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jueves, 8 de septiembre de 2011

Horas de trabajo docente



Son días de preparación de nuestras armas antes de que lleguen los muchachos al instituto. Y son días en que se trasluce una cierta consideración social de que los docentes trabajan muy poco, esas veinte horas sobre las que ha especulado la presidenta de la comunidad de Madrid comparándolas sarcásticamente con las que trabaja cualquier otro trabajador. ¿Cuánto trabaja un docente? Es una pregunta cuya respuesta es difícil de dar, y no me refiero a que sea evidente que trabajamos más horas que las mencionadas en reuniones de todo tipo, corrección de pruebas, preparación de clases... No,  hay algo más que veo en mi propia vida. Los que seguís mi blog os daréis cuenta de que no hay diferenciación entre mi vida profesional y mi vida íntima. Profesor en la secundaria aborda diversidad de temas entre los que hay algunos pedagógicos. Sin embargo, se centra en la figura de un profesor de secundaria cualquiera que deja transparentar el flujo de sus pensamientos que luego se proyectan en sus clases como acciones, a veces con cierto éxito o a veces en forma de descalabro. Otras veces no es lo uno o lo otro. Quiero decir que no sé dónde comienza mi vida personal y dónde empieza mi función de trabajador. Todo lo que yo soy se proyecta en la figura de ese profesor torpe que deambula por los pasillos preguntándose el porqué de muchas cosas.

¿Cuántas horas trabajo a la semana? ¿Las que estoy en clase? ¿O la totalidad del tiempo en que estoy reflexionando cómo hacer mejor mi trabajo navegando por internet en búsqueda de posibilidades interesantes? ¿Es este blog trabajo o es un elemento de ocio? No puedo contestar con exactitud a esta pregunta que me hago delante de vosotros. Aprendí de mi padre que el trabajo y el ocio eran algo muy parecido. Él disfrutaba trabajando. Le llenaba su profesión de la que se sentía enormemente satisfecho. Luego era diletante y se dedicaba al cine, al ajedrez, al mundo de los cafés, a la música, a las mujeres... No trabajaba físicamente muchas horas en su profesión, pero ésta era él. Por alguna razón del destino, en su lápida figura no sé por qué la profesión de arquitecto como si se hubiera quedado adherida para la posteridad a su paso por el mundo.

No sé cuántas horas trabajo, no sé si lo hago bien, pero sí sé que en mi cosmovisión el trabajo está existencializado, forma parte de mi fluir vital y del cúmulo de sensaciones plenas que me desbordan o de los sinsabores que me afligen. No veo una línea clara que distinga cuánto tiempo dedico a mi profesión que se me revela como una práctica artística. Esto no es una forma de inmodestia, sino un modo de explicar que el mostrenco artista que sé que llevo dentro toma su trabajo como una praxis vital y estética en la que  sufre y disfruta a partes iguales. Es como el pintor que dibuja un trazo en un lienzo. ¿Cuánto ha trabajado? ¿Las horas de estancia en el taller? ¿Las horas en que ha estado observando el movimiento y las formas de la realidad en su complejidad? ¿El tiempo en que ha estado haciendo el amor en cualquiera de sus formas? ¿Cuando contemplaba el atardecer y presentía su muerte? ¿Qué lleva implícito ese trazo sobre la tela del cuadro? ¿Cuánta vida lleva encima? Es así como concibo mi relación con mis alumnos. Lo que yo les puedo dar contiene todo el conjunto de mi vida en su diversidad, en su complejidad, en su devenir... Y no les veo únicamente como alumnos a los que he de inocular conocimiento. No, es un encuentro profundamente humano en que por un espacio de tiempo se conjuntan dos perspectivas vitales en momentos distintos de su existencia. Yo enseño lengua, pero para mí no es lo esencial. Creo que mi función, tal como la concibo, va más allá, y no es que se trate de que yo intente formar personitas transmitiéndoles valores. No, lo fascinante de esta historia es la conjunción de dos universos en que ambos se están formando y aprenden el uno del otro. Mi mayor experiencia (mi mayor recorrido vital) me llevará a acercarme a él con delicadeza para intentar comprenderle y hacerle partícipe del placer de aprender. No siempre se consigue. De hecho muchas veces esto se salda con un sonoro fracaso, y en ocasiones se siente dolor y un sabor acre en el paladar. Y se experimenta impotencia, tal vez angustia. Otras veces, el encuentro es pleno y se produce la maravilla y el profesor se siente reconciliado con su profesión.

¿Cuántas horas dedico a esto? No lo sé. Creo que todas. No hago una distinción entre mi vida profesional y mi vida íntima, ambas están conectadas. Por eso cuando una entra en turbulencias, también la otra puede hacerlo, de hecho lo han hecho.

Tengo una gran suerte en trabajar en esto. He querido ser muchas cosas en mi vida desde la primera vocación de periodista que me subyugaba en mi adolescencia. No lo fui, pero creo que algo de ello hay en este blog. Escribo y otros me leen. Quise ser actor y durante un tiempo lo fui, pero lo sigo siendo cuando me presento en clase; quise ser viajero y lo fui, pero con el tiempo me he dado cuenta de que los viajeros lo son aunque no se muevan de su habitación o de su aula. No es más viajero quien más países visita. Esto es un error. No hace falta moverse de casa para ser viajero.

Y el profesor en la secundaria es un poco de todo eso. Sin mayores méritos. Así que no sé cuánto tiempo trabajo. Entiendo que la sociedad se lo pregunte, tiene derecho a hacerlo y a detestarme incluso por mis vacaciones  pero yo no sé qué respuesta darle que sea sencilla. Estas palabras son un intento de explicarme. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Incursión en lo terrorífico


¿A quién no le seduce cuando es niño o adolescente una historia de miedo que haga subir los niveles de adrenalina y provoque una inquietud desasosegante y amenazadora? El miedo es uno de los resortes fundamentales del ser humano. Nos sirve para sobrevivir. Si no tuviéramos miedo, habríamos desaparecido como especie. El miedo es consecuencia de nuestra fragilidad ante peligros reales, pero también imaginarios.  La nómina de terrores es elevada: miedo a lo desconocido, a monstruos que pueblan nuestras pesadillas, a ser poseídos, al bosque, a lo misterioso, a lo anómalo que reside en nuestro inconsciente y que pugna por emerger, a lo extraño o deforme...

Hay un sector de la humanidad al que le gusta experimentar la angustia y la tensión del miedo, artísticamente plasmado en la literatura o en el cine,  para exorcizar las raíces del miedo profundo de la vida real. Antes se contaban historias de terror, de aparecidos, de cementerios, de posesiones, de brujas o de muertos vivientes junto a los fuegos y a esos relatos asistían fascinados los niños que formaban parte de la colectividad también a través de esa comunión con los terrores colectivos.

Llevamos unas décadas de consideración de la infancia como un territorio habitado por  personajes blandos como Teo, Pingu, Las tres bessones o las fantasías tranquilizadoras de Disney o Pixar... Alejamos a nuestros niños de la presencia y realidad de la muerte y los protegemos de peligros potenciales innombrables impidiéndoles jugar en la calle, como se hacía antes, y los saturamos de actividades extraescolares que llenan el ocio de su tiempo libre para evitar que pueblen su mente de criaturas y pensamientos extraños. Nos aflige que comprendan la desprotección y las amenazas de la vida, y tememos que contemplen las raíces del miedo profundo aunque sea como experiencia simulada.

El cine de terror es un clásico que va unido al origen del séptimo arte. Hombres lobo, vampiros, brujas, extraterrestres invasores, ladrones de cuerpos, zombies, monstruos, el mundo de ultratumba, fantasmas, psicópatas... son criaturas que han poblado y pueblan nuestro imaginario colectivo inconsciente.

¿Por qué no dedicar un ciclo de cine de terror a alumnos de primero de la ESO en la alternativa a la religión en ese encuentro de dos horas semanales? Un ciclo en el que puedan ellos elegir su presencia en la elección del crédito. Habrá, claro está, una advertencia a los potenciales electores del crédito: se les avisará de que no es apto para espíritus demasiado sensibles ni para aquellos que tienen miedo a la oscuridad o a quedarse solos por la noche. El ciclo ahondará en las raíces del miedo buceando en filmes míticos en la reciente historia del género de suspense. Luego de cada proyección habrán de presentar una ficha técnica que enlazo, y en la que habrán de exponer su opinión razonada sobre el filme además de consideraciones más especializadas. También habrá un debate, a modo de fórum sobre la película y su eficacia terrorífica.

Estoy considerando varios títulos. El ciclo se compondrá de seis u ocho películas. Estoy trabajando sobre las siguientes:

1.     Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott (1979).
2.     El proyecto de la bruja de Blair de Daniel Myrick (1999).
3.     El resplandor de Stanley Kubrick (1980).
4.     Pesadilla en Elm street de Wes Craven (1984).
5.     The ring de Ideo Nakata (1998).
6.     El exorcista de William Friedkin, (1973).
7.     Tiburón de Steven Spielberg (1975).
8.     Carrie de Brian de Palma (1973).

Podéis participar sugiriendo títulos o dando vuestra opinión sobre el género o la actividad. Sé que he dejado de lado clásicos relativos al monstruo de Frankenstein, a la saga de Drácula o Nosferatu el hombre lobo o clásicos como La parada de los monstruos, Los pájaros o Psicosis estas dos últimas de Hitchcock. No lo tengo claro, temo que los títulos demasiado clásicos les parezcan lentos o anticuados. Por otro lado, quiero que vean títulos inteligentes y originales aunque sean perturbadores y angustiosos. Alguien me ha hablado del terror oriental. He incluido The ring de Ideo Nakata, una magnífica y desasosegadora película.

Y otra pregunta, ¿cómo se abordará la clase de matemáticas o lengua tras contemplar uno de estos títulos? ¿Qué opináis? ¿Veíais cine de terror a escondidas cuando erais pequeños? ¿Deseabais hacerlo?

lunes, 29 de agosto de 2011

El tercer ojo tal vez

Fotografía de María Pixeles.

Recuerdo que hace muchos años proponía a mis alumnos la lectura de libros que escogían de una larga lista que yo les sugería. Uno de los más celebrados era El tercer ojo de Lobsang Rampa; otro Las enseñanzas de don Juan de Carlos Castaneda. Ambos les introducían en universos mágicos que lograban una transfiguración de la realidad concreta en otra, quizás metafísica o espiritual. El caso es que en su lectura se lograba el acceso a otro nivel de realidad y conocimiento diferentes de los habituales, y de ahí surgía la necesidad de un sensor interior que nos conectara con otras dimensiones más profundas. Para mi zozobra, los dos títulos citados se revelaron con el tiempo como imposturas que encubrían una total mistificación sin elementos que los anclaran en la realidad. Los autores eran unos falsificadores y no habían vivido más que en la imaginación las experiencias que describían.

No sé si mis alumnos habrán descubierto que aquello que tanto les emocionó era fruto de la fabulación y la ficción, con la agravante de que su fuerza devenía precisamente de su carácter supuestamente real. A mí me ha hecho pensar, y me ha llevado a la constatación de que el universo en que viví durante más de una década, era quimérico, fruto del deseo, más que de la realidad porque aquello que proponía a mis alumnos de dieciséis años era algo que formaba parte de mi entraña íntima, igual que la literatura existencialista que me dio consistencia durante algún tiempo. Hoy, tiempo después, advierto que aquel cosmos imaginativo y filosófico está definitivamente arrinconado y olvidado. La historia va mostrando que nuestros modelos, tenidos por sólidos durante el transcurso de la vida en sus diferentes etapas, son ilusorios. Nada de lo que creo es totalmente real. Lo que yo creo hoy, con el tiempo se mostrará imaginario e inconsistente... Esto me produce una íntima sorpresa, una profunda inquietud. ¿En qué creer? ¿En qué fundamentar nuestras visiones, nuestras creencias, nuestras esperanzas? Las palabras del pasado resuenan como eso, como palabras del pasado. Creo que nunca ha sido tan evidente que el pensamiento es totalmente precario y fugitivo. Cuando leo tuits, que se suceden vertiginosamente, creo ver una secuencia de fragmentos que tienen vigor durante microsegundos, a pesar de que algunos aspiren a la permanencia, a que sueñan con ella. Estas reflexiones que surgen de un magma veraniego, no son más que retazos de algo que carece de consistencia. Al ser humano no le es dado percibir nada más que la realidad condicionada por el tiempo que va cambiando permanentemente. No es una tragedia, pero induce a pensar que todo aquello en que creemos es provisorio y marcado por el devenir temporal. No tenemos asideros ni anclajes. Da igual lo que pensemos o dejemos de pensar más allá de unos principios que se pueden citar y a los cuales todos somos porosos. Da igual que leamos la prensa o estemos conectados o no a internet. La Realidad se nos escapa entre los dedos como arena de la playa. Nunca podremos domeñarla ni entenderla. Los sistemas políticos son casuísticos. Se basan en equilibrios inestables que van mutando permanentemente.

Queda, no obstante, el arte, pero incluso éste está marcado por la fragilidad, por la materia provisional con que está construido y que revela un cosmos sumamente precario. Es indiferente lo que hagamos o lo que creamos. Es pura ilusión. Nunca estuve más íntimamente gozoso que cuando viajé varios meses por el oriente y me distancié totalmente de las noticias mundiales y especialmente españolas. Permanecí ajeno al devenir mundial y nacional. Nada me conmovió de mi patria y de mi mundo, nada me afectó, sólo estaba yo y mis circunstancias concretas en un viaje que me transformó profundamente mientras que la realidad histórica y política de mi país estaba anclada en estereotipos, en repeticiones, en pesados ternos que no evolucionaban. Años después quise recuperar aquella sensación y me pasé tres o cuatro meses intentando permanecer ajeno a las noticias que nos bombardean cada día y que piden nuestra implicación emocional, pero sobre las que no podemos ejercer ninguna influencia.

La historia la hacen los hombres, una voz me objeta a todo este discurso escéptico. Tal vez sí, es cierto, yo cada día que me levanto intento edificar algo que valga la pena a nivel microscópico. No aspiro a cambiar nada que esté fuera de mí. Hubo un tiempo en que tenía la ilusión y la osadía de pensar que el mundo podía ser transformado por mi acción, que podía ser transfigurada la realidad como planteaban Lobsang Rampa y Carlos Castaneda. Es el llamado pensamiento mágico. Hoy sólo queda -y no es poco- la magia de observar la entraña misma de la realidad fugitiva, sin juzgarla, sin comparar, negándonme a la ilusión -al espejismo- de pretender entenderla; tal vez podamos sentir así un estremecimiento al reconocernos allí reflejados -siendo observadores y observados-, seres que pueden modificar la realidad a la vez que son transformados profundamente por ella.

Es extraño y asombroso.

Leo entretanto el Ensayo sobre la lucidez de José Saramago.

martes, 28 de junio de 2011

Break time

Mary White

Creo que ha llegado el momento de hacer un receso, un break time que dicen los ingleses, durante unos meses. Llevo publicando ininterrumpidamente desde septiembre de 2009, hace ahora casi dos años. Creo que me airearé y dejaré descansar a los que tenéis la amabilidad de seguirme desde la distancia. A veces le tienta a uno saber cómo sería de nuevo la vida sin esta aventura digital que entrará en octubre en su sexto año consecutivo. El blog se ha convertido en una segunda piel, pero me tienta en ocasiones saber de nuevo cómo es la vida en la intimidad del diario personal, en la lectura reposada de los libros que tengo tan abandonados, en las excursiones a la naturaleza, sin esta esclavitud que supone un blog. Me cansan mi voz,  los temas que abordo, las reiteraciones infinitas llenas de contradicciones, mi falta de sentido del humor tan ajeno al blog, el melodramatismo que impregnan mis reflexiones por otro lado tan convencionales. Me fatiga ir mirando el mundo y tener que extraer una perspectiva concreta, cuando son múltiples las perspectivas posibles; me fatiga seguir sin saber muy bien quién soy y tener que ir dando palos en la niebla de la identidad que se escabulle.

Me canso de ser yo mismo, pero lo que no me cansa es el encuentro que se produce entre algunas torpes propuestas mías y la lucidez que se descubre con alguna frecuencia en vuestros comentarios. Creo que escribo para recibir esas respuestas que me asombran. Creo que hay comentarios en que el que escribe se deja el alma, otros son más socorridos. Eso lo percibimos todos cuando leemos o hacemos los comentarios. Y la extensión no es lo decisivo, sino el hecho de acertar en la diana cordial. Comentar no es fácil porque significa entrar en el mundo del que ha escrito, no para elogiarlo, no para adularlo -eso no me atrae- sino para ir más allá de su propuesta -una vez cabalmente entendida- . Por eso comentar es entender. Y cuando el bloguero nota que alguien le ha entendido, se le enciende el corazón. No sólo le ha entendido sino que ha buscado derivaciones lógicas, en la misma estela de pensamiento, no sospechadas por el que escribió y que amplían su mundo. Esto es lo más valioso de escribir en un blog para mí: no el intercambio de sentimientos, no el intercambio frío de ideas... sino otra cosa que yo definiría como la puesta en contacto de universos distintos, tal vez paralelos.

Pues bien, ahora dejaré unos meses de estiaje sin publicar. Y luego cerca del otoño, ya veremos lo que hacemos. Ahora no tengo ni idea.

Buen verano, amigos. 

miércoles, 22 de junio de 2011

MIedo a la revolución digital


Hay muchos profesores que se sienten inquietos cuando ven una clase con alumnos que tienen cada uno un ordenador portátil. Temen -con razón- que sus alumnos se meterán en páginas ajenas a las oficiales, temen que sus alumnos se pongan a chatear o ver vídeos o a jugar a aplicaciones interactivas mientras se desarrolla la explicación del tema correspondiente. Entonces optan por limitar el uso del portátil a lo que llaman "una herramienta más" y continúan dando la clase como si no se hubiera introducido en el aula la más prodigiosa de las posibilidades tecnológicas.

Otra reacción frecuente, y que tiende a imponerse en los centros, es la de restringir el acceso a los alumnos a multitud de aplicaciones como facebook, messenger, youtube, blogs, wikis, plataformas interactivas... para que se limiten exclusivamente a los libros digitales vendidos por las editoriales y que no puedan navegar por páginas resbaladizas o potencialmente distractoras.

Jordi Adell ha sostenido que "un ordenador sin pedagogía es pura cacharrería", pero la formación de un docente en el área digital es larga y compleja. Muchos profesores sienten miedo al mayor dominio que tienen los alumnos de ese artilugio diminuto. Un docente digital ha de pasarse muchas horas aprendiendo a familiarizarse con los entornos digitales, conocer aplicaciones que van surgiendo continuamente, establecer vínculos en red con colegas de cualquier parte de la geografía del mundo que tengan problemas parecidos y aprendiendo de ellos. Algunos incluso asisten a congresos digitales sobre el uso de los blogs para compartir experiencias.

No es posible dar una clase convencional con un ordenador en la mesa del alumno. No es un instrumento más. Es el arranque de una pedagogía. Eso no quiere decir que los muchachos no compatibilicen su destreza digital con habilidades tradicionales como la escritura manual, el uso de libros físicos, realización de resúmenes y esquemas. Es más, son necesarios y no deben olvidarse. De la armonía en la interacción entre lo clásico y lo digital se desprenden el éxito o fracaso de una pedagogía. No hay que arrinconar a la escuela de siempre, ni  hay que olvidar que el objetivo de toda enseñanza es el conocimiento. No se trata de abandonar un modo de hacer que se ha confirmado eficaz. El docente ha de explorar el potencial creativo del ordenador y de la pizarra digital que permiten prodigiosas ventanas al mundo. Los alumnos aprenden de modo diferente y nosotros hemos de enseñar de modo diferente. La tendencia a la distracción es cada vez más intensa. Una clase tradicional, por mi experiencia, es tediosa. Las mentes de nuestros alumnos están conformadas por internet, no funcionan linealmente, funcionan estableciendo conexiones y dando saltos hipertextuales... Es tarea del profesor intentar aprovechar el modo inconstante de funcionar el cerebro buscando métodos que potencien la capacidad de la atención de los alumnos que tiende a la dispersión y al desorden. Algunas veces hemos hablado de las prácticas contemplativas que favorecen dicha atención.

No podemos funcionar como si el futuro no hubiera entrado por puertas y ventanas. Los profesores que enseñamos en la escuela pública y en entornos desfavorecidos, sabemos de la escasa predisposición que encontramos en nuestros alumnos al rendimiento académico. Sin embargo, hay que intentar hacer atractivo el conocimiento. A lo largo de mi vida como profesor he ido observando cambios fundamentales en el modo de ser y de estar de mis alumnos. Han cambiado profundamente, como yo también me he transformado. Hemos de hacer interesante los fundamentos clásicos del conocimiento sabiendo que estamos en tiempos nuevos, y que la tecnología alienta un modo distinto de hacer y de acercarnos al mundo.

En ningún caso deberían restringirse las potencialidades de la red. Un internet "capado" de peligros es un internet muerto. Hay aplicaciones muy atractivas, didácticas e interesantes, que permiten el aprendizaje en red. Pero el profesor ha de conocerlas y los alumnos tener acceso a ellas sin censura. La distracción es inevitable, pero en la enseñanza tradicional también los alumnos desconectaban al margen de nuestros deseos. El desafío es entender internet y conducir a nuestros alumnos al núcleo más denso del conocimiento y a sus aplicaciones más útiles. 

Hemos de ser nuevos argonautas pero en naves galácticas. Entre Escila y Caribdis, entre la tecnología hueca y los métodos periclitados, hemos de conducir la nave por el estrecho paso, inspirados por Tetis, aceptando el presente como radicalmente diferente y a la vez tomando el pensamiento clásico en la más profunda de sus interpretaciones.

lunes, 20 de junio de 2011

19-J en Barcelona



No sé cuántos éramos. En todo caso, muchos, pero no todos los que debían estar ahí. Faltaba la clase media catalana, tal vez asustada por los incidentes del Parlament o quizás confiada todavía en la taumaturgia de CIU, el partido transversal de Catalunya. Había muchos jóvenes. Este es el aspecto más estimulante de este movimiento que va a más. En algunos momentos he sentido escalofríos. Llevaba mucho tiempo esperando esto, y había llegado a pensar que no lo vería. La gente está saliendo a la calle a mostrar su malestar, su desacuerdo con un sistema político que no nos representa. Ya García Trevijano hacia 1979 sostuvo que la democracia española no era democracia. Las listas cerradas serían inadmisibles en países como Reino Unido o Estados Unidos. Estas listas favorecen una oligarquía de los partidos en que el ciudadano no cuenta para nada. Sería igual que los cinco cabezas de lista principales se presentaran, votáramos por ellos y luego eligieran arbitrariamente a quienes estarían en el Parlamento. No tenemos ningún control real sobre nuestros elegidos que están a sueldo de los partidos y no responden ante los votantes.

Además cada vez más somos conscientes de que la política no se decide en las instancias supuestamente elegidas por los ciudadanos. Vivimos en una dictadura del sistema financiero que es el que realmente gobierna el mundo. Todos los  partidos tienen fuertes créditos con la banca, todos los partidos están cogidos por la necesidad que tienen  de financiación para sus costosas campañas, y están en manos de los bancos. ¿Alguien se imagina que un gobernante presente iniciativas para coartar el poder del Banco de Santander, del BBVA o de La Caixa. Sabemos que es imposible. Vivimos en una fachada en que se nos hace creer que somos electores de nuestros destinos, pero es falso.

Es bueno que también empecemos a reflexionar sobre las estructuras de un mundo hecho a medida de los poderosos.. Somos un país en crisis, pero también debemos considerar que buena parte del mundo se hunde en el subdesarrollo, y en buena medida se debe a  las políticas económicas que benefician a los representantes del poder financiero de los países más poderosos. Los precios de los alimentos básicos cada vez son más caros, los mercados especulan sobre ellos aunque ello lleve a sociedades enteras a la pobreza más extrema y al hambre. Está bien que reivindiquemos la depuración de nuestro sistema político y una regeneración democrática, pero debemos aspirar a más y también ser conscientes del estado del mundo. No mirarnos el ombligo es esencial. Debemos empezar a recuperar la cultura del compartir, del redistribuir, del socializar... Y para ello es esencial el debate. El debate es el alma de esta regeneración democrática.

Impulsemos en las escuelas el ritual del debate. Es posible hablar de todo, y es interesante que en la escuela entren la sociedad, sus conflictos y sus contradicciones. Durante muchos años he visto a la escuela descolgada de los debates esenciales. Ahora tenemos de nuevo deseos de dialogar, de intercambiar. Llevémoslo a la escuela, que nuestros alumnos se sientan protagonistas de esta revolución silenciosa en la que nuestras únicas armas son nuestras manos y nuestras palabras---------------------------------------------------------------------

jueves, 16 de junio de 2011

Asamblea de barrio


Hace muchos años que no asistía a una asamblea vecinal. He ido a la iglesia del barrio donde había centenares de personas esperando la convocatoria de la Asociación de Vecinos. Nuestro barrio ha sido luchador y destacó en los años sesenta por su capacidad de resistencia en las luchas del Baix Llobregat. Esta vez nos congregaba la alarma de que nos van a suprimir el consultorio del barrio que incluye el servicio de medicina general y sobre todo el servicio de pediatría que atiende a 1205 niños. No es el único caso en la zona donde van a cerrar otros consultorios y se optará por la concentración de Servicios en centros que no podrán atender adecuadamente a los miles de pacientes que concurrirán.

Este consultorio fue fruto de la lucha en los años del franquismo y en los de recuperación de la democracia. Hoy nos volvíamos a reunir un conjunto de personas del barrio -la mayoría mayores- que queríamos un presente digno para nuestros vecinos. El representante de la Asociación nos ha contado escuetamente la situación que lleva a que se cierre nuestro centro de salud. No ha exagerado y se ha limitado a contar las conversaciones con responsables políticos, municipales y de sanidad de la Generalitat. La realidad es que vivimos una época de recortes en sanidad, en educación y en servicios sociales y de alguna manera tienen que llegar a los barrios esa disminución del estado de bienestar. El gobierno de CIU ha presupuestado un 6,8 % menos para sanidad y los responsables políticos han de meter la tijera. Un corte será en nuestro barrio. ¿Qué hacer? El ambiente era de excitación en la asamblea. La gente temía una reducción enorme en los servicios sanitarios en un barrio deficiente en equipamientos públicos. Todo lo que tenemos ha sido objeto de luchas vecinales. El representante de la Asociación nos ha dicho que somos herederos de la lucha de nuestros antepasados y somos responsables de lo que dejaremos a nuestros hijos. Un barrio es poca cosa en la mercadotecnia mundial. Pero nosotros nos sentimos protagonistas de nuestra realidad. Somos herederos de una potente tradición. Es normal que nos sintamos no sé si indignados pero al menos sí, alarmados.

La representante de CIU ha dicho que confiáramos en las instancias políticas que se iban a reunir en el ayuntamiento, que se pondrían a trabajar en el asunto. La Asociación del barrio, en cambio,  proponía seguir con las negociaciones -sin romperlas nunca- pero convocar el próximo martes una marcha-concentración de los vecinos que irían a mostrar su desacuerdo ante las autoridades municipales y administrativas. La gente estaba alterada e inquieta. Yo he permanecido callado mientras oía a distintas personas que planteaban ideas sobre la situación.

Me doy cuenta de que la sociedad se está calentando, lo noto a nivel de gente normal, en sus comentarios, en las barras de los bares o en el colmado. El nivel de indignación está subiendo y entre tanto los políticos intentan paliar ese estado de nerviosismo pidiéndonos que nos tranquilicemos y esperemos la acción de las instancias políticas. Sin embargo, se intuye que la realidad política ahora está muy lejos de los ciudadanos. Ayer cuando veía a los parlamentarios catalanes llegando en helicóptero al Parlament sentía por un lado que aquello era una equivocación, pero por otro lado creía que era bueno que los políticos tuvieran un baño de realidad. Iban a aprobar recortes en áreas básicas de la convivencia y se encontraron una resistencia que les ha llevado a sus responsables a desprestigiar al movimiento del 15-M al que de momento se había mirado con condescendencia y simpatía paternalista. Ese malestar de la gente está calando en amplias capas de la población. Siento una sociedad tensa y preocupada ante lo que se ve venir. Mi psicoterapeuta me decía ayer que teníamos que estar preparados ante un futuro muy incierto. En Estados Unidos ha habido pensionistas que han perdido la pensión de jubilación por la crisis económica y a los ochenta años están trabajando en hamburgueserías intentando ganar algo y enfrentándose al futuro con cierto optimismo.

Noto a la juventud más inquieta, noto a los mayores más reivindicativos... pero siento que hay una capa media de la sociedad que espera sencillamente la llegada de tiempos mejores que no llegarán en los próximos años. Los centro comerciales están llenos, los bares de tapas están repletos, pero doy fe que también las iglesias vuelven a llenarse de personas alejadas de cualquier radicalismo y  que se dan cuenta de que van a ser los paganos de la crisis en la que algunos se han enriquecido ferozmente, y a la vez son los que nos gobiernan. Se desconfía de la política y se mira a los políticos con poca simpatía. Hay alguien que ha calificado al asamblearismo como cutre y anticuado, pero en algún sentido pienso que significa la vuelta a la política de la gente común. No me basta votar listas cerradas cada cuatro años. Ahora me doy cuenta de que es importante estar ahí, con el barrio, sin demagogia pero con convicción.

La realidad es que estamos solos, y lo que no hagan los vecinos no lo hará nadie por ellos. No basta ya esperar. Inopinadamente nos hemos vuelto compelidos a la acción. Como si volviéramos a otros tiempos que algunos recordamos.

Preparados para todo significa también tomar partido, mancharnos y salir de nuestra torre de marfil y compartir con los vecinos unos momentos de alarma y preocupación.

Nos mostraron el jamón y ahora nos dicen que no era para nosotros. 

domingo, 12 de junio de 2011

¿Para qué escribo?


Una de las oportunidades más extraordinarias de tener un blog como éste, es que el autor toma una idea, unos hechos o una noticia  e intenta reflexionar sobre ello con mayor o menor fortuna. Expone su punto de vista y recibe unas cuantas respuestas que en muchas ocasiones sugieren otros enfoques distintos de la cuestión tratada. El autor entonces considera las nuevas aportaciones y en cierta medida modifica sus consideraciones. Es por esto que me gustan los comentarios discrepantes, no laudatorios, y que me hacen cambiar mis coordenadas que son ampliadas o matizadas por las nuevas aportaciones.

En el post anterior, Juan Poz, comentarista habitual en esta casa, me interpela sobre los nuevos y relevantes datos que aporta RFT sobre la actuación de Jorge Semprún en el campo nazi de Buchenwald. El comentarista RFT enlaza unas informaciones del blog Una temporada en el infierno de Juan Pedro Quiñonero, que también comenta María, en que se señala que el comunista Semprún formó parte de la organización del lager -cuya gestión administrativa fue delegada por los nazis a los comunistas-. Desde su puesto de intervención, Semprún -comisario político- habría confeccionado listas de hombres destinados a secciones de las que no se volvía vivo.  En dichas listas tuvo la posibilidad de salvar y condenar a seres humanos, y utilizó dicho inmenso poder en salvar a sus correligionarios comunistas y enviar, en cambio, a la muerte a personas anónimas  -o compañeros que no compartían sus ideas-, teniendo en cuenta la considerada superioridad moral y política de los comunistas que deberían salvarse para edificar después un mundo mejor.

Semprún, que utilizó abundantemente en sus libros y en su carrera política su estancia en Buchenwald como víctima que habría vuelto de la muerte, nunca hizo referencia a esta circunstancia. Su compañero  de célula -y amigo íntimo- Robert Antelme haría posteriormente una autocrítica en que saldrían a relucir sus reservas morales sobre la actuación de los comunistas estalinistas en Buchenwald, reservas a las que nunca hizo mención Jorge Semprún y por las que fue expulsado del partido Robert Antelme. 

¿Tendría que haberlo mencionado Semprún? ¿Fue una carga sobre su conciencia su participación en Buchenwald al servicio de los nazis? ¿Edificó su carrera política y personal sobre esta impostura? ¿Las leyes de guerra ayudan a entender dilemas que en otros contextos son inadmisibles? ¿Quién o qué era en realidad Jorge Semprún que ha sido enterrado con todos los honores políticos e intelectuales? ¿Lo que sabemos matiza su consistencia humana o intelectual, igual que el reconocimiento que hizo Gunter Grass de su alistamiento forzoso en las Waffen-SS a los 17 años, revelación que aparece en su libro Pelando la cebolla, cuestionó seriamente su coherencia ideológica? ¿Por qué no se ha dado relevancia a estos datos que sabemos fehacientemente sobre Semprún?

El otro día La Vanguardia (10-06-2011) publicaba una noticia en que se revelaba que una antigua heroína de la resistencia francesa -Atie Ridder-Visser- a sus 96 años ha confesado el crimen que cometió en marzo de 1946 contra Felix Guljé, ingeniero, al que se había considerado colaboracionista de los nazis. Ella disparó contra él en su casa. Posteriormente se supo que Guljé no sólo no era colaboracionista sino que había ayudado a cobijar y salvar a judíos a los que acogió en su casa, así como había protegido a otros perseguidos. Karin -el seudónimo de la que lo mató- no lo sabía, y entendió que merecía la muerte. El crimen nunca se esclareció pero Karin recibió hace veinte años la cruz al mérito de la resistencia en su ayuntamiento. Sin embargo, su conciencia no estaba en paz. Ha sido en el límite de sus días cuando ha confesado su crimen que explicó como lógico a la luz de las informaciones que entonces poseía su comando.

Leí hace unos años un libro magnífico titulado La gorra o el precio de la vida. En él el autor, Roman Frister, judío superviviente de Starachowize, Auschwitz  y Mathausen confesaba, tras una larga vida, que a sus dieciséis años estaba internado en uno de los citados campos de exterminio. Allí había una norma inflexible. Todas las mañanas había que formar con gorra. Al que no llevaba gorra lo mataban allí mismo los nazis. Una noche fue sodomizado por un kapo en los barracones. Esto era castigado con la muerte. Lo peor fue que le arrebataron la gorra. Tenía unas horas antes del amanecer. ¿Sabéis lo que hizo? Él sólo sabía que quería vivir. Por la mañana en la formación él tenía gorra, y cuando oyó el disparo, miró a otro lado. Sin embargo, esto que pasó, y que todos podemos entender, no le abandonó ni un momento en su vida, hasta que, una vez retirado, escribió este libro en que confiesa lo que había sucedido en una obra espléndida en que no se evita la descripción de las maldades nazis pero también se muestra el colaboracionismo de tantos judíos en acciones no menos infames -tal vez como la suya y que necesitó revelar-.

¿Acaso hay un último libro inédito de Jorge Semprún en el que aborda lo que no se atrevió -o no quiso- hacer en vida? ¿Tuvo sobre su conciencia aquello o lo utilizó para ascender, él que fue expulsado del PCE por desviacionista, cuando se sabe que denunció a toda la célula de la rue Saint Benoit a la dirección del partido. Es conocido que Marguerite Duras lo calificó de chivato.

¿Cómo no va a modificarse mi punto de vista tras un post y los posteriores comentarios?

Escribo para entender.

miércoles, 8 de junio de 2011

A propósito de Jorge Semprún


Ha muerto el escritor, político e intelectual Jorge Semprún. Ha muerto en París, su segunda -o primera- patria. Escribió en francés, su lengua literaria y ensayística. No voy a añadir nada nuevo a todo lo que están exponiendo las necrológicas de los distintos medios de comunicación. Fue un hombre ilustre, que se exilió de España, luchó en la resistencia francesa y fue deportado a Buchenwald donde pasó dos años en poder de los nazis. Todo esto lo sabemos. También que regresó del exilio para incorporarse a la lucha del PCE contra la dictadura bajo el seudónimo de Federico Sánchez. Hoy escuchaba a Santiago Carrillo diciendo que el día de la expulsión de Jorge Semprún del Partido Comunista fue un día de los más tristes de su vida. Fue expulsado por disidente.

Me cae bien este hombre. Tengo pendiente la lectura hace muchos años de La escritura o la vida, libro que se amontona en mi torre de desidia lectora. No quiero contribuir a esa hagiografía funeraria que abruma cuando alguien muere. He sentido repulsión hacia las palabras de Santiago Carrillo elogiando su figura, y he tenido que escuchar multitud de testimonios laudatorios. No hubiera tenido el del elevado a los altares, como si fuera un santo,  Manuel Vázquez Montalbán, que lo detestaba. Dios te libre del día de las alabanzas, me decía mi padre.

Y me cae bien porque supo liberarse en buena parte de esa cadena que llevamos todos los que nacemos en este país: la españolidad, ya que, sin dejar de ser español, pudo sentirse francés y hacer de esta lengua su instrumento de reflexión y de creación literaria. En Francia ha sido reconocido como uno de los intelectuales más destacados en el análisis de la experiencia concentracionaria y la debelación posterior del totalitarismo. Pertenece a esa pléyade de exiliados españoles que han logrado insertarse en la vida francesa, sintiendo una mezcla de amor y distancia hacia su madrastra España. Pienso en el novelista Michel del Castillo que tendría igualmente una relación conflictiva con lo que representa lo español. No deja de sentirlo como herencia tal vez inevitable, pero respira hondamente liberado en territorio de la lengua y la cultura francesas.

No hay historia ni política más estéril que la española. Siempre estamos dando vueltas a los mismos mitos, a los mismos refritos, a las mismas batallas que giran inevitablemente en torno a las naciones. Ser español es hundirse en un  légamo proceloso de sentimientos contradictorios que ignoran lo fundamental de la historia de España, su propensión a la crueldad, a la envidia, o su profunda tragedia sin resolver y que no lleva visos de ser resuelta. Cuando escucho a los prohombres del Partido Popular perorando, siento la sacudida desagradable de un sueño del que creí estar ya liberado. Cuando escucho a las voces nacionalistas de Cataluña siento de nuevo el conflicto irresoluto entre una España descompuesta, fracasada, incapaz de aunarnos en un proyecto común y las voces que reproducen la misma historia y las mismas contiendas de siempre. En la acampada de Barcelona en Plaza Cataluña hubo un incidente poco conocido: el monumento dedicado a Francesc Macià fue encartelado por algunos acampados con referencias a Durruti, el líder anarquista que tuvo más influencia en Cataluña durante la guerra civil. La historia volvía y hubo un movimiento de indignación por el agravio cometido contra la figura sagrada de Macià. Aquello desencadenó una agria polémica. Al final, la acampada en Barcelona logró aprobar la reivindicación del irrenunciable derecho de autodeterminación por parte de la asamblea. Aquel punto había sido el eje de multitud de discusiones y vertebró una disidencia contra la línea internacionalista que había prevalecido y que tenía como objetivo el capital financiero y la banca sin distinción de naciones.  

Me agota España, me agota Cataluña, me agota Euskadi, me agota la peregrinación del Rocío que está siendo realizada estos días. Entiendo que el que pueda -para su fortuna- liberarse y respirar en otra lengua, en otra historia, en otros mitos, tiene mi simpatía. España es una madrastra. Cataluña es una hija digna de España. Quiere ser su reverso pero sólo es su corolario lógico y reproduce la misma corrupción -a lo fino-, su mismo clientelismo, su misma (aunque contradictoria) colección de mitomanía falsificadora.  

Cuando me enteré de la muerte de Jorge Semprún y revisé su historia y su distancia (o ironía)  con el hecho de ser español, me sentí reconocido en su trayectoria que nunca podré iniciar. Ya es tarde. Pero si pudiera, huiría de este país, de todas sus contiendas, de sus tapas de chorizo y de sus patatas bravas, de la barretina, de sus dictadores que no lo son según la Academia de la Historia, de su sentido de lo rancio que amenaza nuevamente con anegarnos a todos durante años y años... Huiría de este país de diecisiete parlamentos frecuentemente dominados por caciques, de los rosarios, de las plazas de toros, de la virgen del Rocío y de la Macarena, de la escudella, de su magnífica literatura realista incapaz del acceso a lo fantástico...

Bravo por Semprún. Logró lo que tal vez fuera mi sueño. Huir de esta patria en permanente conflicto, distanciarse, tomar lejanía para tal vez apreciar con algún rigor lo que tiene de bueno. Aquí, sumergidos en este nido de víboras y en este campo poco propenso al quiebro amable y al razonamiento, uno siente deseos de respirar, olvidarse de que se es español.

Pero escribiendo esto y escribiendo así, no dejo de confirmar que lo soy. Estamos imposibilitados para la ironía, para la distancia y nos sumergimos de cabeza en las cosas, a lo bruto, como el macho cabrío embiste, incapaces de relativizar y anegados en pasiones tan extremas como estériles.

Una desdicha como otra cualquiera. 

lunes, 6 de junio de 2011

Puertas que se abren y puertas que se cierran.


He escrito un comentario en el blog de un buen amigo. Lo transcribo y espero que me dé motivo para una reflexión con algún sentido.

Yo leí La montaña mágica en un par o tres semanas por la noche, absorbido totalmente. Su lectura, la intensidad de la misma, me recordó la pasión con que leía a Julio Verne a mis doce años. Uno tiene que verse en la tesitura de Hans Castorp, allí en las montañas, en la inacción, en la práctica contemplativa, dejándose atravesar por esas reflexiones o esos diálogos densos y dramáticos. Yo lo leí en uno de mis primeros tratamientos para la depresión y fue un momento total. Luego lo he querido volver a leer y no es lo mismo. Creo que los libros tienen momentos inequívocos para leerlos. Se acierta o no se acierta. No temas dejarlo si no te llama. Es grandioso pero nada es imprescindible. Para mí fue un momento cenital en mi vida, pero pienso que fue puro azar maravilloso. Los libros tienen que responder a preguntas que nos hacemos, y si no lo hacen, son insoportables.

He escrito esto que plantea que el encuentro entre un lector y un libro es puro azar o tal vez necesidad, pero en todo caso es un encuentro fortuito. Recuerdo hace unos años la lectura de ese texto de Thomas Mann en una situación bien nueva para mí por lo que he contado. Me acostaba temprano y me llevaba gozoso a la cama esa novela que por alguna extraña razón me cautivó. Leía un par de horas a veces subrayando el texto o anotándolo. No se me hizo pesado ni prolijo. Me identificaba extrañamente con las reflexiones y sensaciones del protagonista, y me imaginaba recostado en una chaise longue al atardecer frente a las gigantescas moles de los Alpes en un estado febril. Esa inacción, ese no poder hacer nada y dedicarme únicamente a explorar mi mundo interior y el que me rodeaba, me parecía fascinante, sobre todo si iba acompañado de febrícula, un estado que, aunque parezca raro, me atrae. Creo que me absorbía esa morbosidad de la narración, esa presencia de la enfermedad que ahonda la mirada y hace a los hombres más profundos.

Fue un encuentro singular entre la novela y yo. He leído otras obras de Thomas Mann pero ninguna me ha creado un estado de expectación e identificación como aquel, quizás porque yo me reconocía en un estado enfermizo y me negaba también a la acción. Incluso posteriormente he intentado releerla, pero tras unas cuantas páginas de lectura, he visto que aquella obra se me había cerrado, ya no podía penetrar en ella. Sólo una vez había tenido acceso a su núcleo. Esto me lleva a pensar que toda recomendación literaria es incierta. Nunca sabemos si lo que a nosotros nos ha servido, lo hará a otros. Así en una mañana de primavera encontré una obra de teatro a mis dieciocho años. No conocía de nada al autor. La cogí de la biblioteca y me puse a leerla. Aquella obra era nada más y nada menos que Esperando a Godot de Samuel Beckett. Es una de las mañanas más luminosas de mi vida, sumergido en aquellas andanzas de esos personajes que no sé por qué se identificaban totalmente con mi sentimiento de la vida. Quizás yo también, como Vladimiro y Estragón, estaba esperando a Godot. Es una suposición. Recuerdo maravillado aquellas tres horas de lectura intensa, apasionada como una tarde de amor con cigarrillos y cerveza. He vuelto a esa obra en varias ocasiones, pero no me ha dicho nada especial. No entiendo qué encontré en ella aquella mañana. Así me ha pasado con numerosas obras literarias. Hubo un tiempo en que leí Rayuela de Cortázar y me imaginaba deambulando en Paris buscando a la Maga o asistiendo a aquel burdo concierto de Berthe Trepat. Era una concepción de la existencia la que estaba impregnando aquellas páginas que eran mías y volvía a ellas continuamente. He intentado releer Rayuela hace unos años y me ha parecido un peñazo. No me dice nada. Son ejemplos de lo que quiero decir y esas posteriores lecturas no me quitan un ápice de la pasión que siento por ellas. Para mí la lectura primera, iniciática, es la fundamental.  Luego ha pasado el tiempo. He cambiado yo y se han mutado el ambiente y la atmósfera en que vivimos.

Cada vez siento más pesar como profesor que lleva a sus alumnos a leer determinados libros. Lo considero una intromisión. Sospecho que la literatura ha dejado de ser actual, que responde a otro tiempo en que lo inmediato no era el modelo dominante. Pero este es nuestro tiempo. Y el tiempo de mis alumnos que, como yo, se ven rechazados por los textos escritos, porque ya no contestan a preguntas esenciales. Ahora los debates están en otros lados. La literatura se ha convertido en buena parte en opaca. Ha dejado de responder a cuestiones primordiales a los hombres de este tiempo.

Si pudiera me negaría a promover la lectura. Lo hago por imperativo legal. Hubo un tiempo en que la literatura y yo éramos amantes. Cuando hablaba de libros, mis ojos brillaban de excitación y entendía que mis alumnos recibirían esa pasión que sentía, como así solía ser. Durante muchos años me consideré profesor de literatura porque creía en ella, porque respondía a preguntas -a veces no formuladas-, a inquietudes íntimas, a estados de anticipación, a noches de insomnio... Esto ya no es así. Siento a la literatura como una antigua amante que me dio lo mejor, que me abrió universos inmensos, pero una amante lejana.

Ahora sólo pienso en términos de imágenes. Entiendo el rechazo o las enormes dificultades que sienten mis alumnos adolescentes en acercarse a leer Cinco horas con Mario de Miguel Delibes, porque a mí me pasa lo mismo. No me interesan los conflictos matrimoniales de los años sesenta entre Carmen y Mario. Y si a mí no me interesa, ¿qué será a ellos? He dejado de creer que la literatura puede cambiar el mundo, y que los libros sean algo imprescindible.

Sé que no debería escribir esto, sé que alguien puede sentirse defraudado pero Profesor en la Secundaria es un proyecto vivo, abierto, contradictorio, que revela la interioridad de un profesor  que reflexiona y ofrece lo que siente en un momento dado. ¡Cómo me gustaría escribir en otro sentido! Es como si los libros se me hubieran cerrado, como si la puerta aquella maravillosa que se me abría con cierta frecuencia, se hubiera cerrado para siempre. ¡Cómo recuerdo la desazón de mi padre ante su hijo siempre con un libro en la mano! Me decía que la literatura era anacrónica, pero yo me sumergía  apasionadamente en aquel anacronismo.

Terrible. 

jueves, 2 de junio de 2011

Taller de lengua oral: el aula digital



Soy profesor de lengua castellana de un grupo de segundo de ESO con especiales dificultades en el aprendizaje por su escaso dominio de la lengua (inmigrantes que llevan poco tiempo en España), escasa predisposición escolar, déficit intelectual... Con ellos me he planteado hacer un curso motivador en que lo fundamental no fuera memorizar conceptos gramaticales sino poner en activo la competencia lingüística, sea oral o escrita. He promovido la cultura visual por medio de cortos que luego eran debatidos por las cuestiones que planteaban. A final de curso abrí varias sesiones de reflexión sobre el tema genérico Objetivos de la educación y un análisis de su realidad escolar contemplada desde su punto de vista. Así se crearon grupos de debate que discutían una serie de propuestas sobre su consideración y valoración del hecho educativo. Tuvieron especial resonancia las cuestiones relativas a la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres, la igualdad de oportunidades entre pobres y ricos, el fomento del pensamiento crítico, la escuela como espacio de felicidad, la necesidad del esfuerzo y sacrificio, la incorporación de la tecnología a las aulas, etc.

El vídeo que encabeza el post es una selección realizada sobre los temas debatidos entre los elegidos portavoces de los grupos de discusión. Le he puesto por título El aula digital y tiene por eje la presencia de los ordenadores portátiles en el aula que este año se ha iniciado en 1º y 2º de ESO en Cataluña en algunos centros. La experiencia tiene aspectos positivos pero también los tiene negativos como estos muchachos se esfuerzan en explicar. Para varios la lengua es un instrumento muy difícil aunque sean nativos, y no lo es menos para los que intervienen proviniendo de culturas como la magrebí, la portuguesa u otras procedencias latinoamericanas. Sin embargo, se establece un debate muy vivo-dentro de sus dificultades- que cualquiera que quiera acercarse a la realidad de las aulas no dejará de ver con gran interés. Estos son nuestros muchachos. Esta es la realidad que late dentro de las aulas y que este profesor en la secundaria siente con orgullo personal a pesar de que varias de las intervenciones pueden cuestionar la metodología de la asignatura. Mis objetivos esenciales eran el desarrollo de la expresión oral y escrita, la reflexión sobre temas de actualidad a pesar de que implicaran gran complejidad, y la promoción del pensamiento abierto y crítico. Es posible que ignoren qué es una metonimia, pero le han dado muchas vueltas a las cosas, y han intentado expresarlo. No os perdáis el vídeo. Sólo es una larga secuencia de lo discutido en el taller de oralidad. 

lunes, 30 de mayo de 2011

Pedagogía, solipsismo y anonimato.



Recuerdo vívidamente el momento en que de niño -tal vez dos años- descubrí que el espejo reflejaba mi imagen, que aquel ser que se movía torpemente era yo. Tarde o temprano todos lo hacemos. Es un momento metafísico que también alcanzan algunos primates a los que se coloca frente a un espejo y son capaces de ir a por el lazo que les han puesto en la cabeza y que ven reflejado en el espejo. Borges pensaba que los espejos y el coito eran perversos porque multiplicaban a los seres humanos. A mí la idea del espejo me sigue resultando inquietante. Me enfrento, cuando me miro, a un yo que no soy yo, sólo es mi reflejo inverso, y me va dando cuenta de mis transformaciones vitales según sea la luz que me ilumina. El espejo en la oscuridad no refleja nada, necesita de la luz para construir esa imagen que pienso que soy yo pero que a veces me asusta y me llena de aprensión. Ha habido épocas de mi vida en que no he sido capaz de mirarme al espejo. Me producía un íntimo horror. Desviaba mi mirada de mi reflejo en el que era incapaz de mantener la mirada fija.

Me pregunto si los demás, todos esos personajes con los que me encuentro cada día en el autobús, en el trabajo, en mi casa, en la terapia psicoanalítica, los que se comunican conmigo, sin conocer mi imagen, a través del blog y que persisten en seguirme en un deambular caótico y sin demasiado sentido, son también imágenes de un espejo en que me reflejo. Sé que todo esto me lleva a algo que tengo muy enraizado: el solipsismo, una palabra que me encanta y que aprendí de mis lecturas comprometidas de Lenin. El solipsismo consiste en pensar que todo lo que existe es en función de mi ego, que no tiene entidad propia sino como reflejo de mí mismo. Esta era una imagen que me perseguía cuando niño, cuando mis primeros delirios existenciales en que me hechizaban el reflejo del espejo y el mundo onírico en que me desdoblaba por las noches. Imaginaba, soñaba, en un mundo que sólo existía en la medida que yo lo veía, en que yo lo experimentaba. Cuando yo no estaba, dejaba de existir, quedaba en suspenso. No era. Esta sensación me invadió en Venecia esta primavera. ¿Existía Venecia antes de que yo llegara a ella? El entramado de callejones, la vetustez de sus canales, la antigüedad de sus palacios, el testimonio de viajeros, la historia que se respiraba parecían demostrar que sí existía. Pero ¿si todo hubiera sido porque un día llegaría yo y la vería en aquel momento y todo su pasado hubiera existido para que yo lo conociera en aquel instante? Me pregunto qué quedará del mundo, de la realidad, cuando yo me muera. ¿Seguirá existiendo? ¿O en la medida de que yo ya no exista deja de tener sentido si sigue existiendo o no? Esto me lo pregunto algunas mañanas cuando me como unos huevos fritos con chorizo, y pienso en algunas mujeres que veo cuando camino por la calle. Escribir en un blog en un asunto delicado. Todo lo que uno escribe deja constancia, pero el que esto suscribe piensa que cuando se escribe, no debe pensarse en quién lo puede terminar leyendo. Sería un error. No se puede escribir para nadie en concreto, no se puede escribir temiendo decepcionar a alguien. La escritura como los espejos son extraños. Nos revelan y nos ocultan, nos llevan a lugares no sospechados, igual que sé que este post anómalo de un profesor en la secundaria que piensa a veces en una concepción cósmica de la existencia, tal vez cuántica, llegará tal vez a alguien que lo necesite porque habrá tenido ensoñaciones parecidas. El espejo funcionará. Sólo lo escribo para que llegue a ese destinatario que se ha sentido desnudo en la noche pensando que el mundo sólo existe en función de su conciencia. No es asunto baladí. En mi práctica pedagógica lo tengo muy en cuenta. Siempre hay alguien que recibe el mensaje del espejo y multiplica su imagen en virtud del reflejo que yo le he enviado. Es extraño. Vivir es extraño, pero no lo cambio por no vivir. Es más, cuando deje de existir sentiré antes de despedirme, un aleteo de eternidad pensando que mi imagen seguirá proyectándose  en un fenómeno de refracción como en un túnel, tal como sucede en dos espejos que se reflejan uno a otro. No sé en que dimensión me iré transformando y si mi eco dejará de existir.

Esto pienso algunas mañanas cuando acabo de tener un sueño sensual, tremendamente sensual, y me levanto ufano para hablar de los niveles de realidad a mis alumnos que no acaban de comprender nada, pero siempre hay alguno que tal vez sí comprende. Y algún día me lo hace saber.

Entiendo que esto es lo suficientemente raro y anómalo como para mandarme a escaparrar nabos. Hacedlo. Si alguno de los que leen esto tiene la voluntad de contestarme, hacedlo de forma anónima y sentíos con libertad de decir todo lo que deseéis. Lo he escrito exactamente para eso, para disfrutar de esa libertad y experimentar el efecto espejo, si es que existe.

Dadme caña, no os cortéis. Poneos una máscara anónima, a ver si os descubro. 

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