Ayer Fernando Savater en un artículo en El País reflexionaba sobre la
afición española a meter caña, a
juzgar moralmente a los demás con las más abruptas descalificaciones que lleva
a utilizar un lenguaje tremendista y totalizador en la búsqueda de la
demolición de los argumentos o actitudes contrarias a lo que uno piensa. Añadía
que en realidad, tener conciencia moral es tener mala conciencia de uno mismo,
y, ante ello, una liberación es despotricar contra los demás que encarnan más
fácilmente los aspectos criticables o desdeñables.
Me quedo con la afirmación de Savater de que tener
conciencia moral es tener mala conciencia de uno mismo. Esto incide en el nivel
de autocrítica. Pero ¿quién es autocrítico de sí mismo, de sus actitudes, de
sus formas de vida, de sus convicciones?
Llevo más de un año publicando irregularmente, y, a veces he
pasado seis meses sin hacerlo. La razón que me resulta más verosímil es que ya
no tengo nada que escribir, que no tengo nada que mostrar, que mis verdades se
han hecho minúsculas, que no me siento seguro debatiendo, que estimo que mi
mundo se ha hecho sospechoso, que no me gusta lo que queda de mí mismo cuando
lo observo. Y, en tal caso, ¿qué puedo yo proyectar sobre los demás? ¿Qué puedo
decir sobre las conductas ajenas, sobre la política, sobre el compromiso
personal, cuando yo soy el más claro caso de entreguismo y debilidad
intelectual?
Llevo leyendo más de cuarenta años, leo todos los días la
prensa (centrista y conservadora, además de algo de izquierda si así se puede
llamar a El País), escucho emisoras de radio, reflexiono todo lo que puedo pero
me faltan convicciones fuertes, esas que leo en los participantes en la prensa
digital en que todo son denuestos y barbaridades descalificatorias acerca de lo
divino y lo humano. Me siento frágil en mi modo de ver el mundo,
extraordinariamente escéptico, y no me considero capaz de juzgar nada, ni
siquiera la política del gobierno, que no me gusta, eso es cierto, pero no sé
qué hay como alternativa que sea honesto y sincero.
Uno de los principios de las leyes de Murphy que más me
atraen es el que dice: “todo el mundo miente” Y le responden:. “Da igual, nadie
escucha”. Pues eso. ¿Qué tengo que decir yo que esté basado en mi valor personal,
en mi compromiso personal? ¿qué críticas sociales puedo hacer yo que estén
basadas en mi quehacer propio, en mis convicciones personales? Francamente
siento, como decía Savater, mala conciencia de mí mismo. Me gustaría tener más
claros mis enemigos, mis fobias, mis aficiones ... lo que veo que en general es
bastante común. La mayoría de los que escriben tienen definido su mundo de
elecciones políticas y sociales, y condenan con la mayor contundencia y con
facilidad todo lo que no es como ellos estiman que debería ser. Incluso en el
plano pedagógico hay un conjunto de aseveraciones que parecen claras desde el
punto de vista de la izquierda militante. Pero yo detecto una gran irresolución
en el plano práctico. ¿Por qué la escuela pública es mejor que la escuela
privada o concertada? ¿Por qué en tal caso las clases medias han optado por la
escuela concertada abandonando a su suerte a la escuela pública que se debate
entre el ser y el no ser? ¿Por qué es mejor o peor seleccionar a los alumnos
por su nivel académico y situarlos en guetos de los que difícilmente podrán
salir, y si lo hacen es en contra totalmente de nuestros deseos? ¿Por qué
algunos entendemos que la aplicación de la escuela 2.0 ha sido uno de los
mayores desastres de los últimos años? ¿Por qué desde el plano psicopedagógico
se nos pide modos autoritarios con nuestros alumnos llegados desde la primaria
a los que están acostumbrados en lugar de los modos más democráticos?
Uno tiende a pensar
que los principios progresistas son eso, utopías irrealizables, y en el mundo
real tiende a pesar más la realidad conservadora. Hace un tiempo yo era
revolucionario el cien por cien del tiempo.Y mi discurso era claro y
contundente. La realidad que estoy viviendo me lleva a considerar que ahora no
tengo nada claro, que entre los principios que se dirimen en la escuela
fundamentalmente por encima de cualquier otro es el de autoridad, un principio
esencialmente conservador.
No es extraño que no me atreva a escribir. Tal vez temo mi
mala conciencia, la mala conciencia de haber traicionado principios no escritos
de una moral progresista, que ahora se me revela como una moral del buenismo
sin compromiso real, sin confrontación con la realidad que nos lleva a
derroteros más controvertidos y ajenos a lo que creímos ser.
Tuve una medio novia italiana, extraordinariamente
inteligente, que me vino a decir un día que la mayor decepción que tuvo con la
izquierda fue el considerar que un grupo debía tener un jefe, un líder, un
dirigente y que las teorías del poder compartido, del poder deliberador de un
grupo eran meramente absurdas y que solo llevaban al caos.
Tengo mala conciencia, mala conciencia de no poder encarnar
los valores puros de la izquierda, mala conciencia de haberme hecho
conservador, mala conciencia de no tener un discurso claro y elocuente que
defina con toda rotundidad qué es lo malo y qué es lo correcto, tengo mala
conciencia de no encarnar en mí mismo ejemplo alguno de valor moral y sí todo
lo contrario.
Tengo mala conciencia de tener conciencia. Me gustaría saber
con precisión que es lo correcto y qué es lo incorrecto, pero no lo tengo. No
puedo condenar nada cuando el primero que caería sería yo mismo. Envidio a
aquellos que con mayor facilidad humana y verbal son capaces de definir sus
exactitudes sociales, educativas y políticas.
Yo no soy capaz. Me muevo entre brumas que son esencialmente
confusas y contradictorias.