Sigo con cierto interés las noticias sobre la renuncia de Benedicto XVI al pontificado el próximo
28 de febrero. Me sorprendió como a todos por ser una situación inesperada.
Inmediatamente sentí simpatía hacia un hombre por el que no tenía ninguna ya
desde el principio cuando accedió al papado. Era un hombre marcado por su
talante represor al frente de instituciones de la iglesia que pulverizaban
cualquier disidencia. La experiencia de seis o siete años de pontificado han
tenido que ser fundamentales para él, viéndose solo en medio de una cuadrilla
de buitres y chacales que representan todas las alas fundamentalistas de la
iglesia (el OPUS DEI, los kikos, Legionarios de Cristo, la pederastia de
Marcial Maciel en Mexico...) Y a la vez desgarrada la iglesia entre un desfase
entre su realidad anclada en el pasado y las demandas de modernidad (sacerdocio
femenino, uso del preservativo, investigación genética, la homosexualidad...)
Aunque uno se pregunta si es posible una iglesia en sintonía con los tiempos
basada fundamentalmente en la irracionalidad de una creencia en un ser que no
aparece por ningún lado, que no se
muestra, que nos contesta con su silencio administrativo...
En este sentido no soy de los que creen que una modernización de la iglesia sea
posible. Cualquier intento de ello
llevaría inevitablemente a su desmoronamiento absoluto. La religión no puede
ser moderna, ni estar unida a la contemporaneidad. El Concilio Vaticano II supuso el error más tremendo que pudo cometer
la iglesia intentándose poner a tono con los días, con los prodigiosos años
sesenta. Era imposible. Era abrir vías que llevaron a su crisis más profunda:
los seminarios se vaciaron, la gente dejó de ir a la iglesia, y los creyentes
vieron a su iglesia metamorfoseada en algo moderno que traicionaba el pasado.
Yo tenía ocho años cuando llegaron los influjos de dicho concilio y sé que
cuando me explicaron que la misa no sería en latín y que los curas vestirían de
calle ... supuso una considerable decepción. El rito católico tenía como esencia
ser anacrónico, fuera del tiempo... como es la praxis del islam.
Es imposible modernizar la iglesia. El día que la iglesia se
convierta en una prolongación del pensamiento político correcto y admita a los
homosexuales en su seno así como su matrimonio y las mujeres puedan ser
candidatas al sacerdocio y al papado, el día que la iglesia admita el
matrimonio de los sacerdotes, el día que se admita el resultado de las
investigaciones genéticas... me temo que desaparecerá porque habrá perdido al
núcleo fundamental de sus creyentes que representan la visión contraria. Y
además no conseguirá nueva adhesiones que le deberían llegar por su adaptación
a la modernidad.
Me imagino a Benedicto
XVI, a Joseph Ratzinger,
retirándose a un convento de clausura donde le quedarán unos años para ejercer
su vocación fundamental que es la teología y la especulación intelectual desde
un punto de vista conservador... y entiendo su renuncia al papado que le impide
ese tiempo esencial para la reflexión y su plasmación por escrito. Me lo
imagino inmerso en una profunda crisis de fe tras pasar unos años en soledad entre
las hienas del Vaticano que le
habrán llevado a la consideración de que los frutos del cristianismo no son
precisamente admirables y que la iglesia de Cristo es todo menos ejemplo de lo
que preconizó su fundador hace dos mil años. Él es una persona inteligente,
vamos a dejar a un lado su pasado represor, y ha tenido la osadía de hacer algo
que nadie había hecho en los últimos quinientos años, abandonar el papado como
si fuera simplemente un trabajo y no una misión. Ha tenido la osadía de bajarse
de la cruz y reivindicar tiempo para la reflexión y la escritura. Cada instante
que le quede a partir del 28 de febrero es esencial. No le queda mucho tiempo.
El problema es que su pensamiento profundo quedará velado por su precaución y
no lo veremos escrito en sus consideraciones posteriores a su renuncia.
Sin embargo, entiendo que entre las conversaciones más
interesantes que se podría tener sería una con él, una vez abandonado su papado
y retirado al más estricto silencio como él ha dicho. Me gustaría que
traicionara este propósito y nos dejara el testimonio abierto en canal de un
papa que duda... Sería terrible pero profundamente literario. Ya lo escribió en
1931 Unamuno en aquella novelita que
le supuso la excomunión, San Manuel Bueno
Mártir.
¿Cómo empleará el tiempo que le queda Joseph Ratzinger? ¿Será fiel a su vocación intelectual o
predominará la prudencia pontificia que le lleve a ser inane e insustancial? ¿Es
un verdadero intelectual o simplemente un funcionario que no traiciona jamás a
su jefe? Nada hace presagiar que él tenga el coraje de abrirse las venas y
mostrarlo ante el mundo, pero lo ha tenido para hacer algo inadmisible que es
renunciar.
Tiempo al tiempo.