de Andrés (carpe diem).

                                                                             
Creo que no hay tópico latino que resuma mejor nuestra época y el modo de estar la juventud en el mundo que éste acuñado por Horacio en sus odas: Carpe diem quam minimum credula postrero (Aprovecha el día, no confíes en mañana).

Aprovecha la juventud, disfruta el instante, disfruta del placer del momento… son diferentes interpretaciones prácticas de la sentencia latina. ¿Quién no estaría dispuesto a firmar que todos los que leemos esto entenderíamos este principio? Disfrutar el momento. ¡Qué bello ideal! La vida se orienta a ese instante fugaz que constituye nuestro presente infinito.

Mi sobrino Andrés, del que he hablado en otros momentos, está en un momento decisivo de su vida. Ha acabado un módulo profesional de Mantenimiento e instalaciones electromecánicas, tras un pasado tormentoso en la ESO. Ahora tiene novia, vive con sus padres a sus diecinueve años y empieza a soñar en llevar una vida independiente con ella. No está acostumbrado a sacrificarse. Piensa que la vida debería ser cómoda con él que no ansía nada más que llevar a cabo el pensamiento de Horacio: disfruta el instante.

Sin embargo, él depende de sus padres con numerosos conflictos. ¿Cómo alcanzar la independencia?

El trabajo está mal aquí, estamos en plena crisis y la franja de edad más castigada por el paro es la de 18-34 años. Gente con carreras ha de esconder su currículum para intentar acceder a trabajos diferentes a su cualificación profesional y que no colman sus expectativas). Pero tampoco los consiguen.

¿Qué hacer? ¿Cómo afrontar una vida personal? Alguien sugiere a Andrés –quizás fui yo- que una posibilidad es emigrar a algún país europeo donde se valore su título. Alemania apareció como un país con posibilidades.

¿Alemania? –pensó Andrés-. No, esto tiene que cambiar, no puedo irme de aquí donde tengo la comodidad y a mi chica. La crisis no puede ser eterna. Todo tiene que ir a mejor, sobre todo si se van los socialistas. España es lo importante. Y además los inmigrantes se aprovechan y viven de los subsidios. Una, grande y libre. Franco no era tan malo. Con él había trabajo.

¿Qué hacer? ¿Convertirme en emigrante como estos? ¿Ir a otra sociedad donde no conozco el idioma y tener que luchar y abrirme camino para algún día tal vez regresar. No, no quiero. Quiero vivir bien, aprovechar el instante, hacer el amor, sólo quiero lo que quiere cualquiera: placer, estabilidad, evasiones, y además dinerillo para mis gastos. Pensar en el futuro cuesta y no me gusta. Mi tío dice que pueden pasar cinco años y seguir en las mismas circunstancias que ahora. No le creo. Esto ha de cambiar. No puede ser verdad eso de que habremos de sacrificarnos para conseguir mucho menos de lo que tenemos ahora. ¿Quién tiene la culpa? Nosotros, seguro que no. ¿En qué mundo vivimos en que no podemos vivir tranquilos según el modelo horaciano?

¿Yo en Alemania? Quia, a mí me gusta el chorizo y la tortilla de patata, jugar a la play, conducir el coche de mi padre, salir, y ahora que tengo novia, pues ya se sabe…
No, no y no.

Eso del sacrificio es de épocas pasadas. ¿Cómo va a tocarme a mí? 

jueves, 11 de noviembre de 2010

El mito de viajar


Hay un lugar común que dice que viajar y leer nos abre la mente, y quiero resaltar especialmente el que hace referencia a viajar. Parecería que los viajeros son personas más abiertas, menos narcisistas, más universales y, por supuesto, menos dadas al fanatismo provinciano de las patrias.

Nada más lejos de la realidad. No quiero sostener que lo anterior sea imposible, pero mi experiencia de conocer a viajeros que han dado siete veces la vuelta al mundo no es muy enriquecedora. Viajar ¿cómo? Sería la primera pregunta. ¿Con el bolsillo bien repleto? ¿En un viaje organizado? ¿Por libre? ¿Para hacer fotografías? ¿Para nutrir nuestro ego?

Me he encontrado -cuando yo viajaba- a personas rutinarias en su pensamiento a miles de kilómetros de su lugar de origen. Medían la riqueza de Balí por la cantidad de mosquitos, por el calor, por la comida que encontraban deplorable y estaban amargados por el carácter de la gente que juzgaban desordenado o anárquico o conformista.  Me he encontrado en Indonesia a personas a las que me he dirigido gozoso, tras tres meses de no hablar español, para preguntarles si eran españoles como me habían dicho y me contestaron secamente que no eran españoles, que eran vascos.

Desconfío de los viajeros. Más en este tiempo en que tanta gente viaja y no es nada extraordinario viajar a cualquier punto de globo. Viajar ¿para qué? ¿Para ver paisajes bonitos? ¿Para ver otras costumbres? ¿Para comer alimentos diferentes? Bah.

He decidido no volver a viajar, aunque hace mucho tiempo que no lo hago. El turista tiene una mirada superficial, viaja apresuradamente sin penetrar en el país en que está, que compara continuamente con el suyo y al que anhela volver para mostrar las fotos que ha hecho.

Los viajeros no me inspiran. Moverse ¿para qué? Quizas Marco Polo o algunos grandes viajeros entendieron la esencia del viaje que no es otra que perder toda esperanza y abrir tu espíritu –sin prejuicios- a lo que la fortuna te permita ver. Viajar es un arte, uno debería hacerlo sin red, exponiéndose a la soledad, al miedo, al fracaso, a la pérdida de sentido del viaje. Eso implica tiempo. Tiempo de amar y tiempo de morir. La mirada se afila en la soledad. Uno habría de viajar solo, sin hacerse ilusiones, hundirse en la desesperación si cabe. Y tal vez, tal vez, porque esto no está garantizado, renacer, porque nadie puede asegurar que esto se produzca. Puede ser, pero uno no lo ha de buscar. Si se busca no se encuentra. Surge cuando uno ha perdido la esperanza. Es fundamental perder la esperanza.

Me encuentro en mi práctica profesional a personas que han viajado mucho y son triviales, y a personas que han viajado lo justo y son profundas. También podría ser al revés, claro está y abundan los ejemplos en un sentido u otro, pero quiero subrayar que un viaje no abre los ojos a nadie si uno no está preparado para desaprender, para dejarse llevar por la facultad contemplativa.

El estado natural del ser humano es la contemplación. Se puede practicar viajando o sin moverse del barrio, sin salir de una manzana imaginaria. Es la mente la que se mueve no el cuerpo, pero para que se mueva, lo esencial es aprender a estarse quieto. No hay viaje auténtico sin quietud espiritual. Viajar por viajar es un ejercicio inútil, pero allá cada uno con sus gustos y aficiones. 

Los verdaderos viajes son interiores. 

martes, 9 de noviembre de 2010

El aula encantada


El aula encantada es una publicación del Instituto Austóbriga  de Navalmoral de la Mata (Cáceres)  dirigida por el profesor de lengua y literatura españolas Alejandro A. González que tiene como eje una recopilación de relatos de tradiciones marroquíes sobre los yinn, una especie de genios que aparecen en el Corán, semejantes a nuestros duendes, hadas o ninfas que poblaron la imaginación de generaciones anteriores a las de la cultura urbana contemporánea.

El trabajo –espléndido- está realizado por un avezado folklorista, conocedor de las tradiciones orales españolas, que ha tomado a sus alumnos marroquíes (Programa de Refuerzo, Orientación y Apoyo) como fuentes informantes de relatos donde aparecen los yinn. El trabajo se compone de una recopilación e interpretación (estudio y notas) de este patrimonio inmaterial de carácter oral. El pasado 25 de octubre fue la presentación del estudio en la fundación Concha con un invitado destacado, José Manuel Pedrosa, folklorista y profesor de teoría de la literatura. Invito, siguiendo la invitación de Alejandro González, a descargaros en PDF el trabajo El aula encantada en su blog Campos de fresa, un blog al que me siento hermanado por nuestro comienzo en el mismo año y por el interés de lo que allí se presenta que no deja de inspirarme siempre que entro en él. Recomiendo vivamente el trabajo a profesores que tengan alumnos marroquíes, pues le descubrirá un elemento nuevo y totalmente desconocido y que le permitirá establecer relaciones fecundas con ellos puesto que ya son parte de nuestra cultura.

¿Quién no ha oído hablar de los genios de las Mil y una noches? ¿Quién no ha oído historias de casas encantadas donde moran espíritus inquietos, malvados o burlones? ¿Quién no ha achacado ciertas desapariciones a los duendes misteriosos? Los muchachos marroquíes, muchos provenientes del medio rural, mantienen vivas estas tradiciones de forma mucho más viva que las que ofrece la sociedad urbana española. 

Quise hacer la prueba en mi curso de segundo de ESO en que son mayoría de alumnos marroquíes (bereberes y árabes) en una hora de desdoblamiento. Les pregunté por el tema de los yinn. Se quedaron muy sorprendidos de que un profesor español supiera algo de eso. Yo les dije que me gustaría conocer sus historias y explicaciones sobre quiénes y cómo son los yinn, tal como lo escribe Alejandro González, aunque con acento circunflejo en la y, que yo no consigo poner. Mis alumnos coincidieron, en cambio, en transcribirlo como “jnon”. Se mostraron entusiasmados y empezaron a salir historias sobre los jnon. Según ellos, son una especie de diablos o fantasmas, solitarios o en grupo, que hacen que la gente tenga miedo. Son invisibles, pero varios coincidían en representarlos por medio del color blanco. Salen por las noches y viven en las casas donde no hay gente, y además les molestan los intrusos a los que espantan de diferentes maneras. Son malos y dan miedo. Son como personas pero no tienen cuerpo. A veces toman forma de animales como el perro. Les pregunté si había en España y me dijeron que están en todas partes. ¿Incluida la clase?, les pregunté. Entonces para mi sorpresa la pizarra digital en que estaba escribiendo se borró y por más que hice no encontré el texto escrito. Para ellos fue una prueba de que los jnon estaban allí. Para alejarlos hay que recitar alguna sura del Corán. Además son ubicuos. Se mueven con extrema rapidez y cambian de lugar sin que la vista pueda seguirlos. A veces cogen a algunas personas por el cuello y no las sueltan. No debe quedarse uno solo en casa porque entonces aparecen los jnon en la oscuridad. Están ahí, como una especie de mundo paralelo al de los hombres con sus propias reglas que interfieren en la vida humana.

Los relatos que contaban, tanto las alumnas bereberes, del Rif o una árabe de Rabat, se agolpaban y costaba seguirlas. Todos querían hablar a la vez, pero su reducido castellano trufado de palabras y giros en catalán hacía difícil comprender la secuencia de relatos que allí salieron. No me cupo duda de que los jnon formaban parte de su concepción de la existencia y no eran un resto marginal de creencias primitivas. A los jnon no se les ve habitualmente, pero en un momento dado uno se te puede aparecer y entablar relación contigo, pero otros no lo ven. La impresión que tengo es que produce miedo y escalofríos su sola mención. Alguna alumna sostenía incluso que no les gustaba que se hablara de ellos. Son una presencia inmaterial pero real en sus vidas.

Para los que quieran saber más remito al magnífico trabajo de Alejandro González y sus alumnos, tanto los que han aportado relatos como los que han dibujado imágenes de los yinn o jnon. Es un ejemplo de investigación y recopilación de datos en un proyecto que lleva años funcionando en su instituto. 

La ilustración del post se titula Hamsa  y es de Ignacio Duarte Revellado, sobre diseño tradicional. Es la llamada Mano de Fátima en la cultura musulmana o Mano de Miriam en la cultura judía. 

sábado, 6 de noviembre de 2010

En la República Democrática del Congo ya no quedan lágrimas

                                                Fotografía de Tyler A. Cacek (Julio de 2009)                                                
Uno de los estados del mundo con historia más atroz y un presente más terriblemente desdichado es la República Democrática del Congo  (antes Zaire). Cuando un ser humano conoce la realidad de su pasado y el estremecedor presente, realmente es difícil seguir creyendo en la justicia humana o divina.

En la conferencia de Berlín de 1885 quince naciones europeas, sin presencia del ningún representante africano, decidieron regalar al rey Leopoldo II de Bélgica una extensión de África equivalente a cinco veces la superficie de España. Aquel rey tomó el regalo de aquella tierra, vertebrada por el río Congo y de pasado oscuro por el esclavismo, y la convirtió en una finca privada para apropiarse de todas sus riquezas como caucho o marfil. Los congoleños sufrieron todo tipo de sevicias trabajando como esclavos y padeciendo malos tratos que incluían las mutilaciones. Se calcula que en el periodo de Leopoldo II fueron asesinados entre cinco y diez millones de africanos. Por fin llegaron noticias al mundo de aquel estado de cosas (recordemos El corazón de las tinieblas de Conrad) y en 1908 fue anexionado a Bélgica por la ya conocida brutalidad y el genocidio de que habían sido objeto sus habitantes.

Actualmente hay numerosos conflictos abiertos en el territorio del Congo. Se estima que en los últimos diez años han muerto unos cinco millones de personas en un conflicto considerado de baja intensidad y que raramente llega a la prensa occidental. Sus múltiples fronteras con países en conflicto y su enorme extensión hace que el país se desangre en guerras interétnicas que arrojan balances espeluznantes. La riqueza del país en recursos como el coltán y la casiterita, imprescindibles en los productos tecnológicos que utilizamos a diario (ordenadores y móviles), se ha convertido en un regalo envenenado que sirve para suministrar recursos económicos a los señores de la guerra que asesinan, que enrolan a niños en los ejércitos para matar drogados, que violan sistemáticamente a decenas de miles de mujeres que son luego repudiadas por sus maridos o por sus padres e incluso por sus hijos por estar mancilladas y ser acusadas de consentidoras. Se quedan solas, abandonadas, sin un techo, y mortalmente heridas.

                                                                   Tyler A. Cacek
Es muy difícil explicar el origen de todos los conflictos y guerras que afligen al Congo, pero sí darnos cuenta de que eso está pasando delante de nosotros actualmente aunque no constituye noticia alguna porque a nadie le conmociona que africanos mueran a decenas de millares cada mes o que sus mujeres sean bárbaramente violadas, o sus niños secuestrados por los distintos señores de la guerra.

Ignoro si somos culpables de lo que está pasando. Indirectamente estamos subvencionando el conflicto con nuestra tecnología, y Occidente ha sido el principal causante de la desgraciada historia del Congo, incluso manteniendo y apoyando una dictadura personal durante décadas de Mobutu Sese Seko porque venía bien a nuestros intereses estratégicos.

La guerra sigue activa en el este del país, en especial en las regiones de Kivu norte y sur, la zona de los grandes lagos. Las víctimas se cuentan por decenas de millares como asesinados o como desplazados que se hacinan en campos de refugiados. Nadie puede vivir tranquilo. Cualquier soldado puede convertirse en un enemigo que viola a las mujeres y a las hijas como modo de herir en el orgullo a la parte más desgraciada.

El premio Nobel Mario Vargas Llosa acaba de publicar un libro que ilumina el conflicto histórico del Congo y que se llama El sueño del celta. Le escuché en una entrevista con Iñaki Gabilondo hace unos días y me estremecieron sus palabras sobre este conflicto olvidado e ignorado, y que no parece tener ninguna vía de solución.

Médicos sin frontera trabaja en las zonas más olvidadas del Congo intentando llevar ayuda médica y psicológica. Si tienes alguna duda en cómo colaborar con esta situación, conoce la acción de MSF. 

martes, 2 de noviembre de 2010

Después del puente


Una clase de literatura sobre la novela del siglo XVI a las ocho de la mañana es una experiencia interesante. Imagínense un grupo de jóvenes derrotados que va llegando con aire confuso y somnoliento. Se sientan resignados, todavía con el calor de las sábanas en su piel. Figúrense la desgana de comenzar la semana tras un largo puente de fiesta de Halloween. Rostros abotargados, bostezos continuos, aspecto cansado, lasitud, desesperación contenida. El profesor observa y considera la dificultad de interesar a estos dormidos adolescentes a los que la narrativa del XVI les interesa bien poco, por ser optimistas.

El profesor acepta el desafío aunque sabe que comete un error que le han hecho observar todas las psicoterapias que ha hecho. No se debe intentar seducir a los alumnos. En estos tiempos y estos alumnos detestan ser arrastrados fuera de su mundo y desconfían con razón de quien les pretenda seducir. Pero ¿cómo acercarse a ellos? ¿cómo conseguir interesarles en algo tan lejano? Otros profesores que no sean de literatura tal vez no se plantean como objetivo que les guste a sus alumnos la materia que se imparte. Hay que aprenderlo y punto. Es lo que hay que se dice con frecuencia. Pero los profesores de literatura esperan, anhelan, que lo que constituye la clase se incorpore como experiencia significativa a la vida de sus alumnos. Que aprendan no sólo con el cerebro -para lo que se requiere alta atención- sino con el corazón.

He aprendido que un profesor que habla con aire relajado, con un tono de voz tranquilo y no muy elevado, como si estuviera en una conversación íntima, destensa la clase. A veces me descubro hablando en un tono alto como recitando una lección y me digo que debo resultar cansino e insoportable. No aguantaría a alguien que hablara como en un sermón de semana santa, con modulaciones crispadas y estridentes. Así pues, opto por hablarles como si estuviera con varios amigos dispuestos a escucharme, pero esto me lo tendré que ganar, logrando que la narrativa del siglo XVI logre llegar hasta ellos que me miran apesadumbrados y llenos de zozobra.

No sé cómo ha sido. He hablado de los diferentes tipos de novela que se dan en el siglo XVI: la sentimental, la de caballerías, la pastoril, la morisca, la bizantina... haciendo hincapié en la inverosimilitud que las caracteriza. Son personajes, sus protagonistas, idealizados y de clase social elevada.  No pueden existir. Son modelos renacentistas que encarnan altos valores de heroísmo caballeresco, de castidad insobornable, de amor y sometimiento a sus damas en la estética del amor cortés o neoplatónico... Es difícil que esta narrativa nos diga algo hoy día porque no nos la creemos, aunque estos arquetipos han sido utilizados a veces con éxito en la literatura del siglo XX. El señor de los anillos es una novela de caballerías en la que se enfrentan el bien y el mal. Pero ninguno había leído la novela, si acaso habían visto la película. La letra impresa les produce alergia, ya lo he comentado en otras ocasiones.

Pero algo cambia en 1554, les explico, pues aparece una obra extraña que cuenta en primera persona una experiencia personal nada edificante. Un tal Lázaro de Tormes, personaje humilde donde los haya cuenta su vida en un tono realista y directo, explicando sus avatares con distintos personajes que le hacen pasar enormes penalidades en las que el hambre tiene un protagonismo esencial. El Lazarillo de Tormes es la novela del hambre más espantosa. Pero nosotros ¿sabemos lo que es el hambre? No. Les cuento que que he hecho algunos veranos ayunos de hasta ocho días sin comer nada, excepto beber una mezcla de sirope de arce y palma con zumo de limón. La experiencia del hambre nos trasforma. Lo he podido comprobar. Lázaro ansía que muera alguien para comer algo en el funeral. Lázaro no puede olvidar nunca el hambre que ha pasado en su infancia, como el que pasaron sus abuelos o bisabuelos en el tiempo de la guerra. 

Y lo más genial de El Lazarillo de Tormes es que nos cuenta su vida mostrando como ésta le va transformando. El niño inocente que no sabe nada de la vida va evolucionando delante de nuestros ojos y termina por convertirse en un adulto cínico que acepta la deshonra de que su mujer se vaya por las noches a casa del arcipreste de san Salvador, corriendo rumores intensos en la ciudad de Toledo sobre dichas correrías nocturnas. El narrador de El Lazarillo, tomando como referente, tal vez, La Celestina en que los personajes también evolucionaban, consigue hacernos cercano y verosímil esa experiencia del cambio que opera en nosotros la vida. La existencia, los acontecimientos nos cambian. Les pregunto si creen que cuando tengan el doble de su edad seguirán siendo los mismos. Tienen ahora aproximadamente diecisiete. ¿Qué pasará cuando tengan treinta y cuatro? Les cuento el caso de una antigua alumna cuyo amor adolescente se malogró trágicamente cuando éste murió ocho años después dejando un vacío que nada parece poder volver a llenar. Hablo como en un susurro, bajando cada vez más la voz y haciendo hincapié en esa transformación que la vida opera en nosotros causándonos heridas o haciéndonos fuertes porque aprendemos y sabemos que la vida hay que enfrentarla si se puede con una sonrisa y una enorme paciencia o fortaleza ante la adversidad. Hemos hablado otros días del estoicismo.

La clase se ha hecho densa, la atención es máxima sobre todo cuando introduzco aspectos de mi propia vida o de otras vidas que utilizo con frecuencia pero con prudencia. A ellos les atrae todo lo que tiene que ver con la realidad o que les resulte verosímil, como logró hacer el autor anónimo de El Lazarillo abriendo el camino hacia la novela realista moderna que culminará con Don Quijote de la Mancha en el que veremos una evolución de los personajes centrales llegando tan profundamente al núcleo del ser que constataremos cómo la vida fluye en un verano infinito en un territorio que va más allá de La Mancha.

Me gustaría pensar que en esta clase se ha aprendido algo que desborda lo material y se adentra en el terreno del ser. Es lo que considero aprendizaje significativo. Es casi lo único que merece la pena aprender. Lo otro es circunstancial.  

sábado, 30 de octubre de 2010

Fuera menos penado si no fuera

"Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Miguel Hernández, poeta al que hemos ido recordando en Internet con numerosas actividades. Hagamos que la red se inunde con sus versos."

Fuera menos penado si no fuera
nardo tu tez para mi vista, nardo,
cardo tu piel para mi tacto, cardo,
tuera tu voz para mi oído, tuera.

Tuera es tu voz para mi oído, tuera
y ardo en tu voz y en tu alrededor ardo,
y tardo a arder lo que a ofrecerte tardo
miera, mi voz para la tuya, miera.

Zarza es tu mano si la tiento, zarza,
ola tu cuerpo si lo alcanzo, ola,
cerca una vez, pero un millar no cerca.

Garza es mi pena, esbelta y triste zarza,
sola como un suspiro y un ay, sola,
terca en su error y en su desgracia, terca.

Miguel Hernández, El rayo que no cesa, 1936

Este soneto prodigioso, uno de los de más difícil construcción arquitectónica del siglo XX, pertenece a esa colección de sonetos (27) que constituyen en su esencia El rayo que no cesa, el libro que consagró a Miguel Hernández como poeta, recibiendo elogiosas palabras incluso de Juan Ramón Jiménez.

El soneto es capicúa, cada verso empieza y acaba igual. Se basa en una figura retórica llamada epanadiplosis. Había sido utilizada hacía cinco siglos por Juan de MENA. Miguel Hernández retoma esta idea constructiva y crea un poema atrevido, basado el el eco.

El eje del poema es el amor esquivo. El poeta ama a la amada y la desea, anhela su cuerpo. Creemos que el poema pudiera estar referido a su relación con la que posteriormente fue su mujer, Josefina Manresa, una muchacha sencilla de Orihuela condicionada por la moral provinciana que impedía las relaciones sexuales antes del matrimonio. Miguel está en Madrid y expresa dramáticamente esa tensión erótica y poética que plantea el petrarquismo. También hay que decir que Miguel está experimentando una crisis de crecimiento poético que le llevará a acercarse a la poesía impura de Pablo Neruda (Residencia en la tierra y Vicente Aleixandre (La destrucción o el amor) y se alejará del influjo clasicista y neocatólico de Ramón Sijé, al que le dedicará una elegía extraordinaria, tras su muerte, pocas semanas  antes de la publicación del libro El rayo que no cesa (24-01-1936), un texto de fuerte influencia quevedesca más que garcilasiana. 

En el soneto (en la cárcel del soneto) los versos reciben los acentos rítmicos en las sílabas 4ª, 8ª y 10ª o bien en 6ª y 10ª, acentuando palabras de más fuerte intensidad dramática.

Léase el poema y gocemos de los ecos: Fuera menos penado si no fuera/nardo tu tez para mi vista, nardo,/cardo tu piel para mi tacto, cardo/ tuera tu voz para mi oído, tuera./

El nardo es una flor aromática blanca muy hermosa. El poeta contempla a la dama y la desea, pero ella es evasiva (cardo) y no consiente ningún acercamiento. Tuera es un fruto del tamaño de la naranja muy amargo. En árabe significa “muerte y destrucción”. Véase la rima entre nardo y cardo expresando esa antítesis dramática. El poeta la desea ardientemente pero no la puede conseguir. El segundo cuarteto comienza de nuevo con “tuera” (juego de palabras con “tú”. Véase como se implican prácticamente todos los sentidos. Hemos encontrado: “tez/vista; piel/tacto; voz/vista. Pero el poeta arde (metáfora de amor apasionado de raíz petrarquista) y ofrece miera (gusto) en su voz a la amada. La miera (juego de palabras con “mí”= Tuera/Miera)es un aceite espeso, muy amargo y oscuro que se utiliza como purgante, aunque en otro soneto de Miguel, aparece asociado a la dulzura ("Tu corazón una naranja helada/con un dentro sin luz de dulce miera..."

El poeta arde de amor, de deseo, pero ella es cardo, tuera, y miera para el poeta. Y en el primer terceto aparece la palabra “Zarza” (que pincha como el cardo), y su cuerpo, ola (que se escapa). Acercamiento/alejamiento. El eje del poema está en este terceto como suele ser propio de los sonetos clásicos. El poeta desea el cuerpo de la amada, pero es un movimiento condenado al fracaso por la moral conservadora. El poema recrea el movimiento de la ola que se acerca y se va, generando una tensión erótica insufrible que conecta con la muerte. El amor es un tiburón devorador que si no se realiza, condena al enamorado al sufrimiento más extremo e incluso a la muerte. Reside en esta idea la de amor como destino trágico que vertebra el conjunto de poemas del libro. 

El segundo terceto representa de nuevo la pena hernandiana tan recreada en el libro y que María Zambrano ha relacionado con la tristeza de César Vallejo. El poeta se identifica con la garza, la tristeza y la soledad en un vaivén emocional que no tiene solución.

A partir de este libro, Miguel se alejará del soneto y la influencia sijeniana y se dará al versolibrismo más radical que estallará junto con la guerra civil en ese libro tenso y rabioso que es Viento del pueblo.

En conclusión, un soneto desarraigado, simétrico, que expresa un intenso vitalismo trágico y amoroso que desemboca en la tristeza y la soledad del poeta ante la imposibilidad de realizar su impulso erótico que le lleva a arder, a consumirse sin aparente esperanza.  

(Centenario del nacimiento de Miguel Hernández: 30 de octubre de 1910).
La ilustración es de Ramón Fernández Palmeral y está sacada de la red. 

miércoles, 27 de octubre de 2010

Pueblos primitivos


Quiero traer a este blog algunas reflexiones que me han venido de una conversación hace quince años con Clara Valverde, enfermera en salud pública, autora de un par de libros, uno de ellos En tránsito, de sueño en sueño, que recoge sus experiencias de cuatro años de convivencia con los indios cri, una tribu que vive a mil quinientos kilómetros de Montreal en la provincia de Quebec. Clara Valverde tiene una intensa vida intelectual. Su padre fue el inolvidable catedrático de literatura José María Valverde que se exilió en Canadá con su familia en 1967 tras solidarizarse con el profesor Aranguren, represaliado por el régimen franquista. Clara vivió allí buena parte de su vida hasta que hacia 1994 se vino a España donde se quedó. Su alma está entre el mundo de su adolescencia y juventud en la provincia de Quebec, y los dieciséis años que lleva en Barcelona.

Recuerdo que estuvimos hablando durante una cena intensa, y me dijo, entre otras muchas cosas, algo que quiero traer al blog. Era 1995. Me dijo que veía una gran diferencia entre la juventud que se vivía en Canadá y la española. Los jóvenes canadienses parecían estar de vuelta de todo, como si nada fuera capaz de sorprenderles y parecían estar quemados. En cambio los adolescentes españoles que ella veía en 1995, a través de su labor profesional en institutos, conservaban una inocencia asombrosa, no se les veía quemados y miraban el mundo como si fuera capaz de sorprenderles. Aquello me pareció obvio porque formaba parte de mi experiencia docente de aquel tiempo. No era difícil estimular la curiosidad de los adolescentes. Había muchas cosas que los maravillaban y mostraban su entusiasmo.

Clara me dijo que otra diferencia que observaba era, por el contrario, que los adultos de treinta años en Canadá eran muy positivos y emprendedores, pero, en cambio, en España a esa edad le parecía que la gente estaba imbuida de un pesimismo considerable. Estas observaciones me llamaron la atención porque eran acertadas en lo que se refería a nuestro país pero desconocía el posterior desarrollo de esa cuestión.

2010. Quince años después, escribo sobre el asunto. Tengo la impresión de que lo que me comentó sobre la juventud canadiense, se ha instalado hace ya años en España. Los adolescentes y jóvenes parecen estar de vuelta de todo, pocas cosas les interesan o sorprenden, como si lo hubieran visto ya todo. Es difícil suscitar su curiosidad, y se hunden en un conformismo y conservadurismo que a mí, personalmente, me enerva. Desconocen la sutileza de las cosas sencillas –o la pasión del conocimiento- y sólo parecen salir de su letargo mediante emociones estresantes o espectaculares.

¿Qué ha pasado? ¿La sociedad de consumo en década y media nos ha devorado? ¿Los medios y la cultura del espectáculo han saturado la capacidad de sorprenderse? ¿El inicio de las relaciones sexuales años antes les lleva a sentirse prematuramente quemados y experimentados? ¿Qué les vamos a contar los adultos a ellos, que ya han vivido? ¿La tecnología hace ininteresante todo lo que sucede fuera de ella? ¿Ha decaído la capacidad de atención? ¿El sentimiento o la idea interiorizada de que sólo lo placentero vale crea una fragilidad extrema ante el dolor de la vida que se considera insoportable? ¿Tener todas las posesiones materiales les hace incapaces de sentir deseo?

Todo son preguntas. Vuelvo a aquella conversación y recuerdo las emociones que suscitaban en Clara Valverde los recuerdos de su tiempo con los indios cri. En buena medida le cambió su percepción de la vida, de lo racional, de los mundos considerados primitivos (con condescendencia por los arrogantes occidentales). Allí aprendió el valor de la sensibilidad.

Me imagino a mi decena de desorientados y abúlicos muchachos de segundo de bachillerato viviendo un año en las praderas de Canadá con los indios cri. Pienso que volverían transformados, en buena medida civilizados y cargados de sensibilidad.

Nuestra sociedad está enferma. 

Selección de entradas en el blog