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lunes, 4 de noviembre de 2013

Lampedusa, Níger y las cuchillas de la verja de Melilla


Comienzo este artículo con una desasosegante impresión porque voy a abordar un tema doloroso y complejo. Me refiero a las últimas noticias que nos han llegado sobre inmigrantes muertos en el sueño de llegar a Europa. Hace unas semanas murieron más de trescientos en el mar intentando llegar a la isla de Lampedusa provenientes de Libia. El escándalo fue mayúsculo porque no se había preparado un dispositivo suficientemente serio para poderlos ayudar y su barco se incendió a medio kilómetro de la costa. La imagen de los trescientos féretros con sus restos, más los desaparecidos, golpeó la conciencia europea. Las autoridades comunitarias fueron abucheadas por los habitantes de Lampedusa que llevan más de veinte años conviviendo con la tragedia. Pocos días después llegaron a la isla más de ochocientos africanos en barcazas que huyen del hambre, de la sed, de los conflictos y los desastres que asolan buena parte del continente africano. No tienen nada que perder y estos africanos, hombres, mujeres y niños, se empeñan para pagar un pasaje en una barcaza inestable que anhela llegar a suelo europeo.

Pocos días después apareció otra noticia en la prensa en la que se describía el espectáculo dantesco de 87 africanos, la mayoría mujeres y niños, muertos, muchos abrazados, de hambre y de sed en el desierto de Níger, cerca de Argelia. También querían llegar a Europa y se habían lanzado a un viaje suicida a través del desierto que los llevó a una muerte terrible por consunción.

Otra noticia que es reciente es la decisión de las autoridades de Melilla de poner cuchillas en la verja que separa la población de Marruecos, teniendo en cuenta que dicha verja es frecuentemente asaltada por mareas de desesperados que logran subir los seis metros de altura y lanzarse a territorio español. La cuchillas (concertinas) producen profundos cortes en la manos, en los brazos y en las piernas de los africanos que se lanzan a escalar la valla. Fueron retiradas por el gobierno socialista pero van a ser reintroducidas por el gobierno actual.

Son tres noticias que nos alertan de lo que está sucediendo al otro lado del Mediterráneo, en el continente africano. Si la crisis nos está golpeando duramente a nosotros, no podemos ni siquiera imaginar cómo está afectando a la globalidad de la población africana, especialmente en zonas devastadas por la guerra, la inestabilidad, el cambio climático y las sequías.

Esos hombres, mujeres y niños mueren en el intento de llegar a suelo europeo, la fortaleza europea.

Ayer Bernard Henry Levi en El País publicaba un artículo titulado “Europa comienza en Lampedusa” en el que venía a decir que Europa se niega a sí misma, como patria de lo universal, si se convierte en una fortaleza excluyente, haciéndose eco de la reciente tragedia ocurrida en la isla italiana.

Asimismo, el Papa ha hablado con indignación moral sobre la globalización de la indiferencia haciendo referencia a la catástrofe de Lampedusa. 

El dilema moral terrible que tenemos ante nosotros y que no es fácil es decidir qué debemos hacer ante esta situación sangrante en que decenas de millones de personas provenientes de África y Asia se lanzarían hacia Europa si abriéramos los brazos para acogerles. Podemos poner más medios para remediar la situación de los que intentan llegar, poner barcos de salvamento, recursos marítimos y terrestres para ayudarles. Esto es irrenunciable.

¿Pero deberíamos abrir nuestras fronteras a todos los que quisieran llegar a suelo europeo, a suelo español? ¿Deberíamos quitar la verja de Melilla, las cuchillas, las alambradas y facilitar la entrada en España a través de la frontera o Canarias a todos los que se lanzan desesperados a entrar en la tierra supuestamente prometida en plena crisis y en plena recesión económica? ¿Debería acoger nuestra seguridad social y nuestros hospitales libremente a todos los que quisieran llegar a nuestro país?

Tengo la impresión de que no somos conscientes de lo que está pasando más allá de nuestras fronteras, centrados solamente en nuestra vivencia de la crisis que nos está afectando duramente.

¿Hay espacio para millones más de personas que llegarían si se abrieran las fronteras libremente? Los que están llegando, pese a las dificilísimas condiciones con que tienen que arrostrar su travesía cruzando el desierto o el mar, son solo la punta de lanza de un continente agónico.

¿Es cierto que Europa no debería ser una fortaleza si no quiere negarse a sí misma? ¿Hasta que punto debe llegar nuestra solidaridad en un mundo injusto y desigual?


¿Nuestra solidaridad debe llegar solo poniendo medios para remediar a los que llegan a nuestro país pese a las dificultades? ¿O deberíamos abrir nuestras fronteras para permitir la llegada en condiciones de todos los que quisieran arribar a suelo europeo?

miércoles, 30 de octubre de 2013

Entre las brumas del pensamiento



Ayer Fernando Savater en un artículo en El País reflexionaba sobre la afición española a meter caña, a juzgar moralmente a los demás con las más abruptas descalificaciones que lleva a utilizar un lenguaje tremendista y totalizador en la búsqueda de la demolición de los argumentos o actitudes contrarias a lo que uno piensa. Añadía que en realidad, tener conciencia moral es tener mala conciencia de uno mismo, y, ante ello, una liberación es despotricar contra los demás que encarnan más fácilmente los aspectos criticables o desdeñables.

Me quedo con la afirmación de Savater de que tener conciencia moral es tener mala conciencia de uno mismo. Esto incide en el nivel de autocrítica. Pero ¿quién es autocrítico de sí mismo, de sus actitudes, de sus formas de vida, de sus convicciones?

Llevo más de un año publicando irregularmente, y, a veces he pasado seis meses sin hacerlo. La razón que me resulta más verosímil es que ya no tengo nada que escribir, que no tengo nada que mostrar, que mis verdades se han hecho minúsculas, que no me siento seguro debatiendo, que estimo que mi mundo se ha hecho sospechoso, que no me gusta lo que queda de mí mismo cuando lo observo. Y, en tal caso, ¿qué puedo yo proyectar sobre los demás? ¿Qué puedo decir sobre las conductas ajenas, sobre la política, sobre el compromiso personal, cuando yo soy el más claro caso de entreguismo y debilidad intelectual?

Llevo leyendo más de cuarenta años, leo todos los días la prensa (centrista y conservadora, además de algo de izquierda si así se puede llamar a El País), escucho emisoras de radio, reflexiono todo lo que puedo pero me faltan convicciones fuertes, esas que leo en los participantes en la prensa digital en que todo son denuestos y barbaridades descalificatorias acerca de lo divino y lo humano. Me siento frágil en mi modo de ver el mundo, extraordinariamente escéptico, y no me considero capaz de juzgar nada, ni siquiera la política del gobierno, que no me gusta, eso es cierto, pero no sé qué hay como alternativa que sea honesto y sincero.

Uno de los principios de las leyes de Murphy que más me atraen es el que dice: “todo el mundo miente” Y le responden:. “Da igual, nadie escucha”. Pues eso. ¿Qué tengo que decir yo que esté basado en mi valor personal, en mi compromiso personal? ¿qué críticas sociales puedo hacer yo que estén basadas en mi quehacer propio, en mis convicciones personales? Francamente siento, como decía Savater, mala conciencia de mí mismo. Me gustaría tener más claros mis enemigos, mis fobias, mis aficiones ... lo que veo que en general es bastante común. La mayoría de los que escriben tienen definido su mundo de elecciones políticas y sociales, y condenan con la mayor contundencia y con facilidad todo lo que no es como ellos estiman que debería ser. Incluso en el plano pedagógico hay un conjunto de aseveraciones que parecen claras desde el punto de vista de la izquierda militante. Pero yo detecto una gran irresolución en el plano práctico. ¿Por qué la escuela pública es mejor que la escuela privada o concertada? ¿Por qué en tal caso las clases medias han optado por la escuela concertada abandonando a su suerte a la escuela pública que se debate entre el ser y el no ser? ¿Por qué es mejor o peor seleccionar a los alumnos por su nivel académico y situarlos en guetos de los que difícilmente podrán salir, y si lo hacen es en contra totalmente de nuestros deseos? ¿Por qué algunos entendemos que la aplicación de la escuela 2.0 ha sido uno de los mayores desastres de los últimos años? ¿Por qué desde el plano psicopedagógico se nos pide modos autoritarios con nuestros alumnos llegados desde la primaria a los que están acostumbrados en lugar de los modos más democráticos?

Uno tiende a  pensar que los principios progresistas son eso, utopías irrealizables, y en el mundo real tiende a pesar más la realidad conservadora. Hace un tiempo yo era revolucionario el cien por cien del tiempo.Y mi discurso era claro y contundente. La realidad que estoy viviendo me lleva a considerar que ahora no tengo nada claro, que entre los principios que se dirimen en la escuela fundamentalmente por encima de cualquier otro es el de autoridad, un principio esencialmente conservador.

No es extraño que no me atreva a escribir. Tal vez temo mi mala conciencia, la mala conciencia de haber traicionado principios no escritos de una moral progresista, que ahora se me revela como una moral del buenismo sin compromiso real, sin confrontación con la realidad que nos lleva a derroteros más controvertidos y ajenos a lo que creímos ser.

Tuve una medio novia italiana, extraordinariamente inteligente, que me vino a decir un día que la mayor decepción que tuvo con la izquierda fue el considerar que un grupo debía tener un jefe, un líder, un dirigente y que las teorías del poder compartido, del poder deliberador de un grupo eran meramente absurdas y que solo llevaban al caos.  

Tengo mala conciencia, mala conciencia de no poder encarnar los valores puros de la izquierda, mala conciencia de haberme hecho conservador, mala conciencia de no tener un discurso claro y elocuente que defina con toda rotundidad qué es lo malo y qué es lo correcto, tengo mala conciencia de no encarnar en mí mismo ejemplo alguno de valor moral y sí todo lo contrario.

Tengo mala conciencia de tener conciencia. Me gustaría saber con precisión que es lo correcto y qué es lo incorrecto, pero no lo tengo. No puedo condenar nada cuando el primero que caería sería yo mismo. Envidio a aquellos que con mayor facilidad humana y verbal son capaces de definir sus exactitudes sociales, educativas y políticas.


Yo no soy capaz. Me muevo entre brumas que son esencialmente confusas y contradictorias.

domingo, 27 de octubre de 2013

Las terribles dificultades del aula



Imane es una alumna magrebí de un curso de primero de ESO, un curso donde se agrupan los muchachos con más bajo nivel, con dificultades graves de aprendizaje, falta de motivación y complicado comportamiento. La mayoría se puede decir que no alcanza el nivel de primer ciclo de primaria. El instituto les aburre. Pasar seis horas cada día encerrados es una tortura para la mayoría que practican la resistencia pasiva o activa ante cada nuevo conocimiento que los profesores quieren proyectar sobre ellos. No son malos chavales, no, simplemente están hundidos en un nivel bajísimo y no soportan la escuela, que no logra ofrecerles nada de lo que ellos querrían. Se comportan en clase como un conjunto deshilvanado, problemático, juguetón, incapaces de mantener el silencio. Continuamente discuten unos con otros, mucho más que con el profesor.

Ningún sistema pedagógico parece funcionar allí. Su léxico y ortografía es delirantemente bajo, sus grafías son infantiles, su ordenación del espacio en la hoja de papel es caótico, sus ordenadores, los que lo tienen, no tienen batería o carecen de contraseña válida. Es un fracaso con ellos el sistema basado en el uso de ordenadores portátiles. Necesitan hoja de papel y escribir, leer en voz alta, hacer dictados y corregirlos, conocimientos mínimos para los que los libros digitales ofrecen niveles inabordables para ellos. La clase es un tira y afloja continuo entre el caos mayúsculo y la desidia. El profesor tiene la impresión de que nada de lo que sabe le sirve allí para nada. Todo conocimiento les aburre, no tienen material (hojas de papel, bolígrafo, lápiz), y lograr hacerles hacer algo es una tarea ímproba.

Pero Imane está allí seria y concentrada, intentando trabajar entre las discusiones de sus compañeros y las broncas de los profesores para que allí se logre hacer algo. Imane es una muchacha menuda, optimista, que viene al instituto a aprender y a trabajar. Se lee los libros, hace los ejercicios y las tareas, tiene el material disponible. Pareciera que el  ambiente adverso apenas le influyera. Siempre tiene una sonrisa en los labios y se enajena de los dislates y el griterío de sus compañeros que se niegan a trabajar o hacer nada.

Me pregunto qué hacer, cómo hacer en este curso de nivel tan precario y de comportamiento propiamente infantil. Es difícil hacerles ameno el aprendizaje. La ortografía no es amena, el conocimiento de nuevas palabras no es ameno o no les interesa para nada porque con las cien palabras (o cincuenta) que saben creen que ya tienen suficiente, leer les raya por divertido que sea el libro porque simplemente no entienden lo que leen. Solo saben decodificar sonidos más o menos pero no va pareja la adscripción a unos significados. Leen pero no entienden. Las palabras son un arcano para ellos fuera de las más comunes de su lenguaje mínimo. Muchos son de origen inmigrante, están faltos de hábitos de todo tipo, y la institución escolar les resulta insoportable si no fuera por esos buenos ratos que pasan mofándose (sin mala intención, eso sí) del sistema educativo y las intenciones de los profesores para que trabajen o hagan algo.

Tengo la impresión de que es un curso fallido, que administramos la derrota del sistema frente a una realidad terca e insoluble. Apenas podemos hacer nada o abiertamente nada, salvo tenerlos unas horas intentándolos domesticar y haciéndolos adquirir algún hábito de trabajo que no suele ser muy feliz.


Salvo Imane que pugna por aprender, que pugna por estar en la institución escolar para algo y que sabe que es un privilegio hacerlo. La adversidad parece estimularla. La voy a echar en falta porque el equipo docente del curso ha decidido promocionar a tres alumnos a otros cursos en que puedan aprender más. La política de clasificar a los alumnos por niveles para adaptarse a sus peculiaridades entraña riesgos complejos al dejar a cursos enteros sin referentes positivos para el aula al concentrar a los más desastrosos en una misma clase. No reniego de ello. Es la práctica en la mayoría de institutos. Crear cursos A, B, C y D para lograr dar un cierto nivel en los A y B, pero dejando una bolsa de fracaso difícil de cuantificar en los C y D. Máxime cuando vamos trasladando a los alumnos que sobresalen o que quieren promocionarse con su trabajo o su actitud. Las aulas se convierten así en un desierto intelectual, aunque me temo que esta palabra para referirse a lo que sucede allí es demasiado ampulosa.

sábado, 1 de junio de 2013

La habilidad de la copia




Fragmentos de los ejercicios de argumentación de mis alumnos sobre la práctica frecuente de copiar en los exámenes:

“Si copias en un examen en verdad estás apoyando la corrupción y los fraudes. Estarás apoyando a las empresas que roban a los trabajadores no pagándoles lo que en verdad merecen o apoyando a los políticos que mienten, roban y no hacen nada de lo que dicen que harán en las elecciones”.

“... creo que la razón por la que la gente copia es porque los estudiantes en su mayoría solo piensan en aprobar y no en aprender. Debemos cambiar este aspecto y es posible que muchos, no todos, dejen de copiar”.

“A raíz de esta acción (copiar) puedes comenzar a pensar que el mentir puede servirte para conseguir otro tipo de objetivos como ganar dinero, asesinar, etc. Entonces las normas y las leyes ¿para qué están?”

“Perderás la confianza del profesor, ya qué él te está enseñando a aprender y en vez de estudiar, te rindes... Pero la vida no te da las cosas a la mano, tienes que superar los obstáculos que se interpondrán delante tuyo, pero acuérdate, todo esfuerzo tiene su recompensa y te sentirás orgulloso de lo que puedes llegar a mejorar. Te daré un consejo “ayúdame  que te ayudaré”. Si no pones de tu parte, no recibirás nada a cambio”.

“El que copia no aprende... Solo se limita a escribir lo que otros han podido aprender, sin tener ningún interés de al menos enterarse de lo que están escribiendo (...) Copiar no es bueno. Se tiene que demostrar lo que has aprendido tú y no tus compañeros. En la vida todo se paga y quizás de mayor, lo seguirás haciendo y engañándote a ti mismo hasta que un día te salga mal. Es mejor ser honrado que ser un sinvergüenza”.

“No se puede confiar en la palabra de alguien que copia. Y si sigue copiando y haciendo trampas, puede llegar a enseñarlo a sus hijos, y seguirán un mal ejemplo”. (...) Para triunfar en la vida, tienes que conseguirlo con tu esfuerzo y con tus capacidades. Sin hacer trampas. Así puedes estar orgulloso de lo que has hecho y lo que has conseguido”.

“Sinceramente creo que copiar en un examen es caer muy bajo, porque a la vez no aprendes.  Pienso que más vale el esfuerzo para estudiar aunque saques una calificación baja”.
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“Yo pienso que copiar en un examen no tiene nada de malo si sabes que no vas a seguir estudiando (...) no es nada malo mientras no te pillen. Puede ser que estemos haciendo trampas para obtener resultados pero si sabes que vas a aprobar ¿por qué no hacerlo? Puedo no sentirme orgulloso del resultado pero mientras apruebes...”

“Copiar en un examen es muestra de desesperación (...) No es correcto pero si te sientes presionado no queda otra”.

“Si no es algo abusivo y que no lo utilizas frecuentemente, lo veo normal. Copiar hay que tomárselo como un alternativa, por si no hemos estudiado ese día en casa”.

“En conclusión, copiar no es tan grave dependiendo del momento y de las circunstancias por las que lo haces. Todos hemos copiado alguna vez a lo largo de nuestra vida académica”.

“Las personas mienten para obtener resultados y eso no quiere decir que tengamos que dejar de confiar en alguien que ha copiado en un examen, porque entonces no podríamos confiar en nadie. Por tanto podemos decir que tanto copiar como mentir no es un acto bien visto, pero te puede sacar de algún aprieto”.

“En la vida se puede aprobar y suspender, pero es mejor tener una chuleta por si las malas. Copiar te  puede servir pero no será un buen ejemplo para tus hijos. No siempre será malo copiar porque encuentras que hasta tu propio profesor ha copiado alguna vez”.

“El copiar en un examen te puede servir para ayudar a poder aprobarlo. Yo no creo que sea algo tan grave mientras hayas estudiado. Siempre nos puede servir como herramienta de seguridad para cuando lo necesites”.

“A la hora de copiarnos en un examen hay que saber y tener experiencia de cómo hacerlo, porque si no hay muchas posibilidades de que el profesor te vea y te pille.”

“Porque copies en un examen no quiere decir que de mayor puedas engañar en el trabajo a o tu familia”.

“A veces los alumnos que no estudian intentan engañar a los profesores que saben que no se enteran de nada y aprovechan para engañarles copiando en el examen o en otras cosas, porque no tiene nada de malo. No es algo como robar en el banco”.


martes, 28 de mayo de 2013

Delación



Hoy salía de clase con una moderada satisfacción. Mis alumnos de cuarto B habían obtenido unos alentadores resultados en un examen sobre la generación del 27. No todos, pero sí una cierta tendencia que lograba que muchos fueran recuperando la evaluación a través de la hoja de cálculo de EDMODO, la plataforma educativa que utilizo. Además la clase de hoy, a una hora mala, había ido bastante bien. El poeta Miguel Hernández les había interesado: su origen humilde, la oposición del padre a que estudiara o que escribiera versos, el choque entre el deseo y las limitaciones de ese deseo... Me gusta hablar de literatura y acercarles a una serie de autores de modo que les sean próximos. Repito mucho las cosas. Es una estrategia para lograr atravesar los veinte muros de protección que tienen ante el acceso de información nueva que confunda o altere su mundo. Ello me lleva a que en numerosas ocasiones acuda a anécdotas y menos a análisis o comentario teórico que sé que no les llega... Quiero hacerles partícipe de un tiempo, de un modo de entender la literatura, de conflictos que les son o les resultan lejanos como la guerra civil que ellos no pueden llegar a entender. No pueden entender por qué Miguel Hernández fue detenido por la policía salazarista portuguesa y entregado a España, y ser encarcelado hasta su muerte en 1942. No pueden entender la vesania y el espíritu de venganza que reinó entre los vencedores de la guerra.

Pues sí, hoy salía contento. Habían tomado información sobre Miguel Hernández y parecía haberles llegado. Al día siguiente les daría una antología de poemas que incluiría algún soneto de El rayo que no cesa, la Elegía a Ramón Sijé, poemas como las Nanas de la cebolla y algún otro de Cancionero y romancero de ausencias.

Sí, el profesor salía contento de clase a las 14.30. El curso está saliendo con un nivel satisfactorio –me decía- y todo apunta a que estos muchachos tendrán un marco histórico y literario a la vez que sintáctico para encarar el bachillerato.

Salía contento... pero un muchacho de la clase se ha quedado el último para aparentemente hablar conmigo. Se ha dirigido a mí y me ha dicho que si les preguntara a mis alumnos todos sabrían la respuesta correcta. No he entendido lo que me decía, y le he preguntado, recordando su mediocre resultado en el examen, que qué me quería decir.

“Pues que han copiado, que todos tenían chuletas y por eso han obtenido esos resultados”.

Una sensación amarga me ha golpeado y ha hundido mi satisfacción. Aquel muchacho podía ser un impresentable, con confusos sentimientos o al menos extraños. Justificaba su fracaso en el examen acusando en general a sus compañeros, sin pruebas, haciendo extenderse sobre ellos una mancha generalizada de sospecha que afectaba a los que efectivamente hubieran podido copiar (siempre es posible) como a los que hubieran obtenido en buen lid su calificación (que también los habría).

Mi estado de ánimo había cambiado totalmente. Me había invadido una especie de amargura, no sé si tanto por lo que parecía revelarme este alumno, o por la tristeza humana que ponía de relieve la delación de sus compañeros. 

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