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lunes, 9 de diciembre de 2013

La casa de hojas



Me he atrevido y he encargado en Amazon el reciente relato, publicado por la editorial Alpha Decay en coedición con Pálido fuego, La casa de hojas de Mark Z. Danielewski (1966) , en traducción titánica de Javier Calvo.  Llega la traducción en castellano trece años después de su publicación en inglés. Es una novela de culto que ha tenido éxito viral (minoritario) en todos los sitios donde ha sido editada. Sin embargo, el autor tardó diez años en escribirla y diez más en encontrar un editor de su novela que fue rechazada por treinta y dos editoriales. Su novela es una historia de terror extraordinariamente compleja basada en el hipertexto y la física cuántica. Básicamente es un relato de un escritor, Will Navidson, premio Pulitzer, que se va con su familia a vivir a una casa mutante, que es más grande en su interior que en su exterior. En ella hay una puerta que no estaba antes que conduce a pasillos, escaleras en espiral, estancias y laberintos que se van multiplicando, a modo de las hojas de un árbol. Es una novela que tiene como centro la casa encantada. Pero esto solo es parte de la historia que se bifurca y complejiza. Navidson filmó un supuesto documental de terror sobre la casa (al modo de The Blair Witch Project) y esta es comentada por otro personaje anciano y ciego, Zampanò, en un manuscrito que encuentra un tal Johnny Truant que vive en Los Ángeles. Truant en un monólogo nos cuenta sus problemas con el alcohol, la droga y las mujeres, así como asistimos a la locura de su madre que invade los apéndices.

El autor, Danielewski, estudió Literatura en Yale y estudios cinematográficos que tienen mucho que ver con su novela que recoge asimismo la influencia de Cervantes, Poe, Hermann Melville, Borges, Cortázar, Stephen King, Don de Lillo, Thomas Pynchon, y, sobre todo, Roberto Bolaño, novelista al que admira profundamente. El relato está contrapunteado, al modo de Moby Dick, con digresiones, ensayos, notas bibliográficas que remiten a libros que no existen, que detienen la historia que se está contando poniendo a prueba la paciencia del lector que se ve obstaculizada por este bosque de referencias enciclopédicas. De hecho, el autor abre el libro con una dedicatoria que viene a decir que “Este libro no es para ti”. El lector que se adentra en el libro debe estar dispuesto a sumergirse en el juego que le lleva a abrirse camino en un bosque que se adentra en la oscuridad de la mente y del universo, así como en el absurdo. El libro, de gran formato y pesado, tiene más de setecientas páginas en que hay caligramas, hojas en blanco, diferentes tipografías, colores, diagramas, imágenes, notas a pie de página que cruzan en horizontal o diagonal las páginas del libro. El lector tiene que hacer un gran esfuerzo por seguir la historia y tiene que elegir entre si leer o no las notas o seguir una historia la de Navidson o la de Truant que además como el narrador de El Quijote, Cide Hamete Benengeli, es  posible que no nos esté contando la verdad en una especie de juego sucio sospechoso.  



El libro es como un árbol, con sus ramificaciones hipertextuales al modo de internet y el conocimiento en red. La narración va creciendo y ampliando el mundo de lo fantástico en que se adentra el lector que inevitablemente se va perdiendo en un laberinto que puede llegar a hartarle porque no hay salida en medio de las digresiones hipercultas, a la vez que se nos escamotean elementos imprescindibles de la trama. El lector se ve perdido en la oscuridad que existe entre las estrellas como dice el autor en una entrevista en ABC, y la literatura debe servir para explorar esa tiniebla y ese vacío. El caso es que la imaginación tiene que volar y el lector ha de pensar, concentrarse y sentir. Tiene que hacer un esfuerzo imaginativo considerable para entrar y centrarse en un universo cambiante e inestable en que no se sabe qué es cierto y que no. Y además es posible que esa caótica disposición del texto refleje que los narradores están entrando en el reino de la locura. La dimensión psicoanalítica que plantea puede ser fascinante, según he leído.  


Se dice que es un libro en el que el lector puede desesperarse y tirarlo a la basura, que tiene que tomar decisiones y hacer elecciones, que redefine el concepto de libro, que tiene un componente autoparódico y autorreferencial muy intenso sobre el hecho de la ficción literaria. Javier Calvo viene a decir que el lector queda prendido, si entra en el juego, durante meses en la fascinación de la novela que para él es uno de los libros más singulares que ha leído y traducido.

Empezaré a leerlo de aquí a dos semanas cuando acabe lo que estoy leyendo ahora y me lea para resarcirme de lo serio de la novela de Muñoz Molina (La noche de los tiempos), una narración divertida y estimulante de David Lodge, Pensamientos secretos. Entonces me adentraré en esa narración proteica y desafiante que ya me han avisado que no es para mí. Sin embargo, la preparación para la lectura ya me ha dado elementos de referencia sobre lo que me voy a encontrar. Espero poder hallar lectores que me acompañen en la lectura de La casa de hojas. De momento solo se ha podido leer en inglés por la terrible y costosa labor de traducción que supone y que ha llevado a cabo Javier Calvo del que dejo enlace a su blog para leer su análisis de  la novela. 


La casa de hojas nos espera. ¿Alguien recoge la propuesta?

La foto inicial del post es del blog de Javier Calvo y la foto del escritor está tomada de ABC

viernes, 6 de diciembre de 2013

Nelson Mandela y el arte de seducir



Nelson Mandela ocupa hoy páginas y páginas de portada y centrales de toda la prensa del mundo. Su figura es universalmente ensalzada y alabada desde todos los ángulos ideológicos. Se ha convertido en un referente mundial de humanismo y reconciliación a la vez que de profundo pragmatismo.

La figura del líder sudafricano comenzó en los años cuarenta y cincuenta al incorporarse a la lucha como miembro del ANC (Congreso Nacional Africano). Era un joven que poesía un encanto y una sonrisa que le hacían ganarse a la gente. Su seguridad era prodigiosa y en alguna reunión, para escándalo de sus compañeros de partido, llegó a decir que él sería primer presidente negro de Sudáfrica. Vestía elegantemente haciéndose los trajes en los mejores sastres, lo que llevó a ser considerado un auténtico dandi en la vida nocturna de Johannesburgo. En 1952 con una gran y expansiva sonrisa quemó su documentación distintiva del apartheid ante un buen grupo de periodistas. Su imagen dio la vuelta al mundo.

Su influencia en el ANC fue creciente, y no olvidemos que esta formación política de fuerte influencia marxista preconizaba la lucha armada contra el régimen segregacionista y de esta visión participaba el joven Nelson Mandela. Así hasta 1962 en que fue detenido por su actitud nada discreta. Pudo ser condenado a muerte por su participación en una organización terrorista, pero al final se le impuso cadena perpetua. Se pasó 27 años encarcelado en la isla de Robben, y en ella nace el nuevo Nelson Mandela que moderará su furia y su rabia, aprendiendo el arte oriental de la sabiduría. Se dio cuenta de que los blancos no iban a ser derrotados por las armas y que la estrategia debía ser primero la de ganárselos por el corazón. Los años de cárcel pulieron este diamante en bruto y desarrollaron su talento y capacidad de seducción. Los últimos cinco años en prisión fueron de intensas negociaciones con los peores monstruos blancos, responsables directos del apartheid, y consiguió seducirlos. Cuando salió de prisión en 1991 se había convertido en el referente moral de toda la población negra, excepto de los zulúes que tenían ciertos privilegios y lo consideraban un enemigo. Nelson Mandela se dio cuenta de que los blancos eran esenciales en la nueva Sudáfrica, reconoció que todo lo que habían hecho no era malo. La economía de Sudáfrica era muy potente, y lo que había que hacer no era una revolución que arrasara todo lo que se había conseguido con el sacrificio de la población negra. En 1995, tras difíciles y complejas negociaciones, se celebraron las primeras elecciones en Sudáfrica en que cada hombre representaba un voto. Nadie dudaba de que el ganador iba a ser el ANC, como así fue, llevando a Mandela a la presidencia.

Lo primero que hizo fue contar con los principales organizadores de la Sudáfrica blanca como John Reinders, jefe de protocolo de los últimos presidentes blancos, al que le pidió que siguiera orientándoles en el arte del poder porque ellos eran gente del campo y no entendían todavía esa maquinaria. En la cárcel Nelson Mandela había aprendido el idioma de los dominadores, el Africaans y había leído libros sobre la historia afrikaner desde el punto de vista de los artífices del apartheid. Otra anécdota que ilustra su concepción de la nueva Sudáfrica fue el momento en que tuvo que elegirse un himno para el país. Todos los representantes del partido (ANC) tenían claro que este himno tenía que ser el Nkosi Sikelele, que representaba la historia de opresión del pueblo negro. Sin embargo, Mandela les contrarió diciendo que Sudáfrica tendría dos himnos que se tocarían uno a continuación de otro. Primero el himno de la Sudáfrica racista, el Die Stem, y a continuación el Nkosi Sikelele. Así entendía la construcción del país lo que se vio claro cuando en 1995 entregó la copa a la selección sudafricana de rugby, compuesta por solo blancos y un único negro, a la que consideró como la más alta representación de su país y a la que agradeció su entrega y la victoria en la Copa Mundial de Rugby.

Mandela se ganó el respeto de todos los blancos que temían un baño de sangre por la revancha de la población negra contra los años de la segregación. Y supo encauzar la furia y la energía de la Sudáfrica negra construyendo una nueva Sudáfrica que aprovechó lo mejor del pasado. Otra visión de la cosas menos sabia y pragmática hubiera llevado a Sudáfrica a la autodestrucción como sucedió con Zimbawe, la antigua Rodhesia, uno de los países más prósperos de Africa que ha terminado siendo, por obra y gracia de un patán criminal como Roberto Mugawe, un país hundido en la dictadura, la pobreza y la corrupción.

La sabiduría política de Mandela le hizo comprender a sus enemigos aprendiendo su lengua y su historia para así conocer el arte de seducirlos para llevar su país a una síntesis enriquecedora en que cabrían todos, negros y blancos, viviendo con respeto mutuo. Cualquier otra política hubiera hecho de Sudáfrica un país que se habría autodestruido y terminado en la miseria.


Y no hay que descartar que en su perspectiva política él tuviera en cuenta la transición española en que se operó de forma muy parecida a como posteriormente haría Mandela con Sudáfrica. Hoy alabamos universalmente el valor y el pragmatismo inteligente del líder africano por haber sido capaz de integrar la Sudáfrica blanca y la negra así como los himnos de las dos visiones contrapuestas. Y, sin embargo, no apreciamos lo que tuvo de valor en nuestro caso la construcción de una nueva realidad que sintetizara, cara al futuro, la fusión de lo mejor del pasado de las dos Españas que se enfrentaron en la guerra civil.

martes, 3 de diciembre de 2013

El verdadero amor de Pedro Salinas



Cuando yo tenía dieciséis años, compartía lecturas poéticas con un amigo del club juvenil al que pertenecía. Juan Carlos y yo habíamos descubierto, cuando yo cursaba COU, al poeta Pedro Salinas (1891-1951). Éste junto con Neruda, Miguel Hernández y Lorca eran nuestros poetas preferidos. Pedro Salinas nos maravillaba por ese conceptismo luminoso que suponía La voz a ti debida, libro que compartíamos y cuyos poemas aprendíamos de memoria. Muchas veces me pregunté por la mujer que había inspirado aquellos poemas apasionados, que hicieron de Salinas uno de los mejores poetas del amor del siglo XX, si no el mejor junto con Neruda. En aquel tiempo se desconocía la relación que había tenido el poeta con una estudiante y profesora norteamericana de Kansas, entusiasta hispanista, que había llegado al Madrid republicano y que asistió al curso que dio Pedro Salinas sobre la generación del 98. Katherine (Kate) Prue Reding (1891, Kansas-1982), posteriormente Whitmore por su matrimonio con un profesor norteamericano, fue la musa que inspiró ese libro que nos fascinaba a Juan Carlos y a mí, La voz a ti debida. Pedro Salinas estaba casado con Margarita Bonmatí, valenciana de Santa Pola. El romance, más o menos platónico de Salinas con Kate era conocido por sus íntimos, entre ellos el poeta Jorge Guillén. Cuando se enteró Margarita de este amor, intentó suicidarse sin conseguirlo. Kate quiso poner distancia y marchó a Estados Unidos. Su relación había durado un curso y dos veranos. Sin embargo, había dejado una profunda huella en Pedro Salinas que le escribió durante años cartas a veces diarias y la llamaba por teléfono por las noches. Este epistolario de trescientas cartas se conserva en la Houghton Library de la universidad de Harvard.

En 2002 se publicaron ciento cincuenta y dos de estas caras en una edición española de Tusquets, Cartas a Katherine Whitmore, a cargo de Enric Bou. Esta es una edición muy cotizada que se vende en Amazon por más de mil doscientos euros. Sorprende en estas cartas el tono de luminoso enamoramiento de Pedro Salinas escribiendo a su musa, así como una clara puerilidad en sus imágenes más propias de un adolescente que de un hombre maduro. No tenemos las cartas que ella le escribió que se han esfumado.

La mujer que inspiró los tres principales libros poéticos de Salinas, La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento se casó (1939) con el profesor Brewer Whitmore que comprendió con caballerosidad la insistencia de Salinas. Sin embargo, murió poco después en un accidente de circulación. Salinas se exilió durante la guerra civil y se marchó a Estados Unidos y después a Puerto Rico. El poeta fue a dar una conferencia en Northampton y allí vio por última vez a su musa en la primavera de 1951, poco antes de su muerte. Ella le preguntó: ¿No entiendes por qué tuvo que ser así?”. Pedro Salinas le miró con tristeza y contestó tajantemente: “No, la verdad es que no. Otra 
mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada”.

Recientemente la profesora gallega que vive en Valencia Susana Fortes ha publicado una novela titulada El amor no es un verso libre en que recrea una intriga que tiene como centro un asesinato de un estudiante en el Madrid de la república, cercano a la Residencia de Estudiantes, y allí aparece la relación entre el poeta y la profesora norteamericana. Es una novela de suspense, del género negro y una narración de amor. Susana Fortes que conoce bien las cartas de Salinas a Kate llama la atención sobre la ingenuidad del tono en un hombre hecho y derecho que se enamoró como un adolescente de aquella mujer que originó el ciclo poético amoroso más estimable de la llamada generación del 27.

Poco sospechábamos Juan Carlos y yo cuando leíamos y compartíamos los poemas de La voz a ti debida que detrás de ellos había una historia imposible de amor, un amor apasionado e ingenuo de un hombre en la cumbre de su fama académica y poética por una mujer que se le escapó y que el persiguió insistentemente con su palabra a lo largo de más de quince años hasta su muerte. Susana Fortes, la autora del thriller mencionado, comienza su narración con una frase que encontró escrita de Katherine Whitmore. La cita más o menos es así: cuando un hombre mira por una ventana ve lo que tiene delante; si mira una mujer ve algo más y hay una novela detrás de su mirada.

Lo verdaderamente penoso es que no se hayan encontrado las cartas de Katherine a Pedro Salinas. Es el mismo caso en que nos encontramos cuando nos centramos en el romance entre Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. Tenemos las de él (terriblemente ingenuas también) y no poseemos las que le dirigió la autora gallega. Sin duda, tener las cartas de Katherine Whitmore iluminaría esta relación que no sabemos si pasó del ámbito platónico, pero que despertó una pasión cósmica en el poeta SalinasContrastan así mismo la mirada de una mujer y la mirada de un hombre mirando por la ventana. Dos modos de mirar y de entender el mundo. Y el amor.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Literatura, una elección afortunada.


Recuerdo que a mis once años descubrí los libros. Conocía los libros de texto, las enciclopedias, pero desconocía que hubiera libros de lectura para niños que recreaban series famosas de televisión o personajes inventados que vivían aventuras extraordinarias. Había leído miles de tebeos, la literatura de los niños en un tiempo ya lejano, pero no había tenido en mis manos un libro. El descubrimiento me llenó de sorpresa y me maravilló. No podía creer que existiera algo tan prodigioso como ese artefacto llamado libro.

Así hasta ahora en que sigo sintiendo cosquillas en el estómago cuando compro un libro –digital o en papel- anticipando el placer que sentiré con su lectura. Mi relación con la lectura ha sido cambiante e incluso he pasado etapas en que he creído que la literatura me había abandonado como una amante despechada, y he dejado de leer no sin remordimiento. Afortunadamente fueron pasajeras y la realidad me ha llevado de nuevo a frecuentar los libros como un refugio ante las inclemencias de la vida. Creo que acumulo pocos méritos en mi existencia pero uno sí me acompaña, el de ser un lector apasionado. No entendería mi modo de estar en el mundo sin la presencia continua, aunque a veces conflictiva, de la literatura, de la buena literatura.

A veces empiezo un libro con muchas expectativas, y cuando llevo leídas unas sesenta páginas me doy cuenta de que hay algo en él que no me atrae, no me siento cómodo leyéndolo, la voz narrativa o el estilo del autor no se identifica con mi estado vital, lo que no quiere decir que en otro momento sí que me hubiera congraciado con él. Es lo que me ha pasado estos días con la magna novela Vida y destino de Vassily Grossman. Sé que es una espléndida novela, pero adentrado en ella no me sentía seducido ni atraído para continuar su lectura. Era un esfuerzo recomponer ese mundo narrativo en que aparecen docenas y docenas de personajes hilvanados por la guerra ruso-alemana. Dejé de leerla y busqué algo que me llevara a permanecer dentro de la narración. Ya no soporto un libro que me haga estar a la fuerza en él. Lo abandono.

Cuando leo quiero sentirme cómodo, me gusta sentirme identificado con la voz narrativa, estar en un paisaje y un territorio amable, que sus reflexiones de una forma u otra estén cerca de mi cosmovisión, que sus personajes me sean entrañables aunque puedan ser odiosos. Hay novelas que me fascinan. He leído mucho los últimos años. He descubierto la voz de José Luis Sampedro cuya novela El río que nos lleva y La sonrisa etrusca me han conmovido, no así la lectura de Octubre, octubre, de la que me sentí lejos y no proseguí con ella. No soporto la voz pretenciosa del narrador de Javier Marías. He leído dos de sus más reconocidas novelas y sé que no me volveré a encontrar con él. No niego su calidad pero si puedo elegir, desde luego no será una de sus narraciones la que escoja. Me ha interesado mucho la novela de Juan Marsé El embrujo de Shanghai. No es nueva aunque llevaba más de veinte años sin leer a este autor catalán. Releí recientemente La lluvia amarilla de Julio Llamazares y me gustó esa existencia solitaria, entre fantasmas,  en un pueblo abandonado, del último habitante de Ainielle, un lugar del Pirineo aragonés. La había leído hace más de veinticinco años, cuando la publicaron, y ahora he vuelto a ella. He leído Intemperie de Jesús Carrasco, una opera prima magnífica. En un año lleva más de quince reediciones y ha sido editada en unos catorce países, lo que demuestra que la calidad también se abre paso a pesar de ser un autor novel. He leído con enorme placer El sueño del celta de Mario Vargas Llosa, narración que recrea la figura de un irlandés, Roger Casement, que luchó por los derechos de los africanos del Congo y los habitantes de la Amazonia ante la depredación criminal de las compañías explotadoras de los recursos naturales de dichas regiones. La novela del premio Nobel muestra que se puede expresar un excelente castellano sin que suponga una dificultad para el lector que se sumerge en sus páginas. Memorias de Leticia Valle de Rosa Chacel me pareció una novela exigente para el lector que ha de transitar por las elipsis narrativas de la narración. Demasiada felicidad de Alice Munro me ha llevado a reconocer la calidad magnífica de esta narradora canadiense que expresa historias complejas con personajes aparentemente normales. Incluso este verano me compré Canción de fuego y hielo (Juego de tronos) de George R.R. Martin teniéndome varios días enganchado a este comienzo de la saga, reconociendo que tiene una calidad y aliento épico formidables en la construcción de un mundo singular y propio.

Leo a golpe de inspiración, a veces recorriendo mi biblioteca en busca de joyas olvidadas. Así descubro maravillas que llevan veinte años cogiendo polvo desde que las compré. Me pasó hace un tiempo con La montaña mágica de Thomas Mann. Ese libro me había estado esperando más de dos décadas para llegarme en un momento cenital de mi vida. Otras veces rastreo Amazon en busca de obras o autores que me inspiren. Ahora estoy leyendo El mapa y el territorio de Michel Houellebecq cuya textura narrativa me está atrayendo poderosamente.

La literatura es alimento para el espíritu. No entendería la vida sin la literatura. Pero necesito sentirme atraído por el mundo narrativo que se me propone. Necesito sentirme atraído por la voz que me cuenta la historia, necesito sentirme aposentado en su mundo narrativo, sentirme próximo al autor, que el territorio de la ficción sea amable aunque luego me dé un puñetazo en el estómago, lo que es también interesante.

A veces cojo un libro de la estantería y solo con unas páginas puedo detectar si su prosa y su voz narrativa me es deseable como compañera durante un tiempo.


¿Qué libros habéis descubierto recientemente que os hayan atraído y que recomendéis? ¿Qué voces de narradores os han seducido cuyos mundos os han resultado cercanos y que queráis poner en común? ¿Hay alguna joya que queráis comentar?  

viernes, 22 de noviembre de 2013

Alma salvaje



Una de las historias que la prensa ha publicado recientemente que más me han conmovido e interesado es la historia de una muchacha nacida en Namibia en 1990, llamada Tippi Benjamin Okanti Degré. Fue una niña hija de dos fotógrafos que vivían en África. Tippi vivió sus primeros nueve años en plena libertad, entre los animales salvajes y las tribus del territorio, los bosquimanos y los himba, que la acogieron como uno más y la enseñaron a cazar, rastrear y comer bayas y raíces para sobrevivir. Tippi no iba a la escuela, vivía con el cielo infinito de África sobre sus ojos y sus pies pisaban la tierra roja de este continente. Fue una infancia única y mágica totalmente diferente de las de otros niños franceses que la viven encerrados entre cuatro paredes y sometidos a las disciplinas escolares y urbanas.

Hoy mientras llevaba a mi hija Lucía al colegio hablábamos de esta muchacha. Le he contado la historia de Tippi que continúa cuando ella tiene casi diez años y sus padres se separan y la llevan a vivir a París. La separación de sus padres y el alejamiento del África producen en la preadolescente una profunda crisis, acentuada por el hecho de empezar a ir a la escuela lo que supone para Tippi un inconcebible encerramiento. Todo le parece pequeño en París, las calles y las casas, acostumbrada al cielo y la naturaleza africanos. Es una niña retraída en la escuela y alejada de sus compañeros recordando su vida en África, sus auténticas raíces que no ha podido olvidar. Fue esta una etapa dolorosa y en sus ojos se distinguía la tristeza de pertenecer a otro lugar.

Tippi se llama Okanti lo que significa “suricata” en la lengua ovambo de Namibia, una pequeña mangosta que llevó al desierto del Kalahari a los padres de Tippi, fotógrafos.

Puedo entender el conflicto de esta muchacha que se siente fuera de lugar en Europa, añorando la inmensidad africana, a la que tarde o temprano volverá. Ahora cursa estudios de cine en la Sorbona, y ha vuelto a África para realizar varios documentales.

Cuando era niño yo, a los cuatro o cinco años, mi vida era libre en mi ciudad. Deambulaba solo por las calles y las plazas yendo de un lado a otro. Recuerdo de esta etapa una sensación de libertad. Luego tuve que recluirme e ingresar en un colegio represivo en que solo había varones. Lo sentí como un encerramiento, en absoluto comparable con lo que vivió Tippi que fue infinitamente más hermoso y libre en compañía de felinos, serpientes, elefantes, mangostas y su relación con las tribus en conexión con la naturaleza. Corría desnuda por las praderas, sin peligro, en permanente estado de felicidad. Allí todo era perfecto bajo el sol africano.


 Es comprensible esta disociación, esta esquizofrenia de una niña que ha dejado su alma en África y ha sido arrastrada por sus padres a la sociedad occidental por motivos que todos podemos comprender. Fue arrojada del paraíso y llevada a una sociedad sin raíces. Probablemente se pueden hacer muchas objeciones a esto, pero la historia me lleva semanas dando vueltas en la cabeza. Los niños en nuestra civilización viven encerrados e hiperprotegidos. Lo más que pueden percibir como libre son los parques en que juegan, vigilados por sus padres, con otros como ellos.  Por lo demás la vida está pautada, arreglada, absolutamente estructurada. Se va a la guardería desde los dos años y todo es un conjunto de normas y estructuras cerradas. Nada hay más inconcebible que la libertad fuera de los ojos de los padres para un niño. Creamos seres encerrados, incapaces de concebir los paisajes abiertos, con una conflictiva relación con la naturaleza, acostumbrados sobre todo a los centros comerciales, a la casa y al colegio donde siempre se está encerrado.

Reprimimos el salvaje que está dentro de cada niño, y esto crea una profunda neurosis que se puede percibir en la adolescencia donde seguimos encerrándolos en centros con verjas y siete llaves. Falta esa mágica relación con la naturaleza y el sentimiento de libertad que debería haberse experimentado en algún momento. Creamos seres programados, que terminan consumiendo grandes dosis de antidepresivos o alcohol para soportar el encerramiento y la claustrofobia de vivir en el seno de la sociedad occidental que cuida el bienestar material pero descuida el alma de las cosas y las personas.

Tippi añora los paisajes de África, añora esa libertad de tener el cielo por encima de ella y hablar con los animales como presencias reales, añora la relación con seres profundos como los bosquimanos (en trance de desaparición) o los himba. Siente una profunda tristeza por haber sido arrojada del paraíso. Tal vez ya la vuelta sea imposible. Ella la vivió en ese tiempo mágico de su infancia en que todo es irrepetible.


Hoy hablaba con Lucía de Tippi y le decía que no sabía si sus padres le habían hecho un favor haciéndole vivir esa niñez o aquello le acompañaría como una condena por la  nostalgia del mundo infinito de África, ese continente terrible y maravilloso que encierra tanta inmensidad y a la vez tanta amargura, tanta belleza y tanto dolor.

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